EDITORIAL
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10 ene. 2020 11:40H
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María Luisa Carcedo deja de ser ministra de Sanidad, Consumo y Bienestar Social como llegó, con discreción, sobre todo atendiendo a la primera de las acepciones que ofrece el Diccionario de la RAE: "Sensatez para formar juicio y tacto para hablar u obrar".

Sin mutar sus maneras (venía de liderar la secretaría del PSOE en temas sanitarios), pasó a ser repuesto de emergencia ante la traumática salida de Carmen Montón; luego bálsamo para un ministerio que en los últimos años ha sido proclive a las escenificaciones políticas estridentes; y finalmente acción para que en este año y medio escaso, buena parte de forma interina como el resto del Gobierno, al menos diese la sensación de que en la sede del Paseo del Prado no se había dejado de trabajar, sobre todo en los despachos más nobles. Con otr@s ministr@s la relajación en precampaña electoral ya era manifiesta.

Pero es que Carcedo tal vez había estado preparándose toda su vida (puede que incluso sin saberlo) para ser ministra de Sanidad. Licenciada en Medicina, con una amplia trayectoria política siempre muy ligada a la defensa de la sanidad pública, su perfil tranquilo (forjado en el conocimiento del sector) hacía de ella un valor seguro para cuando el partido necesitase. Por eso extraña más que Pedro Sánchez no sepa retener un talento que en este tiempo ha pacificado Sanidad y ha dado frutos en diversos escenarios, especialmente en Ordenación Profesional y Salud Pública.

Tampoco ha desentonado su escudero, Faustino Blanco, que se antojaba más combativo por su etapa de consejero asturiano, pero que junto a Carcedo se ha convertido en un secretario general que seguramente habría necesitado más recorrido temporal para demostrar todo el repertorio de sus capacidades. La impronta en la reforma de la Atención Primaria al menos la ha esbozado de la mano de la ministra.

Tal vez el pero del paso de Carcedo por el Ministerio de Sanidad ha sido la política farmacéutica. No supo o no quiso arreglar la deriva que ya se adivinaba en tiempos de Montón, y que ha ido creciendo seguramente por no haber dado con la persona de confianza adecuada para liderar este área. Deja además un Consejo Asesor muy virado ideológicamente, aunque eso no es una novedad ni le diferencia de los predecesores que han armado el suyo. La lógica de nuestro país dicta que un asesor debe ser alguien cercano a nuestra ideología y que nos asegure que vamos a escuchar precisamente lo que queremos. Aunque muchos pensarán, qué más da, para qué han servido hasta ahora estos consejos asesores.

Si en el sector sanitario va a dejar buen recuerdo, ante la opinión pública Carcedo desfilará sin etiquetas: no ha protagonizado ninguna metedura de pata ni ha dado lugar a escándalo mediático alguno. Se va sin quemar su imagen, y podría regresar mañana mismo a un puesto de responsabilidad sin que a nadie le extrañase. Deja tras de sí un ministerio que amenaza ruina, porque va a ser troceado, pero desde luego no por su culpa, porque en líneas generales ella dio sentido a todas sus ramas mientras estuvieron bajo su responsabilidad. Es muy posible que pase a la historia como la última ministra de un gran ministerio de Sanidad.

Con Salvador Illa como ministro de Sanidad, el sector se ha de preparar para un liderazgo diferente. Por conocimiento de la cartera apunta a que será de los que necesiten adaptación. De esos los hubo más ágiles y hábiles, como Alfonso Alonso o Trinidad Jiménez, y otras menos, con Dolors Montserrat y Leire Pajín como claros exponentes de épocas oscuras. Desde luego, a muchos seguro que se les ha quedado la sensación de que Carcedo ha sido una ministra de Sanidad desaprovechada y que tenía mucho más recorrido. Al final Sánchez ha vuelto al modelo de 'ministerio comodín' que ya utilizaran Aznar con Celia Villalobos, y Zapatero y Rajoy con los antes mencionados: ha antepuesto los intereses políticos a los sanitarios, y eso suele ser mal presagio para el Sistema Nacional de Salud.