Una de las frases célebres de Peter Ferdinand Drucker, referente en gestión de las organizaciones, sistemas de información y sociedad del conocimiento, dice que "Sócrates fue albañil. Si volviera a la vida y fuera a trabajar, seis horas le bastarían para ponerse al día. Sin embargo, en una economía basada en el conocimiento, las herramientas y los productos cambian".

Esta frase sirve para introducir lo que quiero hablar en este pequeño artículo. Las organizaciones sanitarias son complejas y en ellas el principal capital, el humano, está constituido por profesionales que poseen profundos conocimientos. Son las organizaciones sanitarias una de las que podemos denominar “sociedades del conocimiento”.

Quiero centrarme en la gestión de la Sanidad Pública, que desde hace ya muchos años viene siendo denostada por los políticos y gestores, que siempre dicen que el sistema público impide una gestión eficiente, que la rigidez de las normas administrativas hace imposible una gestión ágil, y, en definitiva, no ven más salida que “tirar la toalla” y proponer una “privatización” /externalización de los servicios para buscar la eficiencia que son incapaces de lograr desde la gestión pública.

¿Realmente es esto así? Creo que no. La gestión pública tiene unos condicionantes garantistas, que en cierto modo encorsetan al gestor. Estos condicionantes son los que han permitido, entre otras cosas, que la Sanidad Pública no esté sometida a los escándalos de corrupción llamativos y que copen portadas de periódicos que hemos visto en otras esferas de la Administración, al menos hasta ahora no han salido a la luz grandes escándalos en este sector. Lo más “escandaloso” y lo que si fue portada de prensa, televisiones y radios fue el intento de privatización de 6 hospitales y 26 centros de salud que puso en marcha Madrid y que la pelea de los profesionales y los jueces paralizaron.

"¿Quién tiene la capacidad de modificar las normas? La respuesta es clara, y todos la sabemos: los políticos"



Es cierto que, visto desde dentro, no es oro todo lo que reluce. Es cierto que los concursos públicos no son todo lo transparentes que se les supone, o que en la gestión del personal hay aún zonas de más que dudosa adaptación a los criterios de igualdad, mérito y capacidad que se establecen en nuestra normativa. Pero con todo y con eso, la Sanidad Pública sigue siendo eficiente, tanto como para ser considerada una de las que, con menor PIB invertido en Sanidad, obtiene mejores resultados. Esto define la eficiencia..

¿Quién tiene la capacidad de modificar las normas? La respuesta es clara, y todos la sabemos: los políticos. Entonces, si está claro que son estos los que reniegan de la gestión pública de la Sanidad, y en esto no hago distinciones entre partidos, ¿Por qué no cambian las leyes que impiden mejorar la gestión? Complicada respuesta. ¿Hay intereses ocultos que lo impiden? ¿Buscan la privatización como objetivo inconfesable? ¿Tienen miedo a dar el control de la Sanidad a los profesionales? ¿No se atreven a dejar que la organización del conocimiento les deje en evidencia? No quiero seguir haciendo preguntas, pues todas ellas me conducen a respuestas que no me gustan.

Parece razonable que una de las organizaciones más grandes, que representa el 45% del gasto público de las Comunidades Autónomas, que se caracteriza por ser una típica organización de conocimiento, esté dirigida, gestionada y bajo el control de los profesionales que tienen el conocimiento. Toda la estructura sanitaria debe ser dirigida por profesionales, entre los que también incluyo a los gestores. De los clínicos no puedo decir otra cosa que no sean alabanzas, pues su profesionalidad y continuo esfuerzo de formación, del que por cierto la propia administración no se encarga, están garantizados. Quisiera poder decir lo mismo de los gestores, pero no en todos los casos es así.


"Las rigideces del sistema son a veces la excusa del mal gestor para impedir el desarrollo profesional"



Gestores profesionales, formados, conocedores del sistema y sus estructuras, no sometidos a vaivenes políticos, son una de las piezas clave en la gestión del conocimiento. Las rigideces del sistema son a veces la excusa del mal gestor para impedir el desarrollo profesional, el que su único objetivo sea la “administración” de recursos, por encima de la aplicación eficiente de los mismos.  Por ello, no me cansaré de pedir que al igual que el modelo MIR fue la clave de la bondad de nuestro sistema y lo que garantiza la igualdad en el acceso a una sanidad de calidad con independencia de dónde se reciba, los gestores deben ser formados y acreditados por un sistema de residencia similar o con un grado en gestión de organizaciones sanitarias.

Gestión del conocimiento y por gestores con conocimiento, esa es la clave del éxito. Y que la política y los políticos se aparten de la gestión de la Sanidad Pública. Ellos deben marcar las líneas políticas, aunque nos pese, pero no podemos permitir que también las ejecuten. Para eso deben estar los profesionales.