Dos profesionales del sector explican en qué casos se niegan a realizar intervenciones y cómo lo comunican al paciente

Una médico estético y una cirujana plástica detallan a Redacción Médica en qué casos deciden no intervenir y cómo lo transmiten a los pacientes
Arantxa Pérez Plaza, cirujana plástica y vocal de Márketing y Comunicación de Secpre, y Lucía López, médica estético.


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En España se realizan cada año más de 200.000 operaciones de Cirugía Estética, unas 500 al día. Así lo revela el último estudio de la Sociedad Española de Cirugía Plástica, Reparadora y Estética (Secpre), que muestra una radiografía de los datos de 2023. En el campo de los tratamientos médicos estéticos, casi la mitad de la población, un 47 por ciento, se ha sometido a algún procedimiento de este tipo, según cifras de la Sociedad Española de Medicina Estética (SEME). Son muchas las causas que explican esta tendencia: la presión estética, el impacto de las redes sociales y de la inteligencia artificial, y la democratización del coste de determinados procedimientos. Sin embargo, que algo sea más accesible no implica que no deba tener barreras.

Arantxa Pérez Plaza, cirujana plástica y vocal de Márketing y Comunicación de Secpre, y Lucía López, médica estético, aseguran a Redacción Médica que, en ocasiones, las demandas de los pacientes no están alineadas con las posibilidades médicas o con la viabilidad de los resultados. Por ello, los profesionales deben saber decir “no” a los pacientes.


La responsabilidad del profesional en Medicina Estética


“Negarse a realizar un procedimiento estético no es un acto de rechazo, sino una expresión de responsabilidad profesional”, sentencia López. “Los médicos somos responsables, tanto ética como legalmente, de las prescripciones o intervenciones que realizamos en la práctica diaria, y debemos asegurarnos de que el procedimiento no haga daño a nuestros pacientes, que sea beneficioso y que el resultado sea armónico con su composición corporal o facial”, agrega.

Y esta situación no es ajena a su día a día como profesional. En consulta, López recibió a un paciente que deseaba ponerse hilos tensores en el rostro después de haberse realizado un lifting quirúrgico seis semanas atrás, porque no estaba contenta con el resultado de la cirugía. “La evalué, expliqué los riesgos de la colocación de hilos tensores y su no indicación tras una cirugía como un lifting quirúrgico tan reciente, la anatomía facial adecuada, y las consecuencias estéticas, médicas y funcionales”, cuenta. Finalmente, al no haber una justificación terapéutica y existir un posible perjuicio, se negó a realizar el procedimiento. Explicó a la paciente el riesgo-beneficio de la intervención, ofreciéndole una revisión más adelante para valorar si precisa tratamiento psicológico.

En estos casos, la respuesta no siempre es bien recibida por los pacientes, que pueden acudir a otros profesionales para pedir la misma intervención. Aquí entra en juego lo que López considera dos pilares fundamentales en los tratamientos estéticos y la cirugía plástica: el consentimiento informado y la autonomía del paciente en la decisión. “El consentimiento informado garantiza que el paciente conoce el tratamiento, los riesgos, beneficios y limitaciones del mismo. Y la autonomía es la capacidad de decidir sobre qué tratamiento realizarse; sin embargo, no se puede exigir un procedimiento que pueda poner en riesgo los valores éticos o su propia salud”, sentencia.


Qué implica el “no” al paciente y cómo comunicarlo


Arantxa Pérez suscribe las palabras de su compañera de profesión e insiste en que no dejan de ser procedimientos sanitarios que tienen que ser realizados por profesionales formados en ese campo. “Hay que darle la rigurosidad y el cuidado que requieren. No vale ni cualquier cosa ni de cualquier forma”, afirma.

La cirujana recalca que, en Medicina Estética, la mayor parte de los tratamientos se realiza en la cara, que es “nuestra carta de presentación a todo el mundo”. Mientras tanto, la cirugía plástica, aunque pueda ayudar a los pacientes a verse mejor, son procedimientos que tienen que ser cuidados y estudiados. “No banalicemos cosas porque parecen que sean sencillas cuando no lo es”, afirma. Por ello, para evitar resultados indeseados, la ética se convierte en el eje principal de su trabajo. “Hay que explicar qué son los tratamientos que demanda la gente, cómo se realizan y qué objetivos se pueden lograr con ellos”, cuenta. Así, para ella hay líneas rojas que son claras: “No hay que mentir, no hay que fijar unos objetivos que no se puedan cumplir en los pacientes. Hay que tener criterio sobre qué paciente tenemos, cuál es el mejor tratamiento que tú como profesional le puedas recomendar y qué objetivos se pueden llevar a cabo”, sentencia.

Ella, como profesional, cuando los objetivos no están claros o sabe de antemano que el paciente no va a lograr lo que desea con el tratamiento que está demandando, se niega a llevarlo a cabo. “Por ejemplo, si viene una paciente que quiere un mayor aumento de volumen en los labios o en los pómulos, que yo ya veo que es suficiente para su belleza, su armonía, o incluso que poner más no le va a resultar beneficioso, me he negado a hacerlo en determinadas circunstancias”, agrega.

A la hora de comunicarlo, ella explica qué es lo que podemos lograr como profesionales con los pacientes respecto a sus tratamientos. En este entramado, la base es la comunicación. “Es explicar que existen otros tratamientos mejores”. En el caso de la Cirugía Plástica, esto es aún más importante. “El paciente no se puede someter a una intervención sin saber quién le está operando, qué procedimiento se va a realizar, qué consecuencias puede tener, qué signos o síntomas tendrá, y qué recuperación postoperatoria va a necesitar”, remarca.

Y en este punto, la justicación a la negativa a realizar de una intervención estética es la misma que explica López: “Cuando el procedimiento supone un riesgo frente al posible beneficio, o cuando existen expectativas irreales o trastornos de la imagen corporal (como dismorfofobia), la intervención contraviene los principios éticos o el código deontológico médico, o si el paciente no está de acuerdo en cumplir las recomendaciones o firmar el consentimiento informado”.
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