Si tuviera que destacar aquello que realmente me hace disfrutar de mi trabajo alejada de mis pequeños pacientes y sus familias desde que estoy en FUDEN, es la oportunidad de acercarme y conocer a muchísimos y muy diversos compañeros y compañeras de profesión; a mis colegas. Y no me refiero a las enfermeras que ocupan cargos relevantes y están al mando de importantes organismos o asociaciones, sino a los colegas profesionales con los que tengo el privilegio de compartir un tiempo de trabajo conjunto, a veces solo semanas o meses, como colaboradores de algún proyecto docente y como estudiantes de un postgrado.

Cuando, a través de la docencia, en especial en aquellos procesos de aprendizaje que implican una relación más directa y cercana entre docente y estudiante, como tutor de prácticas o de un trabajo fin de experto o de máster, descubro a grandes personas y profesionales con unas trayectorias vitales cargadas de entusiasmo y ganas “de saber” y “de saber hacer” las cosas bien. Con ganas de poder ofrecer la mejor versión de sí mismos a la población que cuidan, de especializarse, de abrir nuevas opciones de vida saludable y de calidad a los ciudadanos.

Descubro enfermeros y enfermeras incansables a todas las edades y en las diferentes etapas vitales; hay quien cursa sus postgrados compaginándolo con uno o dos empleos a tiempo parcial, o embarazada, y quien traslada circunstancialmente la residencia de la familia numerosa con los abuelos para poder implicarse a fondo en su periodo de prácticas. Descubro en “mis alumnos y colegas”, esa mezcla de roles que les hace ser estudiantes y profesionales a la vez, y aprendices y expertos al mismo tiempo.

Estos enfermeros y enfermeras muestran sin tapujos y con humildad sus dudas, sus carencias y debilidades cuando se enfrentan a escenarios profesionales nuevos, a nuevos pacientes y nuevos contextos laborales como el ámbito escolar, el paciente con discapacidad intelectual, la atención en el barrio a familias vulnerables, en casas de acogida de madres y niños, en postas de salud sin equipamiento o una UVI con última tecnología; pero cuando pasan a la acción, hacen un despliegue de fortaleza y “saber estar” a la altura de las circunstancias.

Es también para mí especialmente gratificante las reacciones que se generan en los espectadores de estos periodos de prácticas, de esta puesta en escena, en las que descubren a la enfermería. Las organizaciones y asociaciones sociales y educativas y no sanitarias, que acogen e integran en su día a día a estas “enfermeras pero en prácticas” siempre me trasladan su sorpresa por la enorme aportación que hacen estos profesionales a todos sus integrantes: niños, familias, comunidades y también, a sus trabajadores.

Por unos días formamos equipo con trabajadores sociales, psicólogos, maestros, educadores, terapeutas, nutricionistas, personal de cocina, monitores… y para todos ellos también, la presencia de la enfermería fuera del hospital y del centro de salud, se revela como todo un descubrimiento. Se sorprenden de las ganas de aprender, de la constancia en el estudio, de nuestra disciplina y de que algunas de estas enfermeras, quieran seguir colaborando con estas organizaciones como voluntarias una vez finalizadas sus prácticas, por el grado de compromiso que adquieren con las personas y las instituciones que nos acogen.

Y es que es en las distancias cortas donde la esencia de la enfermería se hace visible, porque más allá de esos elementos tangibles que nos identifican externamente como profesión, como nuestros conocimientos, habilidades y destrezas para la realización de técnicas e intervenciones, están nuestros valores que nos definen como profesionales de la enfermería, esos que a mí me transmiten y que yo tengo la suerte de percibir cuando comparto estos espacios privilegiados de intercambio y aprendizaje con mis colegas.

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