En los últimos meses se ha vertido mucha tinta sobre el tema de la prescripción enfermera, los medios de comunicación más importantes en el mundo sanitario han dedicado muchas páginas y artículos sobre este tema y se han generado importantes polémicas al respecto.

Por un lado la legalidad y pertinencia de esta prescripción ha supuesto un enfrentamiento dialéctico, mediático y judicial entre el Ministerio de Sanidad y alguna Consejería de Salud Autonómica (Andalucía principalmente). Ambas partes defienden su modelo y acusan a la otra parte de invadir competencias y proponer modelos poco eficientes.

Por otro lado, la prescripción enfermera ha supuesto un importante motivo de conflicto entre el colectivo médico y el de enfermería. Hemos podido leer artículos en uno u otro sentido, acusaciones cruzadas e incluso algún que otro comentario desafortunado y subido de tono procedente de los grupos más “radicales” de cualquiera de los dos colectivos.

No voy a entrar en más detalles sobre estas polémicas ni nombraré a ningún protagonista ya sea colectivo o persona física, porque mi intención es no contribuir en absoluto a una polémica que no creo que deba centrar el debate político-sanitario de este país. Considero que en todo esto hay muchos intereses personales y colectivos, mucha “guerra fría” gobierno central vs comunidades autónomas y demasiada vehemencia poco reflexiva.

Tampoco quiero caer en la  Teoría de la Conspiración, pero lo cierto es que “a río revuelto, ganancia de pescadores” y que cuanto más divididos estemos más fácil será que nos impongan modelos de gestión sanitaria no consensuados y fabricados según criterios exclusivamente políticos.

El verdadero problema no es la pertinencia de la prescripción enfermera que por un lado permitirá al enfermero/a decidir que producto o medicamento ha de dispensarse favoreciendo así la accesibilidad a determinados pacientes y por otro, podría descargar al médico de parte de su trabajo y dejar más tiempo para la asistencia al paciente.

El auténtico problema no abordado es la preocupante falta de recursos humanos agravada en estos tiempos de crisis. Una falta de recursos que a veces quiere paliarse intercambiando funciones sin pensar que en el fondo estamos, con protagonistas distintos,  perpetuando el problema.

Actualmente el Médico (y ahora me centraré en mi colectivo) dedica más de la mitad de su tiempo a labores distintas a las que debieran vertebrar su actividad: anamnesis, exploración, diagnóstico y tratamiento. Una gran parte de su jornada la dedican a llamar y hacer pasar a los pacientes, ayudarles a desvestirse, tomarles la tensión o ponerles el termómetro, cumplimentar decenas de documentos administrativos, rellenar partes de baja, introducir datos en programas informáticos, etc. Y todo esto ocurre porque las distintas administraciones sanitarias lo han permitido y favorecido.

Quitaron a las auxiliares de enfermería de las consultas y pagan sueldos de médico por ayudar a los pacientes a desvestirse, redujeron el número de celadores y es el médico el que debe empujar una camilla o llamar a un paciente en la sala de espera, decidieron reducir también el número de enfermeros en Centros de Salud y que el médico asumiera parte de sus funciones, pensaron que era intolerable (y cercano a la esclavitud) que un administrativo tuviera que transcribir un informe médico o rellenar partes de baja o de accidentes y pasarlos a la firma.

No sé cuáles eran las intenciones de quienes fomentaron estos cambios organizativos, pero lo cierto es que no hay nada más ineficiente que pagar sueldos de Máster universitario para realizar tareas que requieren una cualificación inferior.

Así las cosas, con esta situación a la que nos han empujado quienes tienen la responsabilidad de gestionar eficientemente los recursos y por ende nuestros impuestos; el médico actual (y principalmente el de Atención primaria) no dispone de más de 4 o 5 minutos por paciente y en ese tiempo debe realizar tantas tareas auxiliares y administrativas que apenas puede mirar al paciente a la cara y, por supuesto, realizar una exploración detallada es prácticamente imposible.

Parecería pues mucho más lógico liberar al médico de todas estas tareas y darle más tiempo para realizar una atención humanizada y de calidad. Por supuesto esta redistribución sería mucho más eficiente ya que las tareas que no requieren la titulación en Medicina y una especialidad, serían realizadas por profesionales prevenientes de otros ciclos formativos y esto supone ahorro en Capítulo I (gastos de personal). Pero en lugar de liberar al facultativo de estas funciones se crea la polémica de si es o no adecuado transferir parte de sus competencias prescriptoras al colectivo de enfermería (por cierto ya bastante sobrecargado también). Parece que hubiera gestores más preocupados en generar puntos de fricción que en buscar soluciones sostenibles y eficientes.

No entremos más en esta guerra, no contribuyamos a avivar un fuego vano o peor aún, cargado de intereses. No es este el problema de la política sanitaria actual por mucho que quieran hacérnoslo creer. Racionalicemos la estructura, adecuemos las funciones y las responsabilidades, respetemos las leyes y, sobre todo, construyamos una gestión eficiente “sin matar mosquitos a cañonazos”. Porque igual cuando necesitemos los cañones, estos están ya sin munición y este país necesita facultativos preparados, motivados, reconocidos y en activo.
 

  • TAGS