Mientras en todos los sistemas y organizaciones sanitarias  del mundo se avanza en la interrelación de profesionales recorriendo el proceso asistencial hacia arriba en la asunción de tareas y responsabilidades, en España se enarbola una vez más  la bandera fronteriza, para impedir que la Enfermería, consecuente con su  formación y el papel sanitario que ya desempeña y el que está preparado para asumir, pueda prescribir medicamentos  o llevar a cabo otras medidas terapéuticas para las que se encuentra perfectamente preparada la profesión.

Las paradojas de siempre salen a debate porque, los mismos médicos que se oponen a estas medidas, están pensando y proponiendo que la Enfermería se responsabilice de otra tarea, por cierto para la profesión médica indebidamente relegada: la de la asistencia en el domicilio del paciente. De mal modo se va a poder entender este traspaso de funciones sin dotar a la Enfermería de suficiente autonomía y de unos protocolos que se realicen en equipo y que resuelvan la posibilidad de recetar al enfermo en su propio domicilio.

A lo largo de mi larga y extensa trayectoria de ejercicio profesional, que tantas veces añoro, la relación con la Enfermería, ya fuera en la Medicina rural, en servicios de urgencia o hasta en Unidades de Cuidados Intensivos, he visto abusar de la Enfermería a compañeros que les traspasaban los talonarios de recetas para aliviarse de los sesenta o más enfermos en las consultas de Primaria; o, desde la cama, indicar un incremento de la dosis de un diurético simplemente por la observación de la enfermera. De ahí a trabajar de forma conjunta, confiando en el equipo multidisciplinar, hay todo un abismo.  Y, sin embargo, eso ha existido.

En estos momentos, en el mundo, la Enfermería asume responsabilidades en los quirófanos, en la anestesia, en los triajes de las urgencias de los hospitales… todo ello normalizado, y ello pese a que su responsabilidad supera, con mucho, la de la prescripción que, hasta hace pocos días, contemplaba el famoso decreto ley que ha sido invalidado,  quizás, por movimientos  corporativos de los médicos.

Esas instituciones podían contemplar, en cambio, el intrusismo profesional de quien no forma parte del equipo asistencial, como es el caso de la prescripción en los casos que precisaba el fallido decreto. O el intrusismo, en la prensa y en los medios de comunicación por parte de publicistas, pretendidos expertos en vida sana y deportiva, y hasta de políticos que leen algún manual al respecto y no dudan en lanzar a la opinión pública ‘píldoras de conductas y prescripciones’ sin ningún temor a desvariar y sin que sean corregidos en ningún momento por los colegios de médicos.

En mis guardias de Casa de Socorro, el que mejor extraía el garbanzo que el niño travieso se había metido en la nariz, era el mozo sanitario con su ‘ganchito’ de alambre. Dejémonos de monsergas y que el Gobierno revise el  decreto que  tanto trabajo y tiempo había costado.

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