Eran las 8h 30min a.m. cuando el médico Hamdi llevaba a su mujer, la pediatra Alma Al-Najjar, a su puesto de trabajo en el hospital Nasser de Khan Younis, tras lo que retornó a su domicilio donde le esperaban sus diez hijos.
A poco de llegar, la Dra. Alma Al-Najjar estaba pasando consulta en la sala de pediatría, de repente es llamada a urgencias para que acuda a la atención de un niño herido, la sorpresa fue que era Yahkya de 12 años, la pediatra palidece, era uno de sus hijos. Con toda la entereza que dispone y la experiencia tras 19 meses de guerra y bombardeos continuos, con la muerte como serena compañera, mira y ve con terror ese cuerpo destrozado de uno de sus hijos.
No se había recuperado la doctora de este tremendo impacto, cuando es requerida para otra llegada, acude sin perder tiempo y la visión le horroriza, era Raku, de 10 años, otro de sus hijos, que yacía sin vida en la camilla, inerte y con la mirada perdida. Alma Al-Najjar queda paralizada y el llanto aparece, una vez más, en sus ojos.
El ruido de los bombardeos se hace insufrible y las humaredas llegan hasta las puertas del Hospital Nasser. La pediatra se mantenía en pié con un gran esfuerzo, cuando es de nuevo requerida para otra urgencia, acude desmadejada y, ante el espectáculo, queda sobrecogida al reconocer, entre las sábanas ensangrentadas, a su hijo Raslem de 7 años. Pero… ¿qué es este horror?
Podría pensarse que tras 19 meses de bombardeos las personas pueden anestesiar sus sentimientos y hacer de la muerte y el olor a carne muerta como algo cotidiano, como si fuera una anestesia emocional, pero no, no hay anestesia emocional que valga cuando te vuelven a llamar de urgencias y llega un niño con el brazo colgando y le identificas como tu hijo Adam al paciente con heridas tan graves. Se inicia la recuperación como se puede en el desvencijado hospital Nasser para llevarle a la UVI muy grave.
Alma, la doctora, la pediatra, difícilmente se mantiene erguida y el llanto se ahoga en su pecho, mientras las lágrimas pujan por salir al exterior y expresar esa pena profunda, dura e incomprensible. El bombardeo no da tregua y la pediatra es, de nuevo, requerida a urgencias. Llega la pediatra a duras penas, encogida por el peso de la pena y, una vez más, se sobrecoge al reconocer en un niño de unos 8 años a su hijo Jibram. No puede ser, ya son cuatro fallecidos y uno herido grave.
¿Dónde está Hamdi? ¿dónde se fue? Estaba en estos pensamientos cuando llega un hombre malherido y Alma reconoce a su esposo, el Dr. Hamdi, compañero médico del mismo hospital, se le recibe en urgencias y se traslada a la UVI dado el delicado estado de salud provocado por las heridas del bombardeo.
Durante estos tremendos meses se han contabilizado, en la franja de Gaza, 53.901 fallecidos por causa de los bombardeos indiscriminados de los ejércitos de Netanyahu, de ellos unos 30.000 son niños, niñas y mujeres, casi 1.000 son profesionales de la información y unos 500 son profesionales sanitarios, según la OMS los centros sanitarios de Gaza están destruidos y unos 14.000 niños menores de 2 años están en peligro de muerte inminente por inanición. Son cifras escalofriantes que quedan sin palabras y sobrecogen el alma, corazón y vida de las gentes de bien.
Una nueva llamada a urgencias lleva a la pediatra Dra. Alma Al-Najjar a urgencias, un lugar desvencijado en el que unas telas colgantes ejercen de insuficientes biombos de aislamiento de camastros donde yacen personas heridas, como pueden, de todas las edades, cubiertos por sabanillas ensangrentadas. Alma sortea las rudimentarias camas de hospitalización hasta llegar, con dificultad, a la zona dedicada a los pacientes pediátricos y al hacer la entrada en esa zona reconoce, de forma inmediata, a Eve, otro de sus hijos de 9 años. La angustia atenaza su pecho, apenas tiene fuerzas para sostenerse en pié, su fonendo cuelga de su cuello de forma habitual, pero no puede utilizarlo, sus manos están temblorosas y buscan algo para poder asirse y sostenerse. Intentaba tomar fuerzas, inspirar con fuerza cuando vio en la entrada la escena más devastadora que todo lo anterior: cuatro pequeños bultos tapados con una sabanilla verde, casi sin atinar inicia la retirada de uno de los bultos y reconoce a Rival de 5 años, sus sollozos son llantos francos y los gimoteos se transforman en gritos ahogados cuando se descubre a Sadin de 3 años, a Luqman de 2 años y se transforma en aullidos de potencia creciente cuando el último bulto descubre a Sidar de tan solo unos meses de edad.
No, no son solo un número, en este caso son nueve niños muertos, nueve hermanos que vieron la muerte por una de las bombas israelitas que dicen dirigidas a terroristas. La pediatra Alma Al-Najjar se encontraba destruida entre los nueve cuerpos de sus hijos y sabiendo que el décimo y su esposo estaban graves en la UVI del dañado hospital Nasser de Khan Younis. Se encontraba acurrucada, hecha un ovillo, con su cuerpo tembloroso y un llanto inconsolable.
El miedo por el silbido de los misiles o el ruido del estallido de las bombas lanzadas por la poderosa aviación israelita, daba paso a la consternación y a una pena profunda que atenaza todo el cuerpo con un dolor que pugna por expresarse desde el interior profundo del ser. El llanto se precede de un sollozo sordo y desgarrado a la vez, que termina en francos gemidos que no pueden frenarse, por más esfuerzos que se hagan.
La Dra. Alma fue el paradigma de una situación en la que parecía imposible hacer algo para contrarrestar las circunstancias que iban sucediéndose como un torrente de acontecimientos que superaban cualquier sistema de defensa. La Dra. Alma se preguntaba qué habían hecho sus diez hijos de edades entre meses y doce años o su esposo un médico trabajador, buen padre y buen esposo.
Ya no se respetan los derechos humanos solo queda un lugar lleno de escombros de casas derruidas, paisajes polvorientos y personas que parecen vagabundear de un lugar a otro, según las indicaciones de la locura israelita que rompe con todos los límites de los derechos humanos. La técnica que emplea el gobierno israelita parece la de exterminar a un pueblo recluido en la franja desde hace años, lustros o decenios. El encerramiento es uno de los factores que hace que se genere e incremente el sentimiento de agresión que nutre a una hostilidad creciente y una violencia escalable de lo verbal, al insulto, la descalificación, una colleja, un puñetazo, un golpeo creciente y el uso de armas de todo tipo.
Alma permanece acurrucada, dicen que la han sentido musitar sin descanso nombres de niños: Yahkya, Raka, Raslam, Jibran. Eve, Rival, Sadin, Luqman, Sidar, Adam, Hamdi… sigue esa musitación casi imperceptible y un sollozo ahogado…
¿Hasta cuándo sin reaccionar la sociedad internacional? Este silencio no es en mi nombre.