EDITORIAL
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19 jun. 2016 18:00H
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Pese a ser un término de reciente creación y cuyo recorrido está lógicamente por trazar en los años venideros, la Responsabilidad Social Sociosanitaria (RSS) comienza a perfilarse y definirse con la nitidez necesaria como para que su alcance público sea cada vez mayor. Esta nueva disciplina nace a partir del desarrollo propio de la Responsabilidad Social Empresarial o Corporativa, en una suerte de intento por especializar sus postulados y vincularlos por completo a la sanidad y los servicios sociales. Pero, sin embargo, tiene contenidos propios e intransferibles, que seguramente van a suponer un antes y un después en la evolución de su hermana mayor.

Coincidiendo con el lanzamiento editorial de ‘Responsabilidad Sociosanitaria’, este nuevo periódico digital nacido por y para el desarrollo de la RSS quiere comenzar a sentar algunas de las bases de un término radicalmente novedoso, que quiere ser el punto de encuentro de las inquietudes sociales de todos los agentes del sector sociosanitario. Y para ello, nada mejor que marcar distancias con ese equivocado rumbo que algunos quieren dar a la RSC o RSE como un instrumento adicional que, en un mundo empresarial y económico cada vez más complejo e incierto, puede contribuir a elevar las ventas de cualquier compañía.

Hace unas semanas, un conocido órgano de representación de agentes económicos convocó un taller formativo para, entre otros propósitos, mejorar resultados económicos conociendo la relación de los clientes con la RSC y respaldar los procesos de venta en argumentos de responsabilidad social. En el programa aparecían con evidente naturalidad términos como marketing socialmente responsable o comunicación del valor social de la empresa que, a primera vista, parecen extraños o, al menos, controvertidos.

Porque ligar tan alegre como ufanamente el concepto de responsabilidad social a la maquinaria comercial de cualquier sociedad con ánimo de lucro no es el mejor modo de contribuir al progreso de la sociedad desde la acción voluntaria y colaborativa. En realidad, esta aproximación teórico-práctica debería ser poco menos que una aberración; y, sin embargo, está plenamente aceptada y se comercializa estupendamente (185 euros costaba la inscripción al referido taller).

En realidad, el ejemplo forma parte de una estrategia de más calado, que entiende la RSC como un nicho de negocio más, que las empresas terminan por asumir, no porque estén concernidas por la situación de la sociedad en la que operan, sino porque la inacción o la inhibición en esta materia puede terminar volviéndose en contra de sus intereses reputacionales y, por extensión, económicos.

En este esquema, tan simple como la relación entre oferta y demanda, las empresas estarían más pendientes de cumplir con los supuestos requisitos que permiten fortalecer la estrategia propia en RSC (disponer de memoria de sostenibilidad, reportar según criterios GRI, acceder a recursos formativos, etc) que implementar o apoyar aquellas acciones que efectivamente tengan una traducción real en la mejora de la sociedad a la que pertenecen.

Y es en este punto precisamente donde arranca la definición de Responsabilidad Social Sociosanitaria (RSS), basada en dos propósitos tan encomiables como sencillos de enunciar: beneficiar al paciente / ciudadano y contribuir a la sostenibilidad del sistema sociosanitario. Todo lo demás, incluidos talleres del más diverso signo y memorias varias, es obligatoriamente secundario.

La responsabilidad social, cualquiera que sea su adjetivo, debería estar completamente alejada del legítimo ánimo de lucro de las empresas. Este ya viene desarrollándose desde tiempo inmemorial, con los inicios del sistema capitalista moderno y la economía de mercado que, dicho sea de paso, fueron motores de cambio que se abrieron camino en el mundo civilizado sin la menor pizca de responsabilidad social, ni maldita falta que hacía, pensarían muchos de los primeros prohombres que crearon grandes compañías y amasaron no menores fortunas sin apenas pestañear por el impacto de sus acciones.

Todo lo que suponga rodear la responsabilidad social de reflejos y corrientes mercantiles, la despojará de su esencia y valor, y quedará a la intemperie, tarde o temprano, ante el inflexible juicio de una sociedad cada vez más ilustrada y concernida, a la que ya no es posible dar gato por liebre. Desde luego, la Responsabilidad Social Sociosanitaria no ha nacido para tener impacto alguno en las cuentas de resultados.

La RSS aspira a recoger los mejores valores de la responsabilidad social y circunscribirlos al ámbito sociosanitario, fomentando programas de salud que obtengan resultados palpables sobre el bienestar de las personas, procurando humanizar, en el amplio sentido de la palabra, la asistencia sociosanitaria, tanto pública como privada, luchando por asegurar la equidad en el acceso a servicios, prestaciones y tratamientos, buscando sinergias institucionales para hacer realidad la cooperación y ayudando a que el voluntariado pueda canalizarse y materializarse eficazmente.

Y esto puede que solo sea el principio. Porque si la RSS parece una disciplina nueva, justa y útil, es más que probable que termine, con naturalidad e inercia, por ser el campo de actuación de la acción social de los diferentes agentes sociosanitarios. Porque no hará falta venderla ni promocionarla. Porque su autoridad y oportunidad serán tan reales como los beneficios que reporte a la sociedad entera.

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