Alberto Bellido y María del Rocío González.
El
Síndrome del Intestino Irritable (SII) afecta a entre el
10 y el 15 % de la población mundial , según la
Federación Española del Aparato Digestivo (FEAD), y, sin embargo, continúa siendo una condición subdiagnosticada. Esta afección crónica no solo impacta la salud física, sino también el bienestar psicológico, social y laboral de quienes la padecen.
Esta afección digestiva, cuya causa exacta aún se desconoce, se manifiesta con síntomas como
dolor abdominal, hinchazón, alteraciones en el tránsito intestinal (como diarrea o estreñimiento)y sensación de evacuación incompleta. A menudo, quienes la padecen se enfrentan a largos periodos de incertidumbre hasta obtener un diagnóstico. “Muchos pacientes tardan años en recibir un diagnóstico adecuado, y mientras tanto sufren un deterioro progresivo de su bienestar físico y emocional”, advierte María del Rocío González, investigadora principal del grupo de investigación:
Microbiota, Alimentación y Salud de la Universidad Europea de Madrid.
Estudios recientes han revelado una fuerte vinculación entre el síndrome del intestino irritable y alteraciones en la microbiota intestinal. “Cada vez hay más evidencia sobre el papel de la disbiosis o del sobrecrecimiento bacteriano del intestino delgado.
Por eso es fundamental integrar probióticos, enfoques dietéticos individualizados y educación alimentaria en el tratamiento”, añade la investigadora.
Además de los síntomas físicos, esta dolencia tiene consecuencias psicológicas y emocionales. Alberto Bellido, profesor de Psicología de la Universidad Europea, explica que “el estrés, la ansiedad y la depresión no solo agravan los síntomas, sino que también pueden desencadenarlos. La relación entre el cerebro y el intestino es bidireccional y requiere ser abordada con la misma seriedad que el tratamiento médico”. “El paciente con síndrome del intestino irritable necesita saber que su sufrimiento es legítimo.
Las terapias cognitivo-conductuales, la respiración diafragmática, la relajación guiada o el mindfulness ayudan a reducir el impacto de los brotes y a mejorar su calidad de vida”, explica el profesor Bellido.
Impacto social
El síndrome del intestino irritable también tiene un fuerte impacto social. Las personas que lo padecen sufren frecuentes ausencias laborales, aislamiento y dificultades para mantener un ritmo de vida estable. “La carga emocional de vivir con esta enfermedad puede derivar en sentimientos de impotencia, soledad y frustración,
especialmente cuando no se cuenta con apoyo ni diagnóstico”, señala Bellido.
Ambos especialistas coinciden en la importancia de adoptar un enfoque más integral. “Necesitamos romper con la fragmentación del sistema sanitario. Esta condición requiere la coordinación entre médicos, nutricionistas, psicólogos y enfermería especializada”, señala González. Además, insiste en que
“la formación continua y la implementación de guías clínicas basadas en evidencia son esenciales para mejorar la atención”.
Además, es necesario actuar desde distintos frentes como son mejorar la atención primaria, lanzar campañas de concienciación pública, promover la investigación multidisciplinar y ofrecer apoyo real a los pacientes. Tal como señala
María del Rocío González, “las estrategias de salud pública deben incluir campañas educativas para sensibilizar a la población sobre los síntomas del síndrome del intestino irritable y la importancia de buscar atención médica”.
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