La planta 22 del hospital acoge la Unidad de Aislamiento de Alto Nivel en materia de contaminación NRBQ



2 feb. 2016 18:33H
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Carlos Corominas / Imagen: Joana Huertas. Madrid
En el Gómez Ulla todo el mundo la conoce como ‘la planta 22’. Cuando uno entra en estas instalaciones tiene la sensación de encontrarse dentro de un refrán: “Cuando una puerta se cierra otra se abre”. Tras atravesar la primera entrada, la sensación de aislamiento es total ya que hay que no se puede pasar de una habitación a otra hasta que está esté completamente blindada. Se debe a que de la Unidad de Aislamiento de Alto Nivel en materia de contaminación NRBQ (por las siglas de nuclear, radiológica, bacteriológica y química) nada ni nadie puede salir sin pasar varios controles, filtros y protocolos. Son estos procesos los que hacen que la unidad requiera tres horas para estar absolutamente lista para recibir a un paciente con una enfermedad como el ébola, este tiempo es tres horas más corto que las seis que recomienda el protocolo europeo.

Las habitaciones de la Unidad de Aislamiento de Alto Nivel del Gómez Ulla, listas para ser usadas.

 
“Si ahora mismo me llamaran con un caso podríamos atenderle en cinco minutos”, afirma no sin cierto orgullo el capitán médico Francisco Javier Membrillo, especialista en este tipo de infecciones. Este ‘ahora mismo’ se refiere al momento en el que muestran las instalaciones a un grupo de militares, encabezados por el almirante general Fernando García Sánchez, Jefe de Estado Mayor de la Defensa.
 
Durante este mes, las ocho habitaciones que componen las instalaciones se empezarán a usar con pacientes con enfermedades de bajo riesgo como tuberculosos. Desde ese momento, sí que serán necesarias las tres horas para “alertar al personal para que esté listo, comprobar que las puertas están cerradas, retirar el equipamiento que no haga falta de las habitaciones y trasladar a los pacientes infecciosos que no requieren estar tan aislados”.
 

Francisco Javier Membrillo abre una puerta de la unidad tras haber cerrado la anterior.

En un principio, según reconoce Membrillo, estaba previsto que la unidad contara con 16 habitaciones, pero se redujeron a ocho por dos motivos: “Presupuesto y logística”. Cada hospitalización de un paciente con una enfermedad altamente contagiosa, como el ébola o cualquier otra patología de fiebre hemorrágica viral, requiere la participación de un equipo de 50 personas. Por eso, sí que pueden tratarse hasta ocho pacientes de enfermedades no muy contagiosas, pero sólo podrían tratarse simultáneamente a dos con ébola o patologías similares.
 
“Esto se debe a que hay que evitar que se crucen los equipos para que no se contaminen los trajes, por ejemplo”, indica Membrillo. Por lo tanto, disponer de 16 habitaciones de estas características, además de caro, no es eficaz ya que no se podrían controlar ni disponer del equipo humano para todas. “Sí que se están terminando de preparar otras ocho habitaciones en otra ala para acoger a enfermos menos infecciosos”, indica Membrillo.
 
Referencia mundial
 
Estas instalaciones culminan un proceso de más de dos años que se readaptó durante la crisis del ébola. “Aprendimos muchísimo de lo que sucedió con Teresa Romero y hemos aplicado ese aprendizaje en el diseño de esta unidad”, afirma Membrillo. En otoño de 2014 el proyecto se reorientó para adaptarlo a situaciones como las del ébola. “No se trata de despreciar a las otras unidades que hay en el mundo, con las que trabajamos, pero esta está diseñada con todo lo aprendido durante la epidemia”.
 

Un equipo se entrena sobre cómo quitarse el traje anticontaminación en la salidad en sucio.

Todas las habitaciones disponen de una entrada “en limpio” y de una salida “en sucio”, aisladas del habitáculo donde está el paciente y del pasillo que conecta las otras estancias. En cada una de ellas se llevan a cabo los protocolos para acceder con el traje apropiado y salir sin él y completamente descontaminado. Además, antes de acceder al resto del hospital hay unas duchas y otra estancia con un sistema de esterilización por peróxido. Tras usar las habitaciones, estas también son descontaminadas con el mismo compuesto. El aire que sale pasa cuatro filtros que “retienen el 99,9999 de partículas contaminantes”.
 
“Toda la estancia es resistente al peróxido, desde el suelo hasta el interfono que conecta con control”, indica el coronel Antonio Fe. Las habitaciones cuentan con cámaras de alta precisión, micrófonos y una pantalla en la que se muestra a los sanitarios cualquier cosa que necesiten. “Aquí no pueden entrar papeles”, y, por supuesto, no pueden salir.
 
La mesa de control lo supervisa todo, desde las habitaciones a los movimientos de los sanitarios. “Isabel no te toques la cara, ni aunque sea por instinto”, indica por el interfono la enfermera que controla un entrenamiento para añadir poco después: “Observador 1 no cruces los brazos, las manos siempre altas”. La enfermera explica que “nunca se debe tocar el traje ni llevarse la manos al cuerpo por lo que se haya podido tocar antes”. Este tipo de entrenamiento también se lleva a otros profesionales del hospitales, como cirujanos, para que puedan participar en caso de ser requeridos ya que las habitaciones también pueden funcionar como quirófanos.

Coincidiendo con la apertura de esta unidad, el Gómez Ulla ha creado un euqipo de despliegue rápido de investigación de brotes. El coronel Montesinos que también trabaja en esta unidad explica que “se trata de un equipo modulable integrado por cinco o seis personas que en 24 horas pueden desplazarse a zonas de conflicto y analizar un posible agente patógeno”. El objetivo de esta unidad es protegerse fundamentalmente ante posibles casos de guerra bacteriológica. El objetivo final tanto del equipo como el de la Unidad de Aislamiento es, como “proteger la salud pública o, dicho en lenguaje militar: defender la seguridad nacional”.

Desde la mesa de control una enfermera supervisa el entrenamiento y todo lo que sucede en las instalaciones.



El almirante general Fernando García Sánchez, Jefe del Estado Mayor de la Defensa y el general de división médico Santiago Coca, inspector general de Sanidad de la Defensa, en una de las habitaciones recién estrenadas.


El almirante general Fernando García Sánchez, Jefe del Estado Mayor de la Defensa preside una reunión entre altos cargos del ejército antes de ver las nuevas instalaciones del Hospital Central de la Defensa Gómez Ulla.


El coronel jefe de la Inspección y el general Fernando Jordán de Urries y el general de división médico Santiago Coca, inspector general de Sanidad de la Defensa reciben al teniente general José Abad, jefe del Mando de Personal del Ejército del Aire y (en la segunda foto) al almirante personal de la Armada, Juan Garat.


El general de división médico Santiago Coca, inspector general de Sanidad de la Defensa saluda a al general Juan Antonio Carrasco, jefe de Apoyo para la Acción Conjunta; Urriés y Coca reciben a Javier García Arraiz, jefe de Estado Mayor del Aire.


El general de división médico Santiago Coca, inspector general de Sanidad de la Defensa saluda a Jaime Muñoz Delgado Díaz del Río, almirante jefe de Estado Mayor de la Armada y al almirante general Fernando García Sánchez, jefe de Estado Mayor de la Defensa.



El general de división médico Santiago Coca, inspector general de Sanidad de la Defensa; José Luis Pina Alcáñiz, coronel jefe de la Inspección y el general Fernando Jordán de Urries.


El subteniente José Antonio Rodríguez; el subteniente Pedro Chiquero; el brigada Miguel Ángel Pulido y el sargento primero Javier Cábanas.


El subteniente Francisco Jiménez Lucas; el general Fernando Jordán de Urries y el suboficial mayor Jesús Sillero.


Fernando García Sánchez, jefe de Estado Mayor de la Defensa lidera el grupo de la cúpula militar durante la visita a las nuevas instalaciones del Gómez Ulla.


El jefe de Estado Mayor de la Defensa, Fernando García Sánchez, contempla las vistas desde la azotea del Hospital Central de la Defensa Gómez Ulla.



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