Jesús Vicioso Hoyo/ Imagen: Miguel Fernández de Vega. Madrid
Hasta que Carmen de Aragón, presidenta de la Comisión de Sanidad del Senado, dio el salto a la política nacional mantenía abiertas dos consultas para unos mismos vecinos: por la mañana, la médica; por la tarde (y las noches, los fines de semana y festivos), el despacho de la Alcaldía, que ocupó durante 12 años. De niña, cuando despertó su vocación sanitaria, acompañaba a sus padres a las capillas ardientes de las víctimas de ETA en la San Sebastián que la vio nacer, y odiaba un poco a Yoko Ono. Aquí, con más de ocho apellidos vascos, la jefa sanitaria de la Cámara Alta.
¿Cuántas veces ha tenido que regañar a los senadores sanitarios?
La verdad es que regañar, no. Se regaña con cariño entre comillas, porque a veces les tienes que llamar la atención, pero tengo que reconocer que se llevan muy bien y que todos ellos contribuyen a que haya una buena relación. Yo tampoco soy muy rigurosa, y eso hace que cumplan con sus tiempos y respeten los de los demás. Y funciona bien.
Moderando debates, que a veces son muy extensos, ¿no se cansa de estar arriba, en el estrado, pendiente de todo y de todos?
Las sesiones siempre salen bien. Las más largas, como las comparecencias, sobre todo cuando viene alguien del Gobierno, o cuando hay muchas mociones, son también muy interesantes. En la mesa lo que ocurre es que estás muy pendiente de todo el debate, con lo cual te enteras más de lo que está ocurriendo.
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