En un lugar remoto, en el norte de Kenia, se produce el asesinato de una cooperante y la investigación revela que tras el crimen está el uso de un medicamento contra la tuberculosis que se está probando en la población y que pone en riesgo la vida de ésta.

Todo esto y más se puede leer en la novela 'El jardinero fiel', escrita por John Le Carré y publicada en 2001, inspirada en unos ensayos farmacéuticos llevados a cabo en 1996 en niños nigerianos. Le Carré apuntala el argumento de su novela con una reflexión rotunda: ”Los medicamentos son el escándalo de África. Si algo denota la indiferencia occidental al sufrimiento africano es la lamentable escasez de medicamentos adecuados, así como los abusivos precios que vienen cobrando las empresas farmacéuticas en los últimos treinta años”.

Han pasado dos décadas desde entonces, y hoy la industria farmacéutica y tecnológica, con unas decenas de multinacionales acaparando el 80por ciento del negocio, supera en ganancias a la industria del armamento.

Pero la carrera para desarrollar nuevos tratamientos es delirante y los beneficios sobre la salud no siempre están contrastados. A modo de ejemplo: las grandes compañías se niegan a desarrollar nuevos antibióticos, simplemente porque dicen que son caros de fabricar. ¡Ah! Y porque los tendrían que comercializar baratos.

La industria farmacéutica y tecnológica controla totalmente la investigación y sus resultados, los cuales, con relativa frecuencia, dependen demasiado de quien los financia. Desde 1980, la industria es la gran patrocinadora de la investigación, en la que los médicos hacen simplemente lo que se les pide. Se nos dirá que todo es investigación, que es necesaria, etcétera. Y lo es, seguro. Pero una cosa no quita la otra.

En un panorama así, los casos de ¿sobornos de la diálisis? que han sido denunciados recientemente no deberían ser una rareza -la compañía Fresenius Medical Care AG (FMC), de productos para diálisis, ha confesado en Estados Unidos haber destinado millones de euros en España a conseguir que los médicos utilizaran los medicamentos más caros de la compañía-.

Hace tiempo que se dice que las sociedades científicas y las organizaciones profesionales deberían mantener una relación menos porosa con la industria, pero los viajes y las investigaciones pagadas siguen estando a la orden del día.

Fijación de precios


Al final, la fijación de precios, que debería ajustarse a los costes de investigación y producción, tiene un carácter abusivo y especulativo. Al contrario de lo que muchas veces se afirma, el precio final de las medicinas más caras tiene poca relación con los costes de investigación y desarrollo. Las afirmaciones de que los costes de I+D son la causa del aumento de los precios pueden refutarse fácilmente analizando los datos.

De hecho, no hay ni las más mínima prueba que lo respalde. Los precios dependen mucho más de la mercadotecnia y comercialización del producto. Además, la cuantía del gasto de la industria farmacéutica en investigación no se conoce. Lo que sí se sabe es que los gobiernos, a través de las universidades, invierten grandes cantidades de dinero en el desarrollo de nuevos fármacos.

En resumen, hay una inversión pública muy importante en las distintas fases de la investigación. La industria propone y promueve los ensayos clínicos de sus productos sanitarios y “encarga” su realización al personal sanitario de los hospitales públicos, que son los que tienen gran cantidad de pacientes. Por consiguiente, se beneficia de la inversión pública —no siempre libre de conflictos de interés—, se apropia de las patentes y fija los precios de los productos.

Los abusos constantes de la industria farmacéutica y tecnológica no tienen justificación: sus actuales ejecutivos son extremadamente hipócritas. Como ha señalado recientemente la Federación de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad Pública, “la globalización le ha permitido maximizar sus beneficios, ya que compran las materias primas en los países donde son más baratas, instalan sus fábricas en donde las condiciones laborales les son más ventajosas, y venden sus productos fundamentalmente en los países donde la población tiene mayor poder adquisitivo”.


"Sería importante poner en marcha una Agencia Europea de productos farmacéuticos y unificar las compras"


Lo bueno es que algo hemos aprendido durante estos años, entre otras cuestiones, ahora sabemos que sería importante poner en marcha una Agencia Europea de productos farmacéuticos y unificar las compras.

Ya se han aprobado sendos informes del Parlamento y de la Comisión Europea que apuntan algunas medidas para poner coto a la especulación de las compañías sobre los nuevos medicamentos y para establecer criterios de interés público para la salud, en el pago y la propiedad intelectual de los nuevos medicamentos, así como también para las nuevas tecnologías sanitarias.

Paralelamente, en la 72a Asamblea Mundial de la Salud (Ginebra, mayo, 2019) se ha presentado una declaración que insta a los Estados de la Organización Munrdial de la Salud (OMS) a adoptar medidas para compartir información sobre los precios de los medicamentos y otras tecnologías sanitarias, los costes de los ensayos clínicos, y los gastos en concepto de publicidad, entre otras recomendaciones de importancia.

Los medicamentos de alto coste deberían ser regulados racionalmente aceptando solo aquéllos que beneficien a la población. Para financiar medicamentos así seleccionados se requieren estrategias comunes entre países que incluyan opciones tales como flexibilidad de acuerdos comerciales, creación de fondos nacionales de recursos o compras conjuntas entre países para potenciar su poder de negociación.

No podemos permitirnos el lujo de que cada Estado miembro haga la guerra por su cuenta y negocie para obtener el precio más bajo. Se trata de evitar, en definitiva, el sálvese quien pueda.