Hace cuatro décadas, mi formación como médico se centraba en clases magistrales, libros y prácticas clínicas que seguían un modelo muy tradicional. La figura del profesor era la máxima autoridad, el referente del que dependía casi en exclusiva nuestro aprendizaje, aunque con una interacción muy limitada. Su conocimiento se transmitía de manera unidireccional, y nosotros, los estudiantes, aprendíamos observando en silencio, siguiendo instrucciones al pie de la letra y memorizando conceptos.
El aprendizaje se concebía como un proceso de recepción, en el que lo importante era acumular información más que cuestionarla o aplicarla de manera práctica.
Hoy la educación médica ha cambiado de forma notable y continúa transformándose. El foco ya no está solo en lo que el docente transmite, sino en lo que el estudiante es capaz de construir, reflexionar y aplicar. La formación busca que el alumno adopte un papel más activo, que adquiera competencias que van mucho más allá del conocimiento teórico y que desarrolle habilidades que le permitan enfrentarse a los retos de la medicina contemporánea. En este nuevo escenario, la tecnología ocupa un lugar central: simuladores de alta fidelidad, entornos de realidad virtual, plataformas digitales y acceso inmediato a bibliografía científica hacen que
el aprendizaje sea más dinámico, flexible y universal.
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"Un aspecto clave de esta transformación es garantizar tanto la seguridad del paciente como la del estudiante en sus primeros pasos en la práctica clínica"
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La información de la que disponen los estudiantes es hoy inmediata, global y prácticamente ilimitada.
Esto supone un cambio radical: ya no es necesario acudir al profesor únicamente como fuente de datos, porque esos datos están disponibles en cualquier momento y en cualquier dispositivo. Por ello, el rol del docente debe reinventarse. Ya no basta con ser un transmisor de conocimiento, sino que se necesita actuar como facilitador del aprendizaje, como guía y mentor que ayuda a discriminar la información relevante, a interpretarla con sentido clínico y a aplicarla en situaciones reales. Es importante que quienes enseñamos pensemos en diseñar experiencias educativas que fomenten la autonomía, el pensamiento crítico, la capacidad de análisis y la resolución de problemas,
preparando a los futuros médicos para un entorno sanitario versátil y complejo.
Un aspecto clave de esta transformación es garantizar tanto la seguridad del paciente como la del estudiante en sus primeros pasos en la práctica clínica. En este contexto, la simulación clínica se ha convertido en una herramienta indispensable para la adquisición de competencias. Gracias a ella, los alumnos pueden entrenar procedimientos, enfrentarse a situaciones críticas y equivocarse sin riesgo, lo que favorece la confianza y asegura un aprendizaje progresivo. Pero
la formación médica no se limita a las habilidades técnicas: el trabajo en equipo, la comunicación efectiva, la ética profesional, la seguridad del paciente y la humanización de la medicina son competencias transversales que deben trabajarse desde los primeros años, de modo que lleguen a formar parte del ADN profesional de cada futuro médico.
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"El rol del estudiante de Medicina debe evolucionar hacia una participación activa y consciente en su propia formación"
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El rol del estudiante, por tanto, debe evolucionar hacia una participación activa y consciente en su propia formación. Ya no es un receptor pasivo, sino un protagonista que autogestiona su desarrollo, reflexiona de manera crítica sobre su desempeño y muestra honestidad en su aprendizaje.
La búsqueda activa de experiencias clínicas, la curiosidad intelectual y la disposición a aprovechar oportunidades de formación continua son elementos que favorecerán su crecimiento y lo prepararán mejor para la residencia y el ejercicio profesional.
En definitiva, es imprescindible que tanto estudiantes como docentes transformemos la mentalidad. Para los profesores, el reto es dejar atrás la comodidad de enseñar como fuimos enseñados y atrevernos a innovar, guiando con cercanía y rigor a una generación de futuros médicos que demanda una formación más integral y adaptada a su tiempo. Para los estudiantes, el desafío es asumir la responsabilidad de su aprendizaje, comprometerse con su desarrollo personal y profesional y entender que ser médico exige mucho más que memorizar contenidos: implica compromiso ético, capacidad de colaboración y un espíritu de aprendizaje permanente.
Solo con este cambio conjunto será posible formar médicos preparados para los desafíos de la medicina del siglo XXI.