Decía Martín Luther King: “No me preocupa el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los sin ética. Lo que me preocupa es el silencio de los buenos”. Y al oírlo, parece hablar de parte de la población que encontramos en España ahora.

Cuando veo el mapa publicado por Redacción Médica sobre el número de camas que se cerrarán en verano, veo que los especialistas en Medicina Preventiva deben añadir, como factor de riesgo de enfermedad y de mal pronóstico, la estación del verano o la época estival. Esta se añade al riesgo de tener cierta edad, o de no tener papeles, o de no ser jubilado con pensión mínima, o de ser inmigrante, o de ser parado mayor de 21 años, o de tantos y tantos epígrafes como se han ido añadiendo desde que comenzó la crisis.

Crisis que los políticos han usado para echarse en cara modelos de gestión y diferencias programáticas. Pero lo que es cierto, a la vista del cuadro, es que todos hacen lo mismo, independientemente de quien gobiernen en la nación, la sanidad está transferida y todos aprovechan para recortar y recortar en lo fundamental: cerrar camas, no contratar profesionales y verbigracia, al crear nuevas infraestructuras como el nuevo Hospital de Granada del PTS, recortar profesionales so pretexto de fusión… Pero la población atendida no solo es la misma, si no mayor, al abarcar área metropolitana próxima, que antes estaba sectorizada, con ello el caos como así es está garantizada.

Y mientras los pobres ciudadanos -pacientes y usuarios del sistema- resignados, van bajando sus perspectivas sobre un Sistema Nacional de Salud que un día fue joya de la corona: universal, público y hasta equitativo, y con la más alta valoración nacional e internacional.

De eso va quedando cada día menos. Ahora es uno más gracias a la inmundicia de esa clase política que es incapaz de ponerse de acuerdo para el bien común, sin altruismo para quien le elije y que solo cegados de orgullo y supuestas estrategias partidarias solo buscan su interés. Por algo está la ciudadanía cada día más asqueada y decepcionada.

Los profesionales están al borde de la desesperación. Su profesionalidad ha impedido que el deterioro de la calidad asistencial y los efectos de los recortes se hayan notado de manera especial. Pero la capacidad de aguante tiene un límite que raya lo físico y humano: al exilio de profesionales jóvenes por falta de perspectivas futuras, al maltrato laboral por pérdida de derechos, a la bajada retributiva y no restituida hoy en las diferentes comunidades autónomas por igual, a la presión asistencial… Se une la presión laboral al acumular turnos, no dar descansos, tasa de reposición mínima o nula, contratos a porcentaje de tiempo, etc. Y todo lo cerraría un capítulo de novela negra.

No es ser pesimista -ya que un pesimista es un optimista con experiencia- es que o hacemos un Pacto por la Sanidad ya, con el compromiso de todos donde fijemos estándares cartera de servicios homogénea, un modelo de financiación garantizado  y equidad en todo lo razonable y esperable o esto se va al garete y a nuestro altísimo nivel de impuesto y escasez de servicios uniremos el más costoso y esencial la sanidad, la salud.

De verdad, sin ánimo de ser atrabiliario, unámonos por una vez defendiendo el mejor legado que podamos dejar a las nuevas generaciones. Cuando se trabaja en equipo, las fortalezas están en las diferencias no en las similitudes.

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