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8 mar. 2014 20:53H
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Siete son las vidas de un gato y hay algunos gerentes de hospital que tienen más (profesionales, se entiende). Más allá de la leyenda, el gato es un poco indestructible, por habilidad, por instinto, por suerte. Vamos, como un gerente de hospital, que dura y dura, puede que no en el mismo hospital, pero sí como gerente. Son los que son y no hay mucho más, por lo que las administraciones y los servicios de salud no tienen otro remedio que explotarlos, conservarlos, intercambiarlos y volverlos a utilizar.

Lo acabamos de ver con Juan José Equiza: un gerente estrella, bien considerado, con muchos enemigos, lo que casi habla mejor de ti que los amigos que puedas tener. Parecía descolocado en la cuna de Cervantes, dejando que otros atravesaran el viento de los molinos y el fragor de las mareas. Desde luego, no tan ubicado como cuando dirigió el Clínico de Madrid. Y en esto que ha vuelto a la primera fila, nada menos que al Ramón y Cajal, donde toma el relevo del nuevo viceconsejero de Madrid. Un ascenso en toda regla.

Acaba de empezar otra vida, pero Equiza ha vivido unas cuantas en los últimos años, desde que se vino a Madrid con el desembarco gallego, allá por 1996, cuando el Ministerio y el Insalud se convirtieron en una sucursal periférica del Sergas. Era cuando Aznar pensaba que la capital de la sanidad era Santiago y que no había discurso más moderno y reformista que el de Romay y sus pujantes y jóvenes colaboradores. Equiza, que había dirigido el Xeral de Vigo, aterrizó en el Clínico San Carlos, no sé si la joya de la corona, pero casi. Y claro comenzó a ganar visibilidad.

Ahora que volvemos a hablar y discutir sobre gestión clínica, Equiza, como buen apóstol del discurso de Romay, fue de los más entusiastas de entonces, y convirtió el Clínico en una auténtica lanzadera de experiencias. Hoy, el centro tiene seis institutos y once áreas de gestión clínica y es, claramente, un adelantado a su tiempo. En realidad, su propuesta era coherente con la filosofía descentralizadora que trataba de implantar el Insalud, en un momento en el que ya empezaba a vislumbrar su inminente desaparición como órgano de gestión todopoderoso. Y la respuesta era que los profesionales asumieran más responsabilidad y que tuvieran cierto margen discrecional, para lograr una asistencia mejor y más eficiente.

En este ideario nada peculiar, que más que filosofía es sentido común, se incluye una apuesta por la gestión privada que le ha valido a Equiza el título de externalizador, descripción que ha sido aireada por algunos esforzados defensores de lo público. Efectivamente, parece que a Equiza no le tiembla la voz al declararse en público partidario de la gestión privada de algunos servicios. Pero igual que, ante momentos de crisis, es defensor del mantenimiento del talento, con reducciones de jornada o cualquier otra medida, antes que del despido. Eso sí, sabe lo que significa la rentabilidad, por su formación económica, y entiende que ese concepto sí tiene sitio en la sanidad. Debe tenerlo, le pese a quien le pese.

Muchos hubieran terminado gustosos con una de las vidas (profesionales) de Equiza al salir del Clínico, pero su idilio con la Administración se trasladó también al ámbito autonómico. El entonces consejero madrileño Echániz vio en él al mejor director general del nuevo organismo provisor de la Comunidad, un Imsalud que solo cambiaba la m por la n porque es muy posible que quisiera heredar muchas de las virtudes del extinto Instituto. Pero no fue posible.

Equiza duró tan poco en el Imsalud como el propio Imsalud, tragado por el Sermas cuando se hizo evidente que aquello de tener dos órganos provisores con diferentes centros y, sobre todo, diferentes condiciones laborales en sus profesionales no respondía a un modelo sanitario concreto sino que era una ocurrencia política para evitar una subida lineal de salarios. En aquel tiempo, Equiza perdió muchas batallas. Llamado a ser una suerte de Núñez Feijóo en el Insalud, le quitaron la farmacia, por obra y gracia de Javier Hernández; los recursos humanos, que se le encomendaron a Carmen Navarro; no le dejaron poner a gerentes, por la oposición del viceconsejero Alfredo Macho, y finalmente, no pudo gestionar sus propios centros por las pugnas con Leticia del Moral, su alter ego en el Sermas. Al final, Del Moral se comió a Equiza y Madrid, con el tiempo, quedó con un solo servicio de salud.

Pero Equiza tenía más vidas. Pasó por la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (SEPI) y por una empresa de análisis clínicos, antes de volver a ser gerente, en el Príncipe de Asturias, de Alcalá de Henares. Y ahora, otra vida, aún más rutilante, con mayores dosis de exposición pública y, por tanto, de riesgo. Pero no parece que eso sea un obstáculo para Equiza, que parece preferir una especie de inmortalidad gestora. De momento, lo está consiguiendo.

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