El retrato y las pinceladas
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30 jul. 2013 17:56H
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Resulta que a Enrique Beotas le conocía todo el mundo. No sólo sus fieles reboticarios, esos oyentes trashumantes que iban de emisora en emisora sin importarles filias ni fobias. La Rebotica pasó por casi todas: SER, Radio España, Radio Voz, Onda Cero, COPE, Punto Radio y ahora Gestiona Radio. Siempre había un punto del dial donde volvía a aparecer ese programa inclasificable, genuino, que seguramente creó un modelo que se acaba en él. Sin Beotas, hasta la propia palabra rebotica parece haber perdido su significado.

Digo que a Beotas no solo le conocían en la sanidad, donde era una autoridad periodística, y seguía siéndolo, pese a los cambios, a los nuevos medios, a las nuevas maneras de la profesión. Le conocían y querían también en el periodismo, en la política, en la comunicación. La sanidad le había hecho grande, pero, a la vez, la sanidad se le había quedado pequeña. Y, curiosamente, no son sanitarios la mayoría de escritos y recuerdos leídos en los últimos días.

En verdad que hay muchos reboticarios, fuera de la sanidad, muchos de ellos ilustres compañeros de profesión: José Antonio Sánchez, Amancio Fernández, Isabel San Sebastián, José Manuel Estrada, Bieito Rubido, Manuel Campo Vidal, Amador G. Ayora, Marta Robles, Rafael Martínez Simancas, Gaspar Rosety, Agustín Valladolid, Lorenzo Silva, Fernando Jáuregui, Miguel Ángel Bastenier, Román Cendoya… Hay también  políticos (Alberto Núñez Feijóo), comunicadores (Pedro Ruiz) y, claro está, sanitarios. Pero estos no son, ni mucho menos, los únicos.

Estremece escuchar de nuevo a Beotas, en el último programa de la Rebotica, el que dejó grabado antes de emprender viaje a Santiago. Recuerdo entonces cuando le conocí, hace quince años, cuando él ya era omnipresente en el sector y yo estaba intentando empezar. Nos unió, por tan sólo unos instantes, una casualidad: él venía de ser asesor de comunicación en Previsión Sanitaria Nacional y yo había escrito algunas informaciones sobre lo que estaba ocurriendo allí: tiempos difíciles, la intervención, la destitución del Consejo, las dudas de miles y miles de médicos sobre el futuro de sus ahorros.

No me dijo nada de todo lo que a buen seguro sabía de esa Casa. Ahora pienso que quizá me lo quiso poner en bandeja, toda esa leyenda de la investigación, las fuentes, el documento, la verdad que los periodistas, unos más que otros, veneramos en ocasiones, despreciamos en otras, depende de cómo salga el trabajo. En PSN, por entonces, había unas cuantas historias que merecía la pena perseguir y contar. Quizá Beotas se echó a un lado y me las dejó contar casi todas a mí.

Seguramente hizo bien, pues pudo contar otras muchas, más interesantes y de mayor recorrido.  Y lo debió hacer tan estupendamente que el reconocimiento rebasó por completo las cercanas fronteras de nuestra pequeña sanidad. En la muerte, donde se mide el alcance que cada cual tiene en la vida de los demás, Enrique Beotas ha demostrado que era un profesional contrastado y una persona querida. Y que su recuerdo, que es la última baza que tenemos los humanos para acariciar la eternidad, se mantendrá vivo por muchos años en los que tuvimos la suerte de saber de él, de conocer su trabajo y de calibrar su influencia y aportación al sector al que pertenecemos. El también, aunque haya quedado claro que sus reboticarios eran y serán una legión infinita y, desde ahora, inconsolable.

 

 


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