Eran casi las dos de la madrugada, me disponía ir a descansar, me llega un mensaje, lo veo, es de mi amigo Vicente López-Ibor Mayor, me alegro, miro el texto: “…hace una hora falleció mi padre, en paz y rodeado de cariño…”, me quedo helado, noto que una lágrima rebelde recorre mi rostro, no tengo palabras, mi corazón se sobrecoge y, una vez más en solo tres semanas, me embarga la tristeza. Esa tristeza profunda, fría, que atenaza la razón y la garganta. Es dolor, dolor, solo dolor, nada más y nada menos que dolor interno, del que te desgarra por dentro.

Rápido me sobrepongo porque aparece en mi mente Juana, su sonrisa, su calidez, siempre acompañaba a Vicente y nos acogía con una palabra amable, la justa y medida palabra del “savoir faire”. Siempre nos toleró en su casa a los “petardos” de los amigos profesionales de Vicente, sin un mal gesto, con una actitud receptiva y cariñosa que ensalzaba al propio Vicente. En esa casa te hacían sentir importante por el exquisito trato, por la cordialidad, por la nobleza de corazón, por la elegancia, por el cariño y el respeto. No importaba cómo sino más bien quién eras y, sobre todo, cómo eras. Vicente y Juana te acogían, te sentías querido. Luego estaba la familia unida en torno al “pare”, rezumaba una unidad afectiva muy especial, cada uno con su particularidad pero toda ella expresando esos valores educativos y culturales de esas figuras parentales tan presentes.

En el salón de mi casa tengo una foto con Vicente y con Juana, al fondo se ve a Vicente hijo. Miré la foto y la emoción me estrujaba por dentro…


"Vicente era un médico de los de siempre, plagado de virtudes humanas y humanistas"


Vicente era un médico de los de siempre, plagado de virtudes humanas y humanistas, preocupado por el tener que saber lo que acontecía en su profesión. Era un apasionado de la Psiquiatría de la infancia y la adolescencia, toda su vida profesional luchó porque la especialidad fuera un hecho real, se notaba cómo era cuando te derivaba un paciente, primero te llamaba, señalaba lo que le preocupaba y te pedía que le atendieras con interés y luego, siempre, siempre, te daba las gracias. Fue Presidente de la Asociación de Psiquiatría infanto-juvenil, con su serenidad, rigor y elegancia supo integrar a todas las tendencias, creó la comisión Científica de la Sociedad y a los que nos propuso formar parte nos remitió una deliciosa carta que aún conservo “… te ruego que aceptes la propuesta, realizada por tus cualidades científicas, profesionales y humanas…” ¿sabrán muchos dirigentes presentar una petición con tanta ilusión, tanto respeto y tanto cariño?

Además fundó la Revista de Psiquiatría infanto-juvenil, en conjunto con el Prof. Josep Tomás i Vilaltella y con José Luis Alcázar. Por si fuera poco, supo contribuir a la creación de la Coordinadora de Sociedades de Psiquiatría y Salud Mental de la infancia y la adolescencia con el fin de unificar criterios para conseguir la tan ansiada especialidad. Asistía a los Congresos y allí saludaba con cariño a todos, se sentaba en la primera fila a escuchar respetuosamente las intervenciones y sus preguntas eran un manual de clase y reconocimiento al ponente y su trabajo, tuviera el rango profesional que tuviera. Cuando se jubiló de la Fundación Jiménez Díaz, donde trabajó con Pepe Rayo, no abandonó de estar al día y seguía acudiendo a actos científicos y profesionales.

Con ocasión de su 80 cumpleaños su familia decide hacerle un homenaje profesional, Vicente hijo me propone, por medio de José Luis Alcázar, que sea el coordinador de un libro en el que participaríamos todos los que habíamos tenido que ver con Vicente a lo largo de su fructífera carrera profesional. Fue una de las tareas más importantes de mi vida profesional porque todos los invitados participaron de buen grado, porque había gente tan importante como el Prof. Federico Mayor Zaragoza que disciplinadamente cumplió con las normas. La presentación del libro fue un hito donde se reunió la gente más diversa del mundo profesional y del mundo social, Lola Moreno lo describió como “un acto irrepetible con una participación de gente tan diversa que hay que verlo”.

 Autor del artículo entre Vicente López-Ibor y su viuda Juana Mayor (hermana de Federico Mayor Zaragoza).

Vicente no solo nos unificó para ese evento, sino que además gané un amigo: Vicente hijo, al menos, tan cordial, elegante e inteligente como su padre. Unos años más tarde constituimos el Aula Abierta Permanente para la Formación en Trastornos Mentales de la Infancia y la Adolescencia Vicente López-Ibor Camós, tuve el honor de ser propuesto como su director, el acto de constitución fue otro hito de asistencia y reconocimiento, incluida la presencia de Federico Mayor, a las actividades que realizamos acudía Vicente, sobre todo a las más novedosas como la ciberadicción y el ciberacoso en la infancia y la adolescencia, acudía como si fuera un recién titulado, con la misma ilusión y capacidad de atención.

En 1979, siendo yo R-3 de Psiquiatría Infantil en la Clínica Infantil La Paz, como entonces la denominábamos, acudí con mi jefa, la Dra. Flora Prieto Huesca, al Congreso de la Unión Europea de Paidopsiquiatras en Madrid, se celebró en el Palacio de Congresos de la Castellana, los organizadores de ese Congreso fueron Francisco Mendiguchía y Vicente López-Ibor.

Los dos con satisfacción me dijeron “cuando termines la residencia serás el primer titulado en Psiquiatría Infantil”, sí estaba en la propuesta pero aquello se atrasó y me he jubilado y aún no tenemos la especialidad. Pero el cariño, la ilusión y el entusiasmo de Paco y Vicente no lo podré olvidar nunca. Este país de amnésicos interesados olvidan a estas personas y parece que todo es de ahora, con creacionistas o adanistas en el afán de negar lo precedente, así nos va. Vicente siempre les escuchaba, aunque no le gustara lo que decían, pero callaba, movía la cabeza, se preocupaba y se guardaba la desagradable sensación de ver a estos desmemoriados prepotentes aspirantes al poder. Ya quedamos pocos, por desgracia, para dar cuenta de lo precedente y nos silencian, igual que a tí.

Si hay algo a resaltar de Vicente es su faceta humana y humanista, una persona inteligente, culta, elegante, discreto y afectivo con sus amigos, eran cualidades que adornaban a alguien que lo que mejor le describe es decir que fue una buena persona, muy buena persona.
No voy a poder acudir a despedirle por el confinamiento de esta maldita pandemia. Me fastidia no hacerlo, no dar un abrazo a Juana, a Vicente, a Carlos y al resto de esa familia amiga. Me quedo triste y dolorido.
Adiós Vicente, hasta siempre, que la tierra te sea leve