Nuestro país tiene un contrato social peculiar con los médicos del Sistema Público. Es empleo público, pero no es funcionariado sensu estrictu. Es un funcionario peculiar llamado estatutario, puesto que se rige por una normativa especial llamada "Estatuto".

Usted tiene todo el derecho a interrumpir la lectura de este artículo diciéndose que tiene cosas más interesantes a que dirigir su atención. Y sería del todo comprensible.

Pero también podría considerar que de la relación contractual antes mencionada derivan buena parte de los males que dificultan una regeneración del Sistema Nacional de Salud. Y también que a usted y a su familia se le puedan ofrecer cuidados de calidad. Quizás así tenga una mayor motivación para seguir leyendo.

El "Estatuto" es antiguo como el mundo, y se resiste tenazmente a renovarse. Es lógico. Para sus defensores, es un modo de defender la figura profesional de los abusos del poderoso. Que llegue un jefecillo cualquiera — un poner —, y ordene: "mañana usted se va a operar a ciento veinte kilómetros, que es ahí donde me hace falta". Como en cualquier empresa privada, vaya. Claro que esto es solo un ejemplo elemental.

En un mundo politizado y con un nepotismo enraizado, cabe imaginar equipos clínicos configurados en torno a caciques de ordeno y mando, "tú sí; tú no", arbitrariedad a prueba de bomba con débiles subterfugios y exigencias de adhesiones inquebrantables. El mundo de las antiguas cátedras, por ejemplo.

Frente a ello se alzó la plaza en propiedad, ganada en dura lid en oposiciones que, en algunos momentos, incluso consiguieron ser justas. Para ser funcionarios, a los médicos solo les faltó el acceso a MUFACE. Es sorprendente: los médicos tratan a los beneficiarios de MUFACE, pero no pueden disfrutar del beneficio, considerándose casi funcionarios. Casi. Porque, para las congelaciones o recortes de sueldo, no hay casi. Se nos aplica como al resto de los trabajadores públicos.

Para otro momento dejo un elemento crucial, apuntado en el segundo párrafo: si la figura de un médico casi funcionario es adecuada para los tiempos que corren. Mi opinión es que no. Y está en relación con lo que viene a continuación.

Una de las cuestiones que más me sorprendieron en mi juventud — ya lejana —, es la práctica paralización de las oposiciones en Salud. Porque para los funcionarios propiamente dichos — Justicia, Educación y un largo etcétera —, las convocatorias venían puntuales. Nunca entendí el porqué, ni nadie quiso explicármelo nunca. En aquella época, todas las decisiones del régimen andaluz anterior estaban rodeadas de un extraño secretismo. Y preguntar se consideraba una insolencia insoportable.

Pasaron las décadas, y la vida del médico de la Sanidad Pública se dividió en dos mitades: larguísimas precariedades y, al fin, la plaza en propiedad, casi siempre cumplidos los cuarenta.

No puedo evitar la impresión de que los responsables de recursos humanos, por ahí arriba, se percataron hace tiempo de lo que yo: que el médico funcionario tipo "tío de la ventanilla" es un mal invento, propio de países en vías de desarrollo. Se soporta por un encanallamiento socio-sanitario: evita algunas arbitrariedades y justifica los bajos sueldos. Hace inevitable la figura del médico penco — como en todo el funcionariado —, que se compensa con tantos otros, abnegados y entregados, que vienen a cubrir las faltas del primero por un corporativismo incomprensible.

Los de arriba, a la chita y callando, lo han paliado rizando el rizo con lo del encanallamiento: retraso las oposiciones casi sine die, haciendo plantillas de interinos con lo del "tú sí; tú no" — ¿se acuerdan de lo del "contrato con perfil"? — y cambiando lo de la oposición por el «concurso oposición», donde lo que vale realmente es el tiempo trabajado. Tiempo trabajado en adhesión inquebrantable. Nada nuevo bajo el sol.

¿El resultado? A la vista está. Jefecillos y gerifaltes. A grito limpio y amenaza velada. "Yo que tú no protestaría, dado tu estado laboral". Construir así equipos. Muy ilusionante, todo ello. Y así, una ola de jubilaciones. A reemplazarlos, en una atmósfera de ordeno y mando. Sigo transmitiendo.