Decía
Nelson Mandela que “la
política puede ser un arma noble para servir al pueblo, si quienes la practican tienen principios y buscan el
bien común".
Da la sensación que nuestros políticos no cumplen con este principio.
La
salud pública, en teoría, debería ser un ámbito regido por la
evidencia científica y el
bienestar colectivo. Sin embargo, en las últimas décadas hemos asistido a una creciente
politización de los sistemas sanitarios, un fenómeno que se ha intensificado notablemente durante crisis como la pandemia de
covid-19 o el intento de
privatización que se pudo abortar en Madrid.
¿Por qué ocurre esto? ¿Qué intereses convergen para transformar la sanidad en un campo de batalla político?
En esencia, la
organización de un sistema sanitario refleja valores fundamentales sobre el
rol del Estado, la responsabilidad individual y la
justicia social. Los modelos sanitarios representan diferentes concepciones ideológicas: desde sistemas universalistas basados en la
solidaridad colectiva hasta modelos que enfatizan la responsabilidad individual y la
competencia de mercado.
Estas divergencias hacen que cualquier
reforma sanitaria lleve implícita una
carga ideológica. La discusión sobre si la
salud es un derecho o un servicio, sobre la
financiación pública o privada, o sobre el grado de cobertura, trasciende lo técnico para convertirse en expresión de proyectos políticos contrapuestos.
La sanidad representa uno de los
sectores económicos más importantes en cualquier país desarrollado, consumiendo entre el 6% y el 18% del PIB según la nación. Este volumen económico atrae inevitablemente intereses diversos:
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Industria farmacéutica y tecnológica: con un poder de lobby considerable, estas industrias buscan influir en políticas de precios, patentes, aprobación de medicamentos y prioridades de inversión en investigación
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Corporaciones sanitarias privadas: en sistemas mixtos o con participación privada, estas entidades tienen interés en moldear las regulaciones para ampliar su mercado
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Profesionales y sindicatos: los trabajadores sanitarios, esenciales para el funcionamiento del sistema, buscan influir en políticas laborales, salariales y de condiciones de trabajo. Si ellos no lo hacen, nadie velará por sus intereses
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Partidos políticos: la gestión sanitaria ofrece oportunidades para demostrar eficacia gubernativa, ganar legitimidad o, por el contrario, para desacreditar a oponentes políticos
Los éxitos y fracasos en sanidad tienen un impacto directo en la
percepción ciudadana sobre la competencia de sus gobernantes. Un sistema sanitario eficaz legitima al poder, mientras que las crisis sanitarias pueden erosionar rápidamente la confianza en las instituciones.
Esta dinámica explica por qué los
partidos de oposición frecuentemente focalizan sus críticas en el ámbito sanitario: las
listas de espera, la falta de recursos o los
errores médicos se convierten en metáforas de mala gestión gubernamental. Por su parte, los gobiernos utilizan las
inversiones en sanidad y las mejoras en indicadores de salud como demostración de su compromiso con el bienestar ciudadano.
Las crisis sanitarias, como la pandemia de covid-19, actúan como catalizadores extremos de la politización.
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Durante estas emergencias: las decisiones tienen consecuencias inmediatas y visibles. Los confinamientos, las restricciones y las campañas de vacunación afectan directamente la vida cotidiana de las personas
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La incertidumbre científica inicial crea espacios para interpretaciones ideológicas: en ausencia de consenso científico definitivo, diferentes actores políticos pueden seleccionar aquellas recomendaciones expertas que se alinean con sus posiciones ideológicas previas
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La gestión de la crisis se convierte en espejo de modelos de sociedad: las respuestas a la pandemia reflejaron tensiones entre seguridad y libertad, entre solidaridad colectiva y autonomía individual, entre acción estatal y responsabilidad personal
La salud no se politiza solo a través de políticas concretas, sino también mediante
narrativas y símbolos. El lenguaje utilizado para describir los sistemas sanitarios ("colapsados", "heroicos", "ineficientes") carga de
significado político lo que podría ser una discusión técnica.
Asimismo, elementos simbólicos como las
batas blancas en manifestaciones, las fotos de hospitales o las historias individuales de
pacientes se utilizan estratégicamente para construir relatos políticos específicos.
La gran politización de la sanidad conlleva riesgos significativos.
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Desprofesionalización. Cuando las decisiones técnicas se subordinan a cálculos políticos, se compromete la calidad de la atención
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Polarización social: la salud se convierte en otro frente de división social, dificultando consensos básicos sobre medidas de protección colectiva
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Ciclos de reforma y contrarreforma: los cambios de gobierno pueden generar reformas pendulares que desestabilizan los sistemas sanitarios
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Desconfianza institucional: la percepción de que las decisiones sanitarias responden a intereses políticos más que al bien común erosiona la confianza en instituciones clave
El desafío reside en encontrar un equilibrio que reconozca la inevitable
dimensión política de la salud pública, en tanto expresión de valores sociales, sin permitir que los intereses partidistas cortoplacistas comprometan la sostenibilidad y eficacia de los sistemas sanitarios.
Esto requiere
mecanismos de gobernanza que protejan ciertos espacios técnicos de la interferencia política directa, transparencia en la toma de decisiones, y esfuerzos genuinos para construir consensos básicos que trasciendan los ciclos electorales.
La salud, al fin y al cabo, es demasiado importante para dejarla completamente en manos de los políticos, pero demasiado social como para pretender que sea únicamente un
asunto técnico. Reconocer esta tensión es el primer paso para gestionarla de manera que sirva, verdaderamente, al bienestar colectivo.