Un fármaco de uso común para la gota logra reducir infartos e ictus
En la búsqueda de soluciones contra la
enfermedad cardiovascular, la principal causa de muerte en el mundo, la medicina a veces no mira hacia el futuro, sino hacia el pasado. La
colchicina, un antiinflamatorio conocido desde el antiguo Egipto y prescrito habitualmente para el
dolor agudo de la gota, acaba de recibir un espaldarazo definitivo —aunque con letra pequeña— por parte de la ciencia moderna.
Una nueva y exhaustiva revisión de la
Biblioteca Cochrane, el estándar de oro de la evidencia médica,
confirma que el uso de colchicina en dosis bajas reduce significativamente el riesgo de sufrir un infarto o un ictus en pacientes con enfermedad cardiovascular establecida. Sin embargo, el análisis introduce matices cruciales que enfrían la euforia: el fármaco protege de los eventos, pero no parece alargar la vida de los pacientes y
conlleva un aumento considerable de efectos adversos digestivos.
El estudio, liderado por investigadores de la Universidad de Greifswald (Alemania) y publicado recientemente, actualiza la evidencia disponible hasta febrero de 2025. Tras analizar datos de más de 22.000 pacientes, las conclusiones son sólidas en cuanto a la prevención de eventos: la colchicina reduce el riesgo de infarto de miocardio en un 26% (con una razón de riesgos de 0,74) y el de ictus en aproximadamente un 33%. Unas cifras de eficacia preventiva que, tratándose de una pastilla que cuesta céntimos,
podrían rivalizar con terapias biológicas de última generación miles de veces más caras.
El matiz entre "no enfermar" y "no morir"
Donde el estudio Cochrane aporta un baño de realidad profesional, a menudo ausente en los titulares generalistas, es en la mortalidad. A diferencia de lo que se podría intuir, prevenir un infarto no siempre es sinónimo estadístico de vivir más años.
Los investigadores hallaron que, a pesar de la reducción de eventos isquémicos, este fármaco que no cuesta más de tres euros en la farmacia no reduce la mortalidad por todas las causas ni la mortalidad específicamente cardiovascular.
"Es una distinción fundamental en farmacología clínica", explican expertos consultados. "Estamos ante un fármaco que mejora la morbilidad —evita sustos graves y pasos por la UCI—, pero que no ha demostrado todavía capacidad para extender la supervivencia global del paciente". Este hallazgo sugiere que la colchicina actúa sobre mecanismos inflamatorios específicos de la placa de ateroma, pero quizás no sobre el deterioro sistémico final del paciente cardiópata.
El "peaje" gastrointestinal: barrera para la adherencia
El otro gran obstáculo para convertir la colchicina en la "aspirina del siglo XXI" es su tolerabilidad. El teletipo de agencia suele despachar este apartado con un "sin efectos graves", pero la revisión Cochrane es mucho más precisa y advierte de un problema práctico.
El fármaco incrementa en un 68% el riesgo de eventos gastrointestinales adversos, principalmente diarrea y náuseas.
Aunque médicamente se consideren efectos "leves" (no ponen en riesgo la vida), en la práctica clínica real son la principal causa de abandono del tratamiento. Un fármaco preventivo solo funciona si el paciente se lo toma, y la perspectiva de sufrir trastornos digestivos crónicos puede disuadir a muchos pacientes asintomáticos de mantener la adherencia a largo plazo
, reduciendo así la eficacia teórica observada en los ensayos.
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