9 feb. 2015 20:27H
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Ismael Sánchez / Imagen: Miguel Fernández de Vega. Salamanca
En la persona de Rubén Moreno, secretario general de Sanidad y Consumo, se escenificaron varios retornos durante su estancia en el Encuentro de Parlamentarios de Sanitaria 2000. En primer lugar, regresó al primer plano el antiguo secretario general de Gestión y Cooperación Sanitaria del Ministerio, el alto cargo que acompañó a la ministra Celia Villalobos en la segunda legislatura del Gobierno Aznar, en aquellos años claves en los que se completó la transferencia de las competencias sanitarias a todas las autonomías, se extinguió el Insalud y se constituyó el Sistema Nacional de Salud tal y como hoy, con sus cosas buenas y con sus cosas malas, lo conocemos.

Rubén Moreno, secretario general de Sanidad, junto con José María Pino, presidente de Sanitaria 2000.

Volvió también el exportavoz de Sanidad del PP en el Congreso, a reunirse con sus compañeros de grupo y con sus adversarios políticos, en un clima de camaradería y de confianza que habla muy bien de la acción política, pese a las críticas que en estos días parecen cercar esta actividad, quién sabe si para aniquilarla. En poco más de un año, Moreno demostró que es posible volver a la primera línea, superando el olvido que siempre acompaña a los ex y venciendo al desgaste que le generó su gestión al frente del Centro de Investigación Príncipe Felipe.

Pero, por encima de todo, retornó el secretario general, es decir, el titular de uno de los departamentos más importantes de la sanidad española, que ha atravesado su particular travesía del desierto en las manos de la desconcertante y huidiza Pilar Farjas. En solo unas semanas, Moreno ha logrado que nos olvidemos de la ex secretaria general y de su controvertido legado de silencios y ocurrencias. En verdad, al nuevo secretario general le ha bastado con tender la mano, sonreír y dejarse fotografiar para que el sector haya entendido con alivio que el Ministerio vuelve a contar con una pieza administrativa y política esencial en la toma de decisiones.

“No hemos venido a perder el tiempo”, vino a decir Moreno a los parlamentarios, como resistiéndose a que la legislatura esté ya casi terminada. Es verdad que el clima electoral es evidente y que la acción ejecutiva procurará no enfangarse en los asuntos más controvertidos, pero también lo es que el nuevo equipo ministerial sabe que hay materias en las que no hay tiempo que perder y que reclaman a gritos avances palpables.

El secretario general no vino solo a inaugurar el Encuentro, sino que permaneció y participó en la práctica totalidad de las sesiones. Quizá porque aún no se ha podido desquitar de su barniz parlamentario, probablemente porque la mayoría de los temas abordados le interesaban; sea como fuere, Moreno ha dado una lección de interés en la sanidad, de aprecio a un colectivo cuya labor no siempre es bien considerada y, sobre todo, de estima a un cargo que, en manos de Pilar Farjas, había perdido su ascendencia y se había llenado de desconfianza.

Es bueno para la sanidad que el secretario general del Ministerio tenga altura política, sea mediático, se exponga, hable y declare, discuta y opine. Porque el sector es demasiado diverso como para que el ministro apague todos los fuegos. Y un número dos, que crea y comprenda el alcance de su condición, es el mejor apoyo con el que Alfonso Alonso puede contar para estos primeros meses de adaptación. Rubén Moreno es ese perfil que tanto necesitaba no solo el ministro sino la sanidad entera.

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