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13 oct. 2013 19:01H
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Ahora que todos los médicos llevan años funcionarizados y hasta proletarizados, todavía encontramos a alguno que sigue siendo todo un aristócrata, delatado por su vestir y hasta por su ademán. Es Kepa Urigoitia, que seguirá cuatro años más al frente del Colegio de Álava, y al que eso de presidente le queda bien: porque no basta con ser eficaz ni con que te voten. Para liderar algo en esta vida, lo que sea, primero hay que ser y estar presentable. Y muchos médicos de hoy prefieren los cuellos abiertos y las batas arrugadas, olvidando el buen vestir. Kepa Urigoitia no forma, ciertamente, parte de esta marea.

Es la viva imagen y recuerdo de Jaime de Mora y Aragón, aquel dandy políglota que estudió tres carreras pero que triunfó como promotor turístico en la Marbella de Jesús Gil. Quiso ser actor reconocido, pero sólo llegó a ser lo que decía una genealogía atiborrada de condados y marquesados: un noble de tomo y lomo. Urigoitia se le parece en el pelo abundante y engominado, en el riesgo en el uso de los colores, en el pasador de las corbatas y en los gemelos. El monóculo y el bastón terminarán llegando. También les une esa capacidad para destacar y atraer la atención, que a don Jaime le llevó a ser un gran relaciones públicas, y a don Kepa un representante profesional sin el que no se puede entender la defensa de los derechos e intereses de los médicos vascos durante los veinticinco últimos años.

Nacido en San Sebastián, Urigoitia es un médico de Familia con dos especialidades que, en cierto modo, también conectan con la aristocracia: Salud Pública y Sexología. Lo que no parece casar con esta imagen de caballero bon vivant, de señor de otro tiempo, es su irrenunciable condición de sindicalista, aún más arraigada que la colegial. Pero en su propia decisión de optar por la defensa de los compañeros hubo un reflejo elitista: cuando comprobó cómo las centrales de clase defendían casi más a otras categorías profesionales y que los médicos solo conseguirían algo sindicados en solitario, por libre.

Es más sindicalista que colegial, aunque eso no le servirá para evitar las incompatibilidades. Mientras estuvo el presidente Pérez Martí, nunca se interesó en el Colegio. Después, tomó la iniciativa porque en el fondo ve la unidad de acción como una gran ventaja, siempre y cuando no se sindique a los colegios ni se colegie a los sindicatos. La mezcla aquí no es buena.

Hombre más de consensos que de confrontaciones, Urigoitia suscribe y en cierto modo personifica ese nuevo tiempo impulsado por el presidente Rodríguez Sendín en la Organización Médica Colegial: por sistema, mejor el acuerdo, aunque sea más aburrido. Y porque no siempre es posible, y entonces, vuelve el enfrentamiento, que parece estar en el ADN de la profesión, al menos en su vertiente más institucional.

Vive con preocupación el creciente desprestigio médico, cree en la evolución de la ciencia y defiende el humanismo, que sólo se podrá recuperar si se dispone de un poco más de tiempo para dedicarle al paciente en la consulta. Urigoitia, por encima de todo, está dedicando el tiempo a sus compañeros, a los vascos y a los alavases, que, a buen seguro, están mejor representados por este presidente colegial y secretario general sindical que recupera la aureola de suficiencia, porte y exquisitez que un día tuvieron los médicos en este país, para perderla irremediablemente entre estatutos, exclusivas y servicios de salud para todos.


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