Hace doce años que terminé los estudios de Enfermería, y desde entonces he trabajado en el Hospital comarcal del Bidasoa y el Hospital Universitario de San Sebastián. Doce años en los que he pasado, como otras muchas compañeras, por infinidad de servicios, turnos, dificultades, y situaciones. Doce años que me han servido para formarme y responder, o tratar de responder, a las necesidades de miles de pacientes y familiares.

Un tiempo que me ha servido para aprender, y ver lo positivo de la profesión, pero que, en muchas ocasiones se ha visto eclipsado por el estrés y nerviosismo que genera un oposición, no solo en cada una de nosotras, sino en todo un servicio, o buena parte del personal.

En estos doce años, he opositado en cuatro ocasiones 2006, 2008, 2011 y 2015, y la cadena de sensaciones siempre se repite en este orden.  Pereza cuando se conoce la convocatoria, más aún cuando las plazas ofertadas apenas alcanzan al 1% de los candidatos como ha sucedido en la última convocatoria del Servicio vasco de Salud. Luego llegan el sacrificio durante los meses de estudio (dejando de lado familia, amigos, planes etc), y el nerviosismo y miedo que provocan el examen. ¿Seré capaz de demostrar lo estudiado? ¿Un solo examen, y de tipo test, sirve para medir lo buena o mala enfermera que soy?

Son preguntas que atormentan a cualquier opositora, y que, en muchas ocasiones, terminan con la sensación de fracaso por no alcanzar las metas fijadas. Me gustaría añadir, además, la incertidumbre que las decisiones políticas (de todos los signos) provocan  con sus continuos cambios de criterio en los exámenes y temarios.

Al margen de la facilidad o disponibilidad que cada una de nosotras tenga para estudiar o demostrar lo estudiado en un examen, abunda la sensación de vulnerabilidad, e injusticia, cuando un solo examen puede echar por tierra lo aprendido y demostrado durante años ejerciendo en un servicio.

Desde que se anuncia una OPE, hasta que se realiza el examen, pasan muchos meses. Durante todo ese tiempo la principal preocupación del personal sustituto suele ser la preparación del examen, los apuntes, y las dudas, pudiendo perjudicar esto al servicio prestado a los pacientes.

En los últimos años, y debido a las decisiones tomadas, supuestamente para hacer frente a la crisis económica, las instituciones autonómicas han visto reducida su capacidad para convocar plazas en las oposiciones. Como botón de muestra sirva el dato de 2015 en Euskadi, con apenas plazas para el turno libre de enfermería. Una vez pasadas las angustia y el estrés de la oposición, el consejero de Sanidad, vuelve a anunciar una OPE, aparentemente con cifras parecidas a la anterior, y de nuevo, despiertan la angustia, y el estrés en el personal.

Sensaciones que desembocan en cierto desánimo al ver que los responsables de la sanidad son incapaces de dar respuesta a un problema que se arrastra desde hace años. Se inauguran servicios y hospitales pensando en la foto y la rentabilidad política, sin apenas reparar en la gestión o en las necesidades de la enfermería.

Soy consciente de la cantidad de factores que influyen en estas decisiones. Seguramente, más de los que pueda imaginar. Sin embargo, me gustaría que en la próxima ocasión se considerara también el factor humano, y se prestara atención, un mínimo siquiera en las sensaciones (anteriormente descritas) que las oposiciones provocan en nostras. Sirvan estas líneas como una pequeña descripción para aquel gestor que las quiera leer. 

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