EDITORIAL
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16 oct. 2013 18:59H
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La imagen de cordialidad y normalidad institucional que ofrecieron hace unos días la nueva consejera de Igualdad, Salud y Políticas Sociales de Andalucía, María José Sánchez Rubio, y el presidente del Consejo Andaluz de Colegios de Médicos, Francisco José Martínez Amo, bien pudiera ser el inicio de una bonita amistad, tras años de desencuentros, pero la realidad es, a la postre, muy diferente. Y los médicos andaluces lo saben muy bien.

No es la primera vez que asistimos a una reunión entre la Junta de Andalucía y la corporación médica. La especial configuración del Consejo, con renovación de su junta directiva cada dos años, casi obliga a un encuentro oficial, al menos con esa frecuencia. Hemos visto ya a varios presidentes, que aún siguen al frente de sus respectivas provincias (Sánchez Luque, Javier de Teresa), posar junto a la ex consejera Montero en lo que era interpretado por ambas partes como el inicio de una nueva era plena de diálogo y entendimiento, que iba a ser pletórica para con los intereses de los profesionales. Pero no.

Esta vez, la imagen obtenida ofrece novedades interesantes con respecto a las de las últimas ocasiones. Una nueva consejera, Sánchez Rubio, destacada por algunos analistas por su demostrada capacidad de diálogo. Y un presidente relativamente nuevo en el escaparate médico, Martínez Amo, sucesor del histórico Francisco Ortega en Almería. Quizá ambas circunstancias sean las que posibiliten, en verdad, un nuevo tiempo en las relaciones entre la Junta y los médicos porque, muchas veces, profundos distanciamientos institucionales son remediados por una útil sintonía personal que, cuando se logra, es muy productiva. Al final, en relaciones así, pesa mucho el componente personal.

Y es evidente que la ex consejera Montero ha sido una política de armas tomar para los médicos andaluces. Y ello pese a la firma de acuerdos tan significativos como el logrado hace dos años, dirigido a la colaboración en materias específicas como la formación o la acreditación, pero que con el discurrir del tiempo no han logrado el alcance deseado. De hecho, una de las primeras tareas que se han puesto Sánchez Rubio y Martínez Amo es retomar aquel acuerdo “para avanzar en la mejora de la sanidad pública y la calidad asistencial”.

Otro tanto ocurre con el Sindicato Médico, que ha sido algo más directo en la valoración del encuentro con la consejera. “Sólo pedimos diálogo”, ha dicho el presidente Antonio Rico, convencido, como toda la central, de que el principal problema con la anterior consejera era una evidente y sistemática ausencia de interlocución.

Puede parecer sorprendente, pero el mero hecho de que Sánchez Rubio abra las puertas de la Consejería y reciba con mayor disponibilidad y frecuencia a los representantes médicos ya será un motivo notable para elogiar los primeros movimientos de su gestión, aunque luego no conduzcan a ninguna mejora o avance concreto para el colectivo.

Pero los que, al margen de cómo transcurra la relación con la nueva consejera, tienen que hacer un ejercicio autocrítico inevitable son los representantes médicos que, una y otra vez, atrapados por no se sabe qué parálisis de origen diplomático, no son capaces de alzar sus protestas y quejas, que son las del colectivo, ante la buena voluntad política, cuando ésta tiene a bien manifestarse. La cordialidad no tiene que ser incompatible con la contundencia y mucho menos con los principios. Y si los médicos andaluces sienten el agravio administrativo desde hace años, la mejor manera de mostrar su descontento ante la opinión pública puede que no sea precisamente haciéndose fotos con la nueva consejera.


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