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8 abr. 2020 11:40H
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Madrid es el punto álgido de la eclosión del coronavirus en España. En anteriores publicaciones me he negado a dar razones para no abrir un debate político. Creo que a la política, en estos momentos, habría que cerrarle puertas y abrírselas a los profesionales, que hay capacitados para pilotar esta nave del mejor modo, antes de hundirnos definitivamente.

Pero al fin parece que una idea sensata se vislumbra en el horizonte: crear hospitales monográficos para el Covid19. Puede que esto se halle vinculado al arranque del hospital IFEMA, una de las mayores proezas que han tenido lugar en este tiempo difícil, gracias a un gran equipo profesional y multidisciplinar que merecen ser portada reiterada de periódicos y telediarios y que las hubieran tenido en un gran número de países: China, Estados Unidos, Rusia, Alemania, Francia… No sigo porque la lista es larga y somos muy pocos los que, como España, nos excluimos.

Los pacientes tienen miedo al hospital por el coronavirus


Alguien ha dicho que el mayor enemigo es nuestro miedo. Yo, con algunas dudas a lo general, destaco sin embargo el particular miedo a los hospitales. La saturación de Madrid no se puede replicar a todos. Hay comunidades con capacidad hospitalaria y quirúrgica excedentaria. Camas vacías, quirófanos cerrados, urgencias que han bajado atenciones hasta un 15 por ciento (“hasta”, no “en”) de las que venían desarrollando. El paciente ha cogido miedo al hospital y a sus contagios cruzados. Los amigos de las estadísticas ¿se han interesado en saber cuántos infartados han muerto en su casa por no desplazarse a la urgencia del hospital? La creación de
hospitales “solo-covid” y “no-covid” puede significar un nada débil soplo de esperanza para todos ellos.


Y la lista de los vivos murientes no acaba ahí. Puede extenderse a cirugías aplazadas “sine die”. Oncológicos, tumorales, retinopatías, cardiopatías, caderas, rodillas… ¿Cuántos y cuánto tendrán que esperar con la amenaza de una incapacidad, o quizás la muerte, sobre su incierto futuro?

Los muertos viajan quinientos kilómetros para ser incinerados. ¿Cuánto pueden viajar los vivos?