El retrato y las pinceladas
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6 jun. 2013 20:19H
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Por Ismael Sánchez, director editorial de Sanitaria 2000

 

Ex político y aspirante a sabio convocado por las huestes del Mal, esa Comisión Europea que nos marca el camino del ajuste y la redención. Mucho antes que todo esto, un técnico con mayúsculas, profundo conocedor de la sanidad, con un currículo variado, notable, difícil de igualar. Y por encima de todo, un hombre recto, prudente, sencillo, didáctico y sensible. Es Fernando Lamata Cotanda, memoria viva de nuestro Sistema Nacional de Salud, un hombre que supo decir basta al cuerpo a cuerpo de la política, reconociendo sus limitaciones físicas, pero que ahora ha sido recuperado para la causa porque la sabiduría y el entendimiento son virtudes eternas, que no palidecen en quien las detenta.

La dichosa Comisión quiere contar con él, como uno de los doce expertos que marcarán la pauta en nuevas fórmulas eficientes de inversión sanitaria. Falta la ratificación, y después, faltará saber si le hacen caso, a él y a sus probables compañeros. Desde luego, yo ya me lo imagino en su papel de sabio casi celestial, frágil de presencia, tenue en el discurso, pero inquebrantable en el juicio y en el conocimiento. No le hará falta alzar la voz para exponer certezas enormes y valiosas, recopiladas por su vasto periplo sanitario: Insalud, Escuela Nacional de Sanidad (“allí fui feliz”, ha dicho), Fundación Jiménez Díaz, Consejería madrileña y castellano-manchega y, como colofón, Ministerio de Sanidad.

Sin embargo, duró poco como secretario general de la ministra Salgado y ese no fue su mayor logro político. Sólo un año después de llegar al Ministerio, Castilla-La Mancha volvió a demandar sus servicios, esta vez para ser vicepresidente de la Junta. Desde ese puesto, la evolución es complicada porque o terminas siendo presidente o caes en el olvido; pero el valor de Lamata era tan indiscutible que el presidente Barreda le volvió a encomendar dirigir un quebradero de cabeza cada vez mayor llamado sanidad. Corría 2008, la crisis era ya un hecho y a Lamata no le importó protagonizar un retroceso político como servicio personal e intransferible a la sanidad, su sanidad.

La misma que él contribuyó a configurar en los albores del autogobierno, con la firma de las transferencias, que siempre intentó que estuvieran bien dotadas. Años después, la sombra de la mala gestión, el despilfarro y hasta el mesianismo han terminado por salpicar a un hombre que está muy lejos de parecer un majadero. Y sin embargo, le atribuyen el déficit sin fondo del Sescam, las desviaciones presupuestarias en farmacia y en dependencia, y hasta le mencionan empeñado en construir un imposible: el nuevo hospital de Toledo. Si fuera demostrable su completa responsabilidad en estos despropósitos, Lamata sería, más que un sabio, un simple necio.

Pero hace diez años era posible decir, sin miedo al ridículo, que el mejor hospital de Europa del siglo XXI iba a estar en una provincia castellana. Era posible recurrir al renombrado arquitecto Álvaro Siza, presupuestar 270 millones de euros (casi 45.000 millones de pesetas) y contabilizar 800 camas en habitaciones individuales sin siquiera pestañar. Era la burbuja, la complacencia, la soberbia, qué sé yo. Yo también lo escuché entonces y no me llevé las manos a la cabeza como hago ahora.  

La política necesita el reproche y la acusación para sobrevivir. Demasiado para Lamata, que ha hecho bien en dejarla. Es mejor leer, escribir, pensar, sentir y a Lamata todo eso le pega: hay un cierto aire de pedantería rodeándole, que casi nadie asume de buen grado, cuando en el fondo es reconocer lo culto que es uno, y lo cafres que somos los demás. Quizá no le veamos más inaugurando otro nuevo centro de salud, ni comprobando la marcha de las obras de un formidable hospital. Pero quizá le veamos marcar pauta en Europa, que hoy es tanto como sentar cátedra obligada en España y en el resto de PIGS. Algo parecido le pasó a Almunia, breve líder nacional, longevo comisario europeo. Lamata ha preferido evaporarse de la política para ascender en la sabiduría y ponerla toda al servicio de la sanidad. Si le ratifican.


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