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27 abr. 2014 19:29H
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Una sanidad fuera de las manos de los políticos es lo que le gustaría a José María Borrel, presidente del Colegio de Médicos de Huesca. Una sanidad limpia, de consensos, sin trifulca. Una sanidad apolítica, vamos. Lo de apolítico parece un elogio, pero también puede ser un insulto, según se vea. Había uno que decía "soy apolítico, tanto me dan los de la izquierda como los sinvergüenzas de la derecha". O sea, que no era apolítico.

Como Franco tenía un punto de apolítico, por eso la izquierda y la menos derecha defendían la política y presumían de su acción política. Hacer política era lo más por entonces, cuando estaba prohibido porque estaba prohibido, y cuando se permitió porque no había nada hecho y estaba todo por hacer. Entonces decir que eras apolítico era algo así como ser franquista. O simplemente estúpido.

Ahora un médico como Borrel dice que es mejor una sanidad apolítica y no suena mal, hay mucho otros como él, que hablan de pactos y de consenso y lo que en realidad quieren es que la política sanitaria se convierta en administración sanitaria. En algo así como un decreto continuado, mucho reglamento y menos argumento. Nada de politiquear y sí administrar con rigor. Y otros dicen, o dirían, que esto es volver atrás, al ordeno y mando, al dispongo sin consultar ni siquiera informar.

Quizá Borrel, como todos los médicos oscenses de las últimas dos décadas, haya quedado un poco aturdido por esa presidencia inacabable que ejerció el incombustible José Ignacio Domínguez en el Colegio. Hubo un tiempo en el que, desde fuera, parecía que no había otro médico que Domínguez. Huesca es dispersa, pero en realidad parecía desértica. Deshabitada. Por los menos, por médicos.

Aquello pasó y hoy Borrel es más que presidente de Huesca: también preside el Consejo Aragonés de Colegios, aunque no esté formalmente constituido, aunque le falten estatutos y voluntad para ser algo más que un propósito. Por lo menos, ha logrado que no presida el presidente de Zaragoza, quizá acostumbrado a que Zaragoza exista y todo su alrededor, no.

Con todo, lo primero que Borrel dijo cuando llegó a la presidencia es que no es presidencialista y que apuesta por los consensos. O sea, apolítico. También es consciente del desprestigio de los colegios y de las instituciones en general, y del hartazgo de sus propios compañeros, como seguramente estuvo harto él cuando le representó durante tantos y tantos años el ex presidente Domínguez.

Y para que no queden dudas, insiste en que el Colegio está para recuperar a sus colegiados, pero no para hacer política. Porque su mayor preocupación es que sus médicos no están, no aparecen por el Colegio. No es solo la dispersión, es también la desafección: ni formación, ni actividades, ni servicios ni nada de nada. Con Domínguez el Colegio seguramente dejó de ser, hace muchos años, lo que se pretende que sea y Borrel no puede, en dos días, recuperar todo el tiempo perdido.

Borrel es apolítico hablando también de política sanitaria aragonesa. Ni los que están lo hacen bien, pero los que marcharon tampoco acertaron. Y es también casi apolítico al interpretar su papel en la Organización Médica Colegial: representando a apenas mil colegiados, que encima no aparecen, no se puede pedir ser fundamental.

La sanidad apolítica es una circunstancia impensable, algo que nunca pasará, porque detrás de la sanidad hay muchos, muchísimos votos, y cada vez más. Ahora bien, Borrel, como tantas otras voces en el sector que cuando hablan lo hacen primero desde el sentido común, plantea un ideal que, sin ser apolítico, sí podría ser posible: más entendimiento en lo que es posible entenderse, y menos controversia provocada y agudizada cuando las urnas aparecen en el horizonte.

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