Addah Monoceros es Médico Interna Residente de Familia y resistente
Confesiones de una médica especialista y resistente
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18 jun. 2018 17:00H
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Están en todas partes. En los pasillos del hospital, en los ambulatorios, en Urgencias. Se pueden hallar a cualquier hora, tanto a las cinco de la tarde como a las tres de la madrugada. Siempre con una sonrisa, siempre con un comentario bonito, siempre inculcándonos fuerza, como si a ellas les sobrase, como si ellas no pusieran toda su dedicación y todo su esfuerzo para mantener el sistema en pie. Y es que, ¡qué poco se valora a las señoras de la limpieza! Y digo “señoras” en femenino porque sigue imperando ese componente machista en el que son ellas mayoría. Una mayoría infravalorada, una mayoría despreciada, porque cuando se habla de la Sanidad sólo se mira a los médicos y, en última instancia, a enfermeros o auxiliares. Como si fuera una pirámide, como si unos fueran más que otros.

Ya hablé de Enfermería en su momento. Ya he recalcado incontables veces la importancia y el valor de todos y cada uno de los profesionales sanitarios, y de cuánto dependemos unos de otros para funcionar. Pero, ¿y las señoras de la limpieza? Poco se habla de ellas. Poco se alude a su incansable voluntad de ayudar. Poco se habla de cómo se apresuran a dejar un box limpio para que otro paciente pueda contar con un entorno aséptico en el que el sanitario ejerza cómodamente su labor. Poco se habla de cómo desinfectan los inodoros, de cómo hacen las camas, de cómo se sumergen en ambientes sucios, malolientes, incluso contaminados, de forma totalmente desinteresada, todo para que nosotros, los renombrados médicos, y ellos, los pacientes, protagonistas del sistema, cuenten con un entorno pulcro, agradable a la vista.

Los hay que ni las miran. Que pasan por el suelo húmedo sin ni siquiera pedirles permiso, sin emitir una disculpa. Los hay que no apartan la vista de la pantalla de su ordenador cuando ellas llaman tímidamente a la puerta de la consulta para vaciar esa basura colmada de gasas ensangrentadas y jeringas. Los hay quienes se impacientan porque “aún no han pasado a limpiar el box”, sin detenerse a pensar que, tal vez, se demoran porque cuentan con varios boxes más que higienizar. Raras veces se las nombra cuando hablamos de sanidad, y me preocupa. Me preocupa inmensamente. Me preocupa este escalafón, esta injusta jerarquía. Parece que, para ser respetable como persona, alguien con estudios universitarios merece más admiración que quien arrastra un carrito y una fregona por salas y pasillos. ¿Acaso ellas no contribuyen a la sociedad? ¿Cómo podríamos trabajar en un estado sucio, hediondo, con un riesgo mayor de contagio de enfermedades? ¿Acaso sería seguro para nosotros? ¿Lo sería para los pacientes?

Queridas señoras de la limpieza: gracias. Gracias por sostener el sistema en silencio, con esa modesta reserva que os caracteriza, con vuestro sacrificio incansable. Gracias por esas palabras de ánimo, por esas muecas de apoyo, por esos ojos brillantes que se maravillan por nuestro trabajo tanto como nosotros deberíamos admirarnos por el vuestro. Gracias por todo, gracias por tanto. Y ojalá algún día el mundo sepa estimar vuestros méritos y la relevancia que tenéis en sociedad. Yo lo hago más y más con cada día que pasa.


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