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29 sept. 2013 18:13H
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Qué tendrá la sanidad que tiene más tirón mediático que muchos otros sectores, se pregunta Rubén Moreno, nuevo portavoz de Sanidad del PP en el Congreso de los Diputados, ufano con que los flashes vuelvan a caer sobre su persona. Llevaba unos cuantos años fuera de los focos, y parecía perdido para la causa. Pero su regreso al estrellato sanitario demuestra su sobrada capacidad de supervivencia, tras un más que controvertido paso por el frente investigador.

La investigación fue de hecho el cometido inicial de este doctor en Medicina y especialista en Anatomía Patológica, que se inició en los Estados Unidos, donde trabajó en tres centros diferentes. De regreso a España, y sin haber cumplido los 40, debutó en política en la Generalitat valenciana, como subsecretario de Sanidad de una Conselleria dirigida entonces por Joaquín Farnós, padre del modelo Alcira. Moreno creció y se granó como gestor en la defensa y explicación pública de aquella revolución en la gestión de los servicios sanitarios que significó Alcira. Poco podía sospechar que al volver a la política activa, el debate entre la gestión pública o privada le iba a estar esperando, aún más enconado y agresivo que cuando lo inició.

Con todo, el estrellato no estaba en la Comunidad Valenciana. Aguardaba en los pasillos del viejo edificio del madrileño Paseo del Prado, en el vetusto Ministerio de Sanidad. Moreno recibió la llamada de Celia Villalobos, la sorprendente sucesora de Romay en la segunda legislatura de Aznar. Se le encomendó una doble tarea: secretario general de Gestión y Cooperación Sanitaria y presidente ejecutivo del Insalud. Fue más lo primero que lo segundo y para el marrón de la transferencia pudo delegar en Josep Maria Bonet, que fue en verdad el que tuvo que lidiar con el rapiñeo y la suficiencia de las autonomías, ansiosas por desmontar la sanidad estatal para crear un auténtico servicio sanitario próximo y de calidad sin pensar en cómo afectaría al Sistema Nacional de Salud. La respuesta tardó poco en llegar.

Desentendido del flanco de la gestión, Moreno barruntó el ascenso político, aunque topó con la omnipresencia de Villalobos, una ministra de mucho calibre y de alto voltaje, que oscureció el recorrido de todos sus altos cargos. El periplo de aquel equipo solo duró dos años, demasiado poco para ganar la posteridad. Por no tener, Moreno no tuvo suerte ni con su antecesor, un brillante Alberto Núñez Feijóo que maduraba por entonces al futuro presidente de Galicia. Pero insistió en reforzar su carrera y acumuló un tercer cargo: miembro del Comité Ejecutivo de la OMS y chief medical officer para España, un cargo desconocido hasta entonces para el sector y que él se esforzó en explicar y dar el mayor realce posible.

Pero nada permanece tras una crisis de gobierno, y a Rubén Moreno le tocó vivir una. Su participación indudable en materias cuya influencia llegan hasta hoy (la conclusión de las transferencias y la Ley de Calidad y Cohesión Sanitaria) no evitó que, concluida la etapa ministerial, y como en la mayoría de los casos, su caída y recolocación fueran duras. Moreno regresó a sus orígenes, a la investigación y a Valencia. Allí dirigió durante casi diez años el Centro Príncipe Felipe (CIPF), heredero del mítico Instituto de Investigaciones Citológicas de los profesores Forteza y Grisolía. Curiosamente, cuando más tranquila debía haber sido su trayectoria pública, lejos del ruido político al que ya se había familiarizado, le atrapó la polémica.

En un entorno eminentemente competitivo, Moreno tuvo una gestión muy contestada por los profesionales y por la oposición política. Algunos le acusan de llevar a la ruina al CIPF, que ha atravesado por similares dificultades a las de cualquier centro de investigación español en estos años de crisis. Incluso tuvo que visitar los tribunales de justicia, por conflictos con investigadores. Y en ese tiempo han sonado más que nunca las resonancias de sus lazos profesionales y familiares con dos apellidos estrella de la sociedad valenciana: Fabra y Lladró.

Sea como fuere, Moreno ha resucitado. Primero logrando un meritorio número 5 en la lista del PP de Valencia en las elecciones de 2011. Luego, ya como diputado en el Congreso, haciéndose con la portavocía de la Comisión Mixta para la Unión Europea, y ahora, tras la marcha de Manuel Cervera, como el flamante nuevo portavoz de Sanidad del PP.

Quizá sea verdad eso de que el estrellato es para los que lo persiguen. Y más aún para los que lo reconocen y cultivan.


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