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9 oct. 2014 19:18H
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Ha muerto Ricardo Ferré, el legendario presidente del Colegio de Médicos de Alicante, uno de los grandes animadores de la profesión por su desparpajo y su convicción en que del anonimato nada se obtiene. Era bien parecido, alto y recto, así que le era difícil pasar desapercibido. Pero es que además él no quería, y se daba gustoso baños de multitudes en esos actos sociales de muy diverso signo a los que no le gustaba faltar.

Alcanzó su cénit profesional al ganar las elecciones a la Presidencia de la Organización Médica Colegial en 1986. Ganó por un solo voto a López de la Osa y se convirtió en el sucesor del mítico Ramiro Rivera. Su discurso de investidura fue una extensión de su temperamento expansivo y cordial: “Trabajemos, pues, con espíritu de equipo, a golpe de ilusión y de energía, con vocación de triunfo y con voluntad de colaboración”.

Ferré llegó a la OMC con la difícil misión de apaciguar la fractura entre los médicos y la Administración socialista, que Rivera se había encargado gustosamente de abrir y ensanchar, adoptando una indisimulada posición corporativista, gracias a su bien ganado liderazgo en la profesión. No iba a ser fácil sustituir a un personaje de esta influencia, pero Ferré no se arredró e intentó preparar a los médicos para su más alta misión y atender así “a nuestra reiterada exigencia de no tener más enemigo que la propia enfermedad”.

No lo consiguió, básicamente por una sencilla cuestión de tiempo. Apenas dos años después de llegar al cargo, se vio obligado a dimitir por un escándalo de nombre pretendidamente brillante y ciertamente ridículo: waterpiso. Es posible que por entonces más de un informador intrépido se creyera Woodward o Bernstein por acorralar al presidente de la OMC o al de Previsión Sanitaria Nacional a cuento de unas presuntas irregularidades en la venta de unos pisos de la mutua a familiares directos. Pero ni Ferré ni Gutiérrez Herrero eran Nixon.

Eso sí, los dos terminaron renunciando, como el presidente americano. Ferré nunca se consideró culpable de tráfico de influencias y, de hecho, denunció una diabólica operación de caza y captura contra su persona, que seguramente se originó y creció en la propia corporación médica, que por entonces comenzó a forjar su leyenda negra de conspiraciones y luchas fratricidas por el poder. Sin apenas lograr uno solo de sus propósitos como presidente de los médicos, Ferré abandonó Madrid y regresó a su patria chica por la puerta de atrás.

Un contratiempo de esta envergadura es el final político para el más pintado. No lo fue para Ferré, que se resistió a salir de la escena profesional. Y regresó con fuerza al Colegio de sus amores, Alicante, que le recibió otra vez como presidente en 1996, diez años después de su ascenso a la OMC. Era evidente que el Colegio se le quedaba pequeño, pero Ferré maniobró con la sabiduría que da la experiencia: extendió su influencia al Consejo autonómico de colegios médicos y a la Unión Profesional de la provincia; y después, se atrevió con otros escalones de índole social, que le seguían otorgando esa visibilidad pública que tanto le deleitaba: Casino de Alicante, Club de Opinión Encuentro, Consejo Social de la Universidad… Hasta llegó a presumir públicamente de su amistad con el entonces presidente valenciano, Eduardo Zaplana.

Volvía así, de hecho, a sus inquietos orígenes de ginecólogo que miró más, mucho más allá de su consulta, fundando la clínica Vistahermosa y el Sindicato Médico, antes de enredarse en la OMC. Aquí también regresó, como presidente de Alicante, con la conciencia tranquila y la pachorra del que sabe por encima de miserias y tejemanejes. Sabía que en Madrid nunca podría ser ya lo que estuvo a punto de ser, pero eso no le impidió ejercer de presidente provincial, fiscalizador y contestatario.

El reconocimiento de la profesión le llegó en 2009, en un acto impulsado por uno de los miembros de la comisión constituida en la OMC para investigar las irregularidades inmobiliarias que le salpicaron: el hoy presidente Rodríguez Sendín, entonces representante nacional de médicos titulados. Las paradojas de la vida. Ferré fue entonces alabado como un constante servidor de la profesión, de la formación médica continuada y de los colegios. Y a estos últimos, como a su vida entera, procuró, aunque no siempre le dejaron, mantenerlos lejos del anonimato, para que pudieran servir de una manera óptima al profesional y a la sociedad.

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