Otros artículos de Carlos Villasante

4 feb. 2021 10:30H
SE LEE EN 6 minutos
Soy médico asistencial, que sabe muy poco de economía y menos de fiscalidad, pero no se me escapa que el IVA es un impuesto de gran importancia porque afecta a todas las transacciones económicas que constantemente hacemos todos los ciudadanos. Desde la compra del pan nuestro de cada día hasta la cuenta del restaurante más lujoso, todo está gravado por el IVA.

Al ser un impuesto indirecto que grava el consumo de bienes y servicios, lo paga todo el mundo igual, independientemente de su nivel de ingresos. Ahora bien, todos sabemos que el IVA no es el mismo para todos los productos, siendo más bajo para los que supuestamente son más necesarios y más alto para los que menos. En España existen tres tipos de IVA:

• 21 por ciento: es el tipo general, que se aplica mientras no se diga lo contrario

• 10 por ciento: es el tipo reducido que afecta a productos que se supone que son más necesarios. Aquí están los alimentos, la vivienda y las reformas que se realizan en ella y un epígrafe que incluye “los aparatos y complementos, incluidas las gafas graduadas y lentillas, destinados a suplir las deficiencias físicas del hombre o de los animales. Los productos sanitarios, material, equipos o instrumental que se utilicen para prevenir, diagnosticar, tratar, aliviar o curar enfermedades o dolencias del hombre o de los animales”. Curiosamente en este IVA reducido también se incluye la hostelería y la “cultura” entendida como tal la adquisición de entradas tanto para una obra de teatro como para un partido de fútbol o un parque de atracciones.

•  4 por ciento: es el tipo superreducido donde se incluyen alimentos básicos como el pan, harina, leche y otros, los medicamentos, las prótesis para minusválidos y los libros, revistas y periódicos. En este tipo de incluirán en breve los llamados productos de higiene femenina que hasta ahora tributan al 10 por ciento

Pero adscribir un producto a uno u otro tipo de IVA depende de la voluntad del gobierno de turno que, supongo yo, tendrá en cuenta la necesidad que tiene la población general de dicho producto y el aumento o la disminución de recaudación que se obtenga para las arcas del estado con dicho impuesto. Y en esta distribución es donde se encuentran algunos casos que desde el ámbito sanitario llaman la atención.

Ya hemos comentado que los productos de higiene femenina se han considerado productos necesarios, como no puede ser de otra forma, y se ha decidido bajar e l IVA del 10 al 4 por ciento. Es lo que se ha denominado suprimir la “tasa rosa”, supresión que está vigente ya en algunos países. Incluso en Escocia se ha aprobado que estos productos se repartan de forma gratuita a todas las mujeres.

Sin necesidad de tirar de hemeroteca todos nos acordamos de como ha variado la política del gobierno respecto a la utilización de las mascarillas durante la evolución de la pandemia de Covid que padecemos todavía con enorme crudeza.

Durante la primera ola, que colapsó en algunas regiones el sistema sanitario -hospitales enteros dedicados casi exclusivamente a Covid, suspendiendo toda otra actividad con algunas excepciones como la Oncología-, nos dijeron que las mascarillas no eran imprescindibles y que había que guardar la “distancia social” y lavarse mucho las manos. Como se consideró que no eran tan necesarias, todas las mascarillas estaban gravadas con el IVA general del 21 por ciento.

El IVA de las mascarillas FFP2 y FFP3


Cuando se acabó el desabastecimiento de mascarillas ya nos dijeron que era fundamental su uso y que con una mascarilla higiénica o quirúrgica sería suficiente y la hicieron obligatoria en ciertos ámbitos. A pesar de que se consideró ya un producto necesario para prevenir la enfermedad se mantuvo el IVA al 21 por ciento y nos contaron que la Unión Europea no permitía bajarlo, hasta que la presión social hizo que en noviembre de 2020 por fin se redujera el IVA de las mascarillas quirúrgicas al 4 por ciento. Sin embargo las otras mascarillas FFP2 y FFP3 se mantienen con un IVA del 21 por ciento.

Se responsabiliza de la subida desaforada de casos en esta tercera ola que padecemos desde diciembre al aumento de la movilidad y de los contactos familiares que se han producido en estas fiestas. Supongo que muchas reuniones familiares se han hecho sin mascarilla pero puede haber otras explicaciones para justificar esta situación. Una es la aparición de nuevas cepas con mucha mayor contagiosidad y otra es que las mascarillas quirúrgicas quizás no protegen tanto como deberían, sobre todo en ambientes cerrados.

En ciertos medios se reclama la utilización de las mascarillas FFP2 de forma rutinaria sobre todo en esos espacios cerrados donde la probabilidad de contagio es mucho mayor -todos hemos visto las aglomeraciones que a veces se producen en el transporte público, exámenes, etc.- Pero estas mascarillas son más caras que las quirúrgicas  y además están gravadas con un IVA del 21 por ciento como si no fueran un producto necesario para la prevención de los contagios

Quizás sea hora de reclamar una bajada de precio de estas mascarillas de mayor protección como se hizo, ya tarde, con las quirúrgicas. Si se hicieran obligatorias en algunos ambientes, es posible que se pudiera ayudar a controlar la curva actual.

Si el gobierno teme quedarse sin una fuente de ingresos por la bajada del IVA, puede compensarlo con creces subiéndolo al 21 por ciento a productos que falsamente se incluyen en la lista de medicamentos como la homeopatía que solo grava al 4 por ciento. Recomiendo el artículo publicado en Redacción Médica el 26 de enero pasado: Homeopatía considerada como medicamento y vendida con 4% de IVA: “Vergonzoso”. Al fin y al cabo, ya se ha subido el IVA de los refrescos, que han dejado de considerarse alimentos, con la loable justificación de que pueden ser dañinos para la salud por su alto contenido de azúcar (eso incluye a los 0,0).