El retrato y las pinceladas
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20 mar. 2013 19:01H
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Por Ismael Sánchez

 

La reaparición de Gabriel Uguet al frente de un nuevo proyecto hospitalario es en realidad el perpetuo regreso de la sanidad privada, que está, pero no lo suficiente, que amaga con un estruendoso enfado, para después conformarse con un poquito más de colaboración con la pública, que quisiera ser más indispensable, pero que de momento sólo está para completar.

Nada es como les gustaría a los prohombres de la sanidad privada, pero eso no evita que algunos insistan en sus convicciones. Pese a que la privatización sea una tediosa tortura sin fundamento, y que sus altavoces dejen los oídos de los demás pitando permanentemente, como ocurría en la conclusión de las noches de discoteca. Pese a que les vean como bandidos, como asaltadores, como aprovechados, e incluso como usurpadores, los hay como Gabriel Uguet, que creen por encima de consideraciones. Y, sobre todo, creen por encima –y por debajo y por en medio- de la actualidad.

 Lanzar ahora un nuevo hospital privado, con la que está cayendo, sólo puede ser consecuencia de la convicción, porque Uguet no parece precisamente un provocador. Más bien es un alumno aventajado de un modelo inexistente, que pugna por hacerse realidad. Lo expuso hace unas semanas, a título personal: universalizar Muface para garantizar así el sistema, manteniendo su universalidad y gratuidad, consagrando la libre elección de médico y de centro, introduciendo valores como la competencia, el mercado y la eficiencia, y reservando al Estado el papel de regulador.

También añadió una última condición para lograr la transformación de nuestra sanidad: valentía política. Y entonces supo que su discurso era puramente teórico.

Pero Uguet no renuncia a que perviva el ejemplo. Y como presidente de la Federación Nacional de Clínicas Privadas no tenía más remedio que predicar, aunque sea en esta España que en materia de sanidad privada no es desértica pero tampoco frondosa, si acaso mesetaria, ni fu ni fa, un poco por aquí, un menos por allá.

En Baleares, que no es la península, hay más opciones de desarrollo. Hay más tradición de colaboración, más consideración hacia el turismo, más visión para ofrecer un servicio sanitario óptimo. Y allí establecerá su proyecto, Hospital de Llevant.

Creer en la privada es toda una aventura, ahora que tras la privada algunos solo ven tiburones, paraísos fiscales y fondos de capital riesgo  con ganas de enriquecerse a costa de la enfermedad ajena. Uguet cuenta con su fórmula -ProA Capital-, pero no tiene cuernos ni tridente. Es un inversor que tiene depositados en España 250 millones y que, a buen seguro, traerá más. En Llevant, que apostará por la atención sociosanitaria, hay invertidos 18 millones. Trabajarán a partir de junio 130 profesionales, 50 de ellos médicos.

No son necesarios más datos, ni para las críticas ni para las convicciones. La privada seguirá en la diana de los defensores de la sanidad pública y de muchos otros que comprenden su papel, pero que disfrutan con que la discusión esté politizada hasta los tuétanos. Y Gabriel Uguet, y algún que otro mohicano como él, insistirán en su idea de dinamizar el sector sanitario con iniciativas empresariales que, procurando el mejor servicio, logren introducir conceptos que todavía, pese a proclamas y manifestaciones, no son la moneda común del Sistema Nacional de Salud.  

Manuel Llombart

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Guillermo Schwartz

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