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10 may. 2022 10:00H
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¿Es de interés general el funcionamiento interno de Hospitales y Centros de Salud? Porque, para muchos, lo mejor es tratarlos como una caja negra, de la que solo nos importan los resultados. Los famosos indicadores. De hecho, así los evalúan las gerencias y las consejerías.

Si usted se contenta con este enfoque elemental, le anticipo que este artículo no le va a interesar. Por otra parte, si usted es consciente de lo que aportan las instituciones sanitarias en su Salud, si ha encontrado alguna vez a su médico tenso, como si funcionara bajo una inmensa presión, si detecta que ahí hay algo que no funciona, le invito a continuar la lectura.

No voy a entrar ahora en una reivindicación de lo dilatado o complejo de la formación del trabajador sanitario. No es hoy el asunto que me ocupa. Sí lo es, en cambio, que se trata de un ejercicio diario de cara al ciudadano en su momento de mayor fragilidad, física y emocional. Se trata de implicarse mucho más allá de lo técnico en aspectos dolorosos de la vida personal de tantos conciudadanos. Y ojo con esa palabra, implicación.

Asumo que el ciudadano ya tiene una idea acerca de lo acuciante de los costes sanitarios. No es preciso, por tanto, insistir en su brutal incremento a lo largo de las últimas décadas. Tampoco hace falta detallar la lógica institucional en torno a la mejoría de la eficiencia en el gasto. En plata: sacar el máximo por cada euro invertido.


De modo resumido: para cada servicio clínico, la institución elige un jefe afín que conoce los problemas concreto



Claro que, en este empeño, las instituciones se encontraban con que sus gerentes tenían un conocimiento solo relativo acerca de las cuestiones que administraban. Dicho de otro modo: que cualquier cirujano conocía bien lo que hacía, mientras que su director de hospital tenía que conformarse con las explicaciones que aquel le daba. Un desencuentro desesperante.

Todo eso acabó hace más de una década. Y la solución fue la gestión clínica. De modo resumido: para cada servicio clínico, la institución elige un jefe afín que conoce los problemas concretos — y las flaquezas del personal —. Un señor que actúa de minigerente, y cuya renovación depende del cumplimiento estricto de una serie de objetivos marcados desde arriba.

La solución fue magnífica, no cabe la menor duda. Las gerencias se aseguraban así de tener un capataz a pie de obra, y con conocimientos técnicos. Una especie de sargento de hierro con que disciplinar a una tropa, la médica, tan anárquica como caprichosa. O tal es la fama que nos precede en los foros de gestión.

Ni que decir tiene que los poderes conferidos al jefe de servicio fueron extraordinarios. Señor de puentes y vacaciones, tiene la potestad de interferir en tu vida personal, dependiendo del talante o del estado de humor. Pero, aun más significativo, te permite operar, ir a congresos, desarrollos profesionales o, alternativamente, te relega a esos oscuros rincones de la asistencia donde se vegeta durante años. Todo, dependiendo de tu “afinidad” — o falta de ella — con el sargento. Que, en el fondo, no es sino “afinidad” con la gerencia. Y, por tanto, con el sistema.

Sin embargo, las realidades cotidianas pueden ser mucho más duras. El capataz, omnipotente, puede faltarte al respeto de modo más o menos velado, descalificarte delante de los demás, y una serie de prácticas que hoy se conocen como “mobbing” o acoso laboral. Prácticas que, con la normativa española en la mano, anticipan un recorrido administrativo y/o penal tórpido, cuestionable y azaroso. En plata, una vez más: que si te toca un jefe duro, desconsiderado, es mejor bajar la cabeza e intentar pasar desapercibido. Como en la mili… ¿Recuerdan?

El jefe te evalúa y te puntúa a su entera voluntad, sin que te quepan mecanismos de defensa efectivos. Tiene los mecanismos para “construir” su equipo de adeptos y “sugerir” a los díscolos que no son bienhallados en su servicio. Y nada llega a los órganos de dirección, dado que nada es demostrable. Y, caso de llegar algo, las gerencias se guardarán mucho de desautorizar a sus cabos de varas, tan cruciales para el funcionamiento institucional.

Pero lejos de mi intención el remachar sobre la falta de autoestima o el lamento colectivo. Porque las cosas cambian; lo están haciendo poco a poco. Y con un adecuado grado de consciencia y solidaridad, cada uno de nosotros puede convertirse en vector del cambio.


El jefe te evalúa y te puntúa a su entera voluntad, sin que te quepan mecanismos de defensa efectivos



En las escuelas de negocio del mundo mundial se habla cada vez más de la importancia de la motivación del trabajador, de liderazgos positivos y de la construcción de equipos. De la necesidad, por tanto, de neutralizar al jefe tóxico, abusador o intimidador, viejo resabio de un pasado aferrado a nuestras instituciones por una inercia incomprensible.

Imaginen la importancia todo esto en el ámbito sanitario. Es crucial para la Salud de los ciudadanos que esa atmósfera positiva cale, y que las instituciones generen una normativa efectiva a tal efecto.

Es preciso, por tanto, generar procedimientos para evaluar al Jefe. Y no desde arriba, con los indicadores macro de cuya excelencia ya se ocupa este de sobra. Es clave que las autoridades adquieran conciencia de que, en busca de la eficiencia, han sembrado los Hospitales y los Centros de Salud de pequeños dictadores. De lugares invivibles donde se curra mucho, sí, pero con la mirada baja y las orejas gachas. Y el que curra temeroso, lo hace a medio gas. Sobrevive a tientas, evitando toda implicación. Y podemos hacerlo mucho mejor.