La ciencia no escapa a las modas y la Biomedicina no es inmune a las tendencias. Si en los años setenta las grandes revistas cubrían sus portadas con imágenes sacadas de artículos de Física Nuclear, en los ochenta el protagonismo lo robó la Biotecnología y el futuro de un planeta mejor alimentado gracias a ella. Al entrar el nuevo siglo los focos se trasladaron a las técnicas masivas y, de repente, los laboratorios se llenaron de infinitas tablas de datos, difíciles de organizar y casi imposibles de analizar. En ocasiones la pregunta inicial se diluía en el maremágnum de números asociados a una secuencia. Sin embargo, sin dejar atrás la locura del “Big Data”, los que nos dedicamos a esto de romper secretos de la naturaleza a favor de los seres humanos, apuntamos a nuestro interior.

Tímidamente, empezamos a buscar respuestas en nuestras defensas y la inmunología se instauró en un número importante de experimentos. “¿Por qué dejamos de defendernos?”, devino la pregunta a responder. Fue entonces que las portadas se compartían entre los avances tecnológicos, edición genética incluida, y el papel de la defensas en patologías otrora alejadas del sistema inmunológico, según los sagrados libros de texto. Pero pocos vaticinaron el acecho de una nueva revolución, y así llegaron esos pequeños “bichos” que, por derecho propio, han encontrado papeles importantes en la película de la Medicina.

Siempre han estado ahí, incluso mucho antes que nosotros. Ahora nos percatamos de que su influencia va más allá de un simple equilibrio. Según estudios calientes, nuestra microbiota intestinal puede tener efectos en la aparición de ciertos tumores y hasta “controlar” su evolución. Algunos apuntan que las variaciones en la composición microbiana se correlaciona con el progreso y la respuesta a tratamiento en enfermedades crónicas como el VIH. Los más especulativos indican que la difusión de factores segregados por la microbiota regulan la respuesta de nuestras defensas ante la aparición de “agresiones” externas y “desordenes” internos.

Una pléyade de patologías están siendo examinadas a la luz de estos “nuevos” conceptos que, simplemente, intentan vernos como un todo donde los pequeños habitantes del intestino juegan una función. No está lejos el día en que un análisis exhaustivo de la flora será requisito para la toma decisión terapéutica en la consulta médica generalista, por no hablar de los marcadores de interacción entre microbiota y el sistema inmunológico para estratificar a los pacientes y escoger el fármaco eficaz. Es tiempo de desenpolvar los tratados de microbiología… tantas moscas no pueden estar equivocadas.