Este es uno de los valores que transmitimos, y con verdadera vocación y convicción en la Universidad, todos aquellos que nos dedicamos a la noble profesión de la enseñanza y, puedo asegurar que se cumple en la gran mayoría de casos, a pesar de que ahora nos hayamos tenido que enterar a través de los medios de comunicación, que siempre hay excepciones.

Pero el hecho de que un profesor, catedrático y director del Departamento de Anatomía y Embriología II de la Universidad Complutense no haya recordado este principio ético, obligado ante la solidaria donación del cuerpo de una persona tras su muerte para la investigación y la docencia, no tiene porqué ensuciar ni el nombre de la Universidad Complutense, ni la insigne labor que hacen día a día el resto de profesionales sanitarios y docentes.

Desde esta tribuna de opinión, mi enérgica condena a la actuación del profesor Ramón Mérida, como no puede ser de otro modo: conocedor del problema, no supo ponerlo en conocimiento del decano de la Facultad de Medicina, ni de nuestro rector; no supo cesar en su cargo a tiempo y tuvo que hacerlo luego, obligado por las circunstancias que cada vez empeoraban más a través de las noticias publicadas en los medios de comunicación; tras el primer problema, lo agravó aún más, tratando los restos humanos que proceden de personas como residuos peligrosos, desoyendo las recomendaciones de sus superiores, contraviniendo la prohibición establecida por la Inspección de Trabajo, incumplimiendo todos los preceptos legales…

Pero aún aceptando la verdad de todos los hechos y la responsabilidad que de todo ello se derive, y que tendrán que valorar los altos cargos de la Complutense y en su caso los jueces, no puedo estar de acuerdo con los terribles, sensacionalistas y alarmantes titulares de los medios de comunicación, que bien podrían haber aprovechado para recordar a toda la población, que solo se trata de un hecho aislado, y que en general los profesionales sanitarios y los responsables de su formación, respetamos al máximo a las personas, aún después de la muerte, porque la dignidad es un valor que nunca puede desaparecer tras un electroencefalograma plano que acredita la muerte de esa persona.

Y no, no se trata de matar al mensajero con esta personal crítica, porque no puedo estar más que agradecido a que una vez más nos podamos enterar de una ilegalidad como esta gracias a su labor profesional, pero creo que los valores del periodismo también tienen que estar siempre asentados en evitar las innecesarias alarmas sociales. ¿Quién, después de conocer la noticia tal y como se ha ofrecido en los diferentes medios de comunicación, puede estar dispuesto a seguir con su decisión solidaria de ceder voluntariamente su cuerpo, tras la muerte, a la investigación clínica y la docencia universitaria? Quiero pensar en que sigan siendo muchos, porque siempre seguiré convencido de la buena voluntad y la solidaridad de las personas.

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