Alumnos atendiendo en una clase de Medicina.
La llegada del llamado
"tutor milagro" a la enseñanza de Medicina promete cambiar la forma en que se forman los futuros profesionales sanitarios. Y es que un nuevo estudio revela que
la tutoría personalizada puede corregir las carencias pedagógicas de las clases impartidas por médicos clínicos, habituales en muchas facultades, y
elevar el rendimiento académico del alumnado hasta situarlo al nivel de los grupos enseñados por profesorado universitario. La investigación, publicada en
BMC Medical Education, demuestra que los clínicos aportan un enorme valor en integración práctica, pero carecen de continuidad y estructura educativa. Sin embargo, la figura del tutor actúa como
un puente que ofrece seguimiento, disciplina e interacción.
La investigación, desarrollada en el
Quanzhou Medical College (China), comparó
cuatro modelos docentes en la asignatura de Cirugía General y los datos fueron contundentes: La clase impartida únicamente por clínicos, sin apoyo adicional, obtuvo el peor rendimiento, con una media de 51,5 puntos. Sin embargo, cuando
a ese mismo modelo se le añadió un tutor especializado que acompañaba al alumnado durante el semestre, la media ascendió hasta los
61,6 puntos, prácticamente idéntica a la de los grupos impartidos por profesorado de la facultad.
Arquitectura pedagógica perdida
Los autores denominan este efecto como la
recuperación de la "arquitectura pedagógica perdida" en las clases basadas en rotaciones de médicos clínicos, un
modelo habitual en la formación de estudiantes de Medicina. El tutor no aportaba nuevos
contenidos clínicos ni explicaciones adicionales sobre cirugía, sino algo más básico y, según los datos, más decisivo: e
structura, seguimiento, interacción y continuidad.
La mejora académica fue tan pronunciada que los investigadores se refieren a la tutoría personalizada como
un verdadero "elemento de corrección estructural" dentro del sistema educativo sanitario. Y sus conclusiones empiezan ya a resonar en instituciones que
buscan elevar las competencias de los estudiantes que acceden al grado con bases académicas heterogéneas.
Dos mundos docentes obligados a entenderse
Para comprender por qué la tutoría tiene este efecto, el estudio analizó en profundidad las
diferencias entre quienes imparten las clases: los médicos clínicos y los profesores universitarios. Ambos poseen fortalezas claras, pero también limitaciones que influyen en el aprendizaje. Los clínicos, es decir, los cirujanos, destacaron en la capacidad de
integrar teoría y práctica, una competencia esencial para
contextualizar la asignatura y acercar al alumnado al trabajo real en quirófano. Sin embargo, mostraron carencias significativas en cuatro áreas pedagógicas fundamentales como mantener la disciplina del aula, monitorizar la comprensión del estudiantado, fomentar la interacción y
realizar revisiones sistemáticas de contenidos previos.
Estas debilidades, señala el estudio, no son anecdóticas porque afectan directamente al p
roceso de adquisición de conocimientos en alumnos que necesitan estructura, repetición y control del progreso.
Muchos estudiantes de Medicina proceden de
entornos educativos menos exigentes y manejan bases teóricas más frágiles. Por eso, para ellos la organización pedagógica no es un complemento y sí una necesidad.
La propia estructura de la docencia clínica agrava el problema. Los cursos impartidos por médicos en rotación, cada uno responsable de unas pocas horas, dificultan
la continuidad del contenido y la relación estable entre docente y estudiante. El modelo rompe el seguimiento, impide detectar lagunas de aprendizaje y genera
una experiencia educativa fragmentada.
En cambio, los
profesores universitarios, responsables de impartir todo el curso, destacan justamente en aquello que falta al modelo clínico: estructura, seguimiento,
disciplina, interacción y revisiones programadas.
El tutor milagro: una oportunidad de cambio
La figura del tutor personalizado ha emergido como una
posible solución estructural. En el estudio,
el tutor era un docente a tiempo completo, experto en Cirugía General, sin implicación en la docencia directa del grupo. Sus tareas incluían
supervisar el progreso académico, resolver dudas de manera continua, reforzar contenidos clave, establecer un hilo conductor a lo largo del semestre y
asegurar que ningún estudiante quedara rezagado. Así, el estudio demuestra que no es la docencia clínica el problema, sino la ausencia de continuidad pedagógica.
Aún así, el estudio advierte que estos resultados no deben interpretarse como un
defecto de los médicos docentes, ya que su habilidad para integrar la práctica clínica sigue siendo un pilar esencial de la formación sanitaria. El reto, según los autores, es
diseñar un modelo híbrido que permita combinar esa experiencia práctica con la estructura pedagógica que los estudiantes vocacionales necesitan.
Entre las recomendaciones finales destacan la
formación pedagógica dirigida a clínicos, la co-docencia entre clínicos y profesores, la integración de tutores en asignaturas básicas impartidas por médicos y y currículos diseñados conjuntamente para
alinear rigor académico y práctica clínica.
Aunque la investigación tiene limitaciones, como
no usar grupos aleatorizados, no evaluar habilidades clínicas mediante un Examen Clínico Objetivo Estructurado (OSCE) y
analizar solo un semestre, sus hallazgos ya abren una pregunta global: ¿deberían las facultades de Medicina replantear la forma en que utilizan el talento clínico dentro del aula?
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