Ojalá la política fuera tan fácil como la homeopatía, que redunda en una sola realidad: no funciona. Desgraciadamente, las cosas son más complicadas en las Consejerías sanitarias y en el Ministerio de Sanidad. Para el caso que nos ocupa, el de las bolitas de azúcar maridadas con agua, Sanidad les ha exigido mediante una instrucción publicada en el BOE que en 3 meses registren todos sus productos y que estos pasen por un control de seguridad y calidad antes de ser puestos a la venta.

Esto no significa que las autonomías, el ministerio y la propia AEMPS le vayan a negar a la industria homeopática la demostración (todavía no lograda) de que sus productos curan y que, por tanto, pueden pasar a llamarse medicamentos. Claro que para eso deberán demostrarlo mediante los ensayos clínicos a los que está obligado cualquier fármaco con indicación terapéutica. Está, por tanto, en la regulación que se avecina no un agravio sino la gran oportunidad para los homeópatas de demostrar que no llevan décadas engañando a sus pacientes.

El pasado martes, 24 de abril, la directora de la Agencia del Medicamento, Belén Crespo, recordaba en la rueda de prensa que daba por concluido el Consejo Interterritorial que, eso sí, cualquier producto homeopático que tenga la ambición de demostrar su capacidad para sanar será retirado del mercado hasta que la ciencia demuestre tal evidencia. Un gesto que tiende la mano acabar con la palabra “timo” como primer apellido del universo homeópata, pero que a su vez pone a esta industria contra las cuerdas al hacerle elegir entre hacer negocio con la salud de los españoles o confiar en que su buen hacer es empírico, demostrable.

Yo, que creo en lo que veo, he visto a muchos consejeros de Sanidad sonreír de impotencia ante la pregunta de por qué no se prohíbe la venta de algo incapaz de demostrar que sirve para algo más que vaciar los bolsillos de un enfermo. “Manda Europa”, dicen. De lo que no veo pero sí creo, me aventuro a predecir que nadie en la industria homeopática arriesgará su negocio del azúcar a favor de una investigación que les dé dignidad y evidencia. Porque saben que eso es inalcanzable y porque no van a detener sus ventas. Por desgracia, la mentira sí tiene una evidencia: necesita beneficios a corto plazo. Ese es su único sentido y qué pena que nuestra salud haya caído en medio de tan triste realidad.