Inicio este artículo con una frase que me ayuda a expresar lo que siento, una frase de Carmen Díez de Ribera, una frase que dice así: “La soledad es el precio de la libertad”. Llevo tiempo clamando por la libertad de los médicos y demás facultativos, tiempo en el que he escrito en numerosas ocasiones que es necesario dotarnos de un estatuto propio, de una mesa de negociación propia, de entidades de representación específicas para estos profesionales, incluso últimamente he reclamado que no sintamos vergüenza de exigir disponer de un lobby profesional que defienda nuestros intereses. Con miedo, con demasiadas cautelas, sin arriesgar, pensando siempre en el que dirán, etc., no se avanza.

Tengo que insistir en algo fundamental para que se entienda lo que quiero decir. La medicina y los profesionales que la ejercen, desde el médico en sus diferentes especialidades y todos los facultativos en las suyas, es una ciencia, no exacta y ciertamente extraña, pues, como muchas veces he dicho a mis pacientes, en medicina 2 + 2 casi siempre son cuatro, pero en ocasiones no lo son; en muchos casos me atrevo a decir que es un verdadero arte, una profesión maravillosa, pero también en demasiadas oportunidades acompañada de sinsabores y malos momentos. Aún así, con todo, es una profesión maravillosa. Para acceder a su ejercicio es necesario un esfuerzo que no tienen otras profesiones. Mucho estudio, muchos años de formación, especialización, puesta constante al día, esfuerzo y horarios extraordinarios, responsabilidad, etc., son características que van íntimamente unidas a estos profesionales.

El médico, desde sus primeros pasos en la medicina moderna, ha sido un profesional liberal, ejercía su profesión de forma muy individualista, prestaba ayuda y sus conocimientos a cambio de una contraprestación por parte de los pacientes. Pero la sociedad evolucionaba, los servicios públicos eran un bien social que cohesionaba a la sociedad, democratizaba derechos y servicios, era una señal de progreso de un país, y, entre estos servicios públicos, no el único, pero sí de los más importantes, tampoco vamos a olvidar a la educación o la justicia, estaba la Sanidad. Las sociedades modernas se dotaban de servicios sanitarios públicos, se hacían redes de saneamiento, potabilización de aguas, alcantarillado, toda una red de servicios que mejoraban la vida de los ciudadanos y proporcionaban unas mejores condiciones de salubridad a los habitantes de las grandes ciudades. En este camino, el médico seguía siendo imprescindible, tanto para curar en la enfermedad como para prevenirlas y aumentar la salud pública.

La evolución del ejercicio de la medicina ha ido en paralelo a la de la sociedad, a la industrialización, al desarrollo de la sociedad. Aquello del médico en su ejercicio libre, pasa a ser historia; las sociedades modernas crean servicios de salud, seguros de enfermedad, seguros y mutuas de accidentes, las administraciones, las empresas, la industria, quieren trabajadores sanos, que cuando enfermen se puedan recuperar rápido para volver a sus puestos de trabajo, y, para ello, es necesario disponer de un “seguro”, cada día más desarrollado, más dotado de estructuras y de profesionales. Poco a poco, la profesión pasa de estar basada en el individualismo a un modelo de equipo, de ejercicio en modo cooperativo, por cuenta ajena, como “asalariados”. Aparecen los modelos “funcionariales”, médicos con vinculación pública a imagen y semejanza de otros empleados públicos. Se quiere hacer iguales a los que no lo son. Los médicos pasan a ser funcionarios, empleados públicos, personal laboral público, hasta llegar a esa figura especial, la que he definido en alguna ocasión como “te llamo estatutario porque llamarte “pringado” no suena bien”.


"En estos momentos de tristeza, de pena por esta situación, contra lo que siempre ha sido el principio de compañerismo, de solidaridad, de mutua ayuda, tengo que decir alto y claro que quiero un estatuto y una mesa de negociación propia de los médicos y facultativos"



Al menos, en el origen, el médico tenía reconocido un estatuto propio, el llamado “Estatuto Jurídico del personal médico de la Seguridad Social”, diferenciado del de otros actores que entraban en este modelo sanitario. Pero esto no gustaba a muchos, no gustaba a la Administración, tampoco a otros actores, se intentaba “embridar” a estos “personajes que se creen diferentes”, a estos que escuchamos en boca de un vicepresidente de Gobierno que no quiero nombrar, aunque todos los viejos del lugar sabrán de quien hablo, “no descansaré hasta conseguir que el médico lleve alpargatas”. No digo que lo consiguiera, pero en ello estamos, es uno de los motivos por los que las jóvenes promociones de médicos abandonan este país, se marchan a la búsqueda de algo más que alpargatas.

Bueno, volvamos al asunto del que quería hablar. En numerosas ocasiones he vivido el intento de hacer real eso de “la unión hace la fuerza”, “unidos somos más fuertes”, “es más lo que nos une que lo que nos separa”, etc. Pues no, una y otra vez vemos que la unión es interesada, nos utilizan para beneficio propio otros profesionales, se cubren bajo el paraguas, la fuerza, el peso de los facultativos; se protegen, y después te abandonan. Así en numerosas ocasiones, siempre pensando que buenos somos, la solidaridad con otros compañeros, el trabajo en equipo, para, al final, verte tirado y abandonado.

Por ello, en estos momentos de tristeza, de pena por esta situación, contra lo que siempre ha sido el principio de compañerismo, de solidaridad, de mutua ayuda, tengo que decir alto y claro que quiero un estatuto y una mesa de negociación propia de los médicos y facultativos; y que mientras esto se consigue, mejor solos que mal acompañados. Esto se lo dedico a los compañeros médicos de Madrid que han visto cómo les han dejado solos recientemente.