El retrato y las pinceladas
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25 abr. 2013 1:18H
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Por Ismael Sánchez

 

El inspector Manolo Molina está en la senda de ser el superintendente don Manuel, el alto cargo madrileño ante el que rendirán cuentas los hospitales externalizados y las empresas que los gestionen. Don Manuel es otra baza más del consejero Fernández-Lasquetty, que no quiere dejar argumento privatizador sin réplica pública. ¿Que ahora la queja es quién controlará a los nuevos centros? Pues la respuesta es una dirección general para mandar sobre todos, o por lo menos, para controlar toda experiencia externalizadora. Caben dos dudas: si podrá hacerlo y si el nuevo puesto era necesario.

Empecemos por lo segundo. Director general de Seguimiento y Control de Centros Sanitarios de Gestión Indirecta. Me suena a comisionado valenciano, pero con más rango. Es una dirección transversal, que alcanzará a cualquier hospital de gestión indirecta, a los existentes y a los próximos. Incluso a otras fórmulas asistenciales, como la centralización de los laboratorios. Una tarea más rutilante y también más ambiciosa que la del comisionado valenciano, uno por cada hospital de concesión, más funcionario que alto cargo, más técnico que político.

Don Manuel ha vuelto a ser político, aunque Manolo nunca dejó de serlo. Ya fue director general, de Ordenación e Inspección, y ahora regresa a la Consejería a una tarea todo lo técnica que se quiera, pero hoy por hoy, repleta de condicionantes políticos. Pero nunca dejó de serlo, político digo, afiliado a finales de los 80, convencido de que se puede hacer política desde posicionamientos técnicos, y llegando incluso a disputar la alcaldía de Fuenlabrada, militando en la cruda política municipal, que curte y enseña como la prensa de provincias a los periodistas.

Recuperemos la primera pregunta: ¿podrá hacerlo? ¿Podrá controlar hospitales, gerentes, directores generales y consejeros delegados de la constelación privada? Hay quien sostiene que no es posible porque con el capital, no hay manera. Pero yo me presupongo todo lo contrario, que la Administración manda por encima de todas las cosas. Y que, pese al descrédito general, especialmente político, el brazo que legisla, con ley, orden o reglamento, es el que dispone.

En algunas teorías ultraliberales, la responsabilidad esencial de las administraciones sanitarias sería nada más y nada menos que el seguimiento y control de los centros, de todos los centros, porque seguramente todos serían de gestión indirecta, gestionados por proveedores, públicos y privados, pero no dependientes orgánicamente de la autoridad. En este escenario el superintendente don Manuel sería aún más que superintendente. Pero esto es la teoría. Sólo teoría (ultraliberal).

La realidad es que la colaboración pública-privada en la sanidad de Madrid va a ser controlada por un inspector que se formó en la escuela de Núñez Feijóo y su añorado Insalud. Como suele ocurrir en esta vida en la que la envidia puja tanto, tuvo más amigos cuando era Manolo el inspector que cuando fue Manuel el director general. De hecho, algunos de sus primeros compañeros aún se quejan de que su papel directivo no trajo ningún beneficio a la Inspección como disciplina y como profesión. Obviamente, no piensan igual los que defienden su valía y trayectoria, ni tampoco Fernández-Lasquetty, que ha confiado en él en un momento de máxima dificultad, para el que seguramente precisa de colaboradores de máxima confianza.

Manolo, Manuel o don Manuel. Inspector, director general o superintendente. No importará el nombre ni la categoría si el hombre y el cargo funcionan.

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