Mario Rovirosa, Carlos Gallardo, Ignasi Biosca y Albert Esteve.
Tal vez la cercanía geográfica a
Europa o las posibilidades de comercio que tradicionalmente han ofrecido las ciudades con mar, pudieron ser semillas y buen caldo de cultivo para que la
industria farmacéutica en territorio español tuviera un singular florecimiento en
Cataluña.
También jugaron sus bazas el espíritu emprendedor catalán, su pasíón por el negocio y crear empresa y el
ímpetu propio de la juventud, representada entonces por una industria nueva, que nacía y en la que estaba todo por hacer y descubrir.
Marcaron el paso, posiblemente sin adivinar las dimensiones futuras, emprendedores como el farmacéutico
Ramon Reig Jofre, que en la trastienda de una farmacia en el barrio de Gràcia de Barcelona comenzó a elaborar medicamentos y fórmulas magistrales en 1929; mismo año en el que otro farmacéutico,
Antoni Esteve i Subirana, fundaba su empresa en Manresa -en el piso de encima de su farmacia-, para comercializar las primeras especialidades vitamínicas. Así nacía
Laboratorios Esteve. Una historia parecida tuvo unas décadas antes
Uriach, en una pequeña droguería en el barcelonés barrio del Borne, ante la basílica de
Santa María del Mar.
Tres ejemplos de laboratorios con bandera catalana que marcaron el inicio, y a los que durante el transcurso del siglo XX se unieron otros nombres como
Almirall,
Ferrer o
Grifols.
Fueron décadas de progreso ligado al avance político, industrial, social y cultural que se respiraba en España en los últimos años de la dictadura y con la llegada de la democracia, sobre todo gracias al oxígeno que llegaba desde la
Unión Europea. Barcelona vivió entonces momentos históricos de transformación, con el hito de la celebración de los
Juegos Olímpicos de 1992 como referencia más obvia.
Tiempos de bonanza en los que familias como los Gallardo (propietarios de Almirall), los Esteve y la figura del empresario
Carlos Ferrer Salat, fundador de
Ferrer Internacional, eran ejemplo de éxito y atraían los flashes de la economía y las finanzas, e incluso protagonizaban los ecos de sociedad.
Pero los tiempos cambian, como había advertido años antes el cantante
Bob Dylan, y al modelo empresarial ya no le bastaba con mirar al mercado nacional, porque el nuevo siglo confirmó que la
internacionalización era el único camino no solo para mantener los beneficios, sino para la propia supervivencia.
Respuesta empresarial ante la globalización
Las reglas de mercado con las que habían jugado
Jorge y Antonio Gallardo Ballart, el propio
Ferrer Salat (que falleció prematuramente en 1998 a los 67 años),
Josep, Joan y Montserrat Esteve Soler, o el carismático
Juan Uriach Marsal estaban cambiando porque el mundo se encaminaba hacia la globalización gracias al desarrollo de las telecomunicaciones y de la logística ligada al transporte.
Aquellos directivos, que habían llevado con éxito el relevo recibido de las
generaciones pioneras en el negocio farmacéutico, se encontraban en la encrucijada de dar paso a nuevas mentalidades o tener que dejarse comer por peces extranjeros más grandes, ávidos de engordar sus compañías con bocados apetecibles por tamaño y conocimiento.
En ese contexto, las empresas líderes de la industria farmacéutica catalana decidieron que el legado debía permanecer en casa y con sede en
Barcelona, y apostaron por una renovación que pasaba por mirar
más allá de los Pirineos, del Atlántico e incluso aventurarse en territorios topográficamente denominados como 'lejanos', como los mercados orientales de
China, donde Esteve hizo un segundo movimiento en 2000 tras el inicial de situarse en México (1992).
Fue entonces cuando esa nueva hornada de liderazgos familiares asumieron el reto, con nombres como
Albert y Antoni Esteve Cruella,
Carlos Gallardo Pique en Almirall,
Ignasi Biosca en Reig Jofre,
Sergi Ferrer-Salat Serra Di Migni y
Enrique Uriach Torelló.
Todos coincidieron en que esa necesaria globalización pasaba por dejar de ser empresas concebidas en torno al apellido familiar y que era necesario abrir consejos de administración y cargos directivos a ejecutivos con experiencia internacional. Y al mismo tiempo abrazar nuevos conceptos empresariales.
"Aquellos directivos, que habían llevado con éxito el relevo recibido de las generaciones pioneras en el negocio farmacéutico, se encontraban en la encrucijada de dar paso a nuevas mentalidades o tener que dejarse comer por peces extranjeros más grandes"
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Así se hizo, y por ejemplo a Ferrer Internacional llegó como CEO
Mario Rovirosa Escosura, firmado de la italiana Chiesi.
Sergi Ferrer-Salat, poco dado a los focos industriales, confió en él la gestión y en algo menos de una década ha transformado completamente la cultura interna de la casa, convirtiendo a la marca en un referente en
responsabilidad ética, social y ambiental, valores diferenciales en el entorno empresarial actual, y reportando beneficios.
Después de un tiempo en el que no lograba estabilizar una cúpula directiva,
Almirall, que cotiza en la Bolsa española desde 2007, y que se incorporó al
Ibex 35 en 2020 reemplanzando a Mediaset España, optó por un mix entre el liderazgo de
Carlos Gallardo y una 'guardia' de consejeros con experiencia internacional: el viraje hacia la
Dermatología médica emprendido hace unos años y ciertas desinversiones en lo que eran clásicos de la compañía han dibujado un presente con beneficios y un futuro con buenas perspectivas.
Esteve por su parte también puede mirar con optimismo hacia el horizonte, gracias a la transición realizada por Albert Esteve, que en 2018 abrió la puerta al liderazgo del sueco
Staffan Schüberg. Además, la catalana promovió una ampliación de capital en 2023, que trajo consigo divisas alemanas y que permitió una expansión del negocio en terapias avanzadas y en su producción a terceros. Esas dos patas sostienen la buena salud de la multinacional, que incluso ha reconocido la posibilidad de salir a Bolsa, aunque no a corto plazo.
Quien sí lleva una década cotizada es Reig Jofre, que tiene en
Ignasi Biosca, nieto del fundador de la compañía, a su faro desde hace casi 20 años. En este tiempo, además de fusiones como la que protagonizó con Natraceutical, el ingeniero en Telecomunicaciones ha llevado a la empresa familiar a estar presente en 70 países y a ingresar recientemente en el índice Ibex Small Cap. Su negocio de
producción para terceros (CDMO), los antibióticos y la Dermatología son el foco, aunque Biosca aventuró hace unos meses que la dirección es llegar a ser "
más biotecnológica que química".
De igual forma anda culminando su 'reinterpretación' Uriach, que va por la quinta generación familiar y se ha centrado en el negocio de perfil natural y sin receta (natural consumer healthcare). En 2012 los hermanos
Uriach Torelló confiaron el timón de la transformación a un ejecutivo singular como
Oriol Segarra, que ha dado como resultado crecimientos a doble dígito y un liderazgo basado en el sentimiento de felicidad interno en la compañía.
Como se puede comprobar, todos han pasado por dificultades propias y ajenas (como la que generó la inestabilidad en torno al referendum del 1 de octubre de 2017), y han tenido que lidiar con cambios y adaptaciones a nuevas realidades, algo lógico en
organizaciones centenarias que aspiran a crecer y ser protagonistas e influyentes. Pero las han resuelto apostando por salvaguardar unas identidades que siguen dando una imagen actual, y que transmiten al 'mundo pharma' que la
industria farmacéutica catalana ha dado con la fórmula de la eterna juventud, porque pase lo que pase, siempre está llena de
ilusión, proyectos y vitalidad.
Una actitud transformadora contagiosa
Este protagonismo de la industria farmacéutica catalana desde hace más de un siglo, con
Barcelona como epicentro, ha sido el motor para que buena parte de las c
ompañías multinacionales del sector se animasen ante el efecto tractor de este liderazgo y tomasen la Ciudad Condal como referencia.
Así, muchas 'big pharmas' han situado tradicionalmente en
Barcelona su campo base español, ibérico y para el sur de Europa.
Y ese espíritu de eterna juventud de la industria farmacéutica catalana también se está contagiando a estas grandes empresas extranjeras en nuestros días, que están redoblando la apuesta por la
capital de Cataluña y su entorno con inversiones estratégicas que miran al futuro, a las nuevas formas globalizadas de interpretar el negocio: ahí está el 'hub' de innovación puesto en marcha recientemente por
Sanofi (con más de 300 empleos de alta cualificación), o el 'lifehub' que
Bayer inauguró en 2022 para aprovechar sinergias entre salud y agricultura.
También
Novartis, que en 2024 remozó sus oficinas barcelonesas, con casi 700 trabajadores, o los 1.500 de Boehringer Ingelheim que trabajan en las dos plantas de Sant Cugat del Vallés, una de ellas la de inhaladores, inaugurada en 2019 y que exporta a 100 países.
Otros emblemas importantes del sector como
Chiesi,
Ipsen,
Lundbeck,
Menarini,
Otsuka o
Angelini, por citar algunos de los más internacionales, viven también enamorados del efecto eternamente joven que respira la industria farmacéutica en Cataluña gracias a aquellos pioneros y al espíritu de
innovación y resiliencia que transmitieron a las siguientes generaciones.
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