Javier Palacios, titular de la Farmacia asaltada en Linares.
Eran las seis y media de la tarde cuando un
hombre encapuchado cruzó la puerta de la
Farmacia Pozo Ancho, en el barrio de Arrayanes (Linares), armado con un cuchillo jamonero y con un único objetivo: el dinero. Lo que no sabía es que aquel asalto acabaría frustrado y con él detenido, tras dejar a
dos trabajadores heridos y sembrar el miedo en un establecimiento que nunca antes había vivido algo parecido.
“No se le veía la cara, venía completamente cubierto”, relata a
Redacción Médica Javier Palacios, titular de la farmacia.
“Entró con mucha violencia, se metió directamente dentro y acorraló al equipo pidiéndoles el dinero. Pero el dinero lo tenemos en un cajón de cobro con cuatro llaves de apertura, imposible de abrir sin mi autorización. Ni los empleados tienen acceso”.
En ese momento, lo que marcó la diferencia fue que un compañero del equipo se encontraba en el cuarto de baño. “Salió y lo sorprendió por detrás. El atracador se asustó y
empezó a lanzar cuchilladas. Atacó a los empleados. Hubo heridos: uno con un corte en la mano que necesitó puntos de sutura, y otra compañera con un pequeño corte y un puñetazo”.
El agresor intentó huir, pero la puerta se había bloqueado. “Chocó contra la puerta y se hizo daño. El compañero consiguió paralizarlo. Nos defendimos como pudimos y fue detenido gracias al
botón de pánico que tenemos instalado”.
El miedo después del caos
La
respuesta policial fue inmediata. “No tardaron ni cuatro minutos. Fueron muy eficaces”, reconoce Javier. Aun así, el daño ya estaba hecho. “Tuvimos que cerrar ese día. El estado anímico de los compañeros era tremendo. El herido ha estado de baja hasta hoy. Está con mucho miedo, con un
trauma bastante fuerte. Fue una situación muy dura. Muy agresiva”.
Durante ocho años como titular de la farmacia,
nunca habían sufrido un incidente así. “Estamos en una barriada humilde. A veces sale en prensa por algún tiroteo o por la droga, pero aquí, en la farmacia, jamás. En ocho años solo habíamos tenido un hurto de un gel de baño”. Y el agresor, afirma, “ni siquiera era del barrio. La policía nos ha confirmado que no pertenece a esta zona”.
“Deberíamos tener ese reconocimiento”
La farmacia estaba preparada. Cámaras de vigilancia, sistema de robot para los medicamentos, cajón de cobro seguro y varios botones de pánico repartidos por el local. “Funcionaron perfectamente”, asegura. Sin embargo, Javier lanza una reivindicación clara: que los farmacéuticos sean considerados
personal sanitario a efectos legales.
“Deberíamos tener ese reconocimiento. Igual que si se agrede a un médico o a un enfermero, que
se considere un agravante. No porque nuestra vida valga más que la de cualquier ciudadano, sino por el
servicio público que realizamos. Es importante que se nos ponga en valor. No puede ser que encima tengamos que aguantar este tipo de descerebrados haciéndonoslo pasar mal”, sentencia.
“Cada vez son más violentos”
Aunque considera que no es una situación generalizada, sí observa un
aumento de casos. “En Linares hubo un atraco hace un año en otra farmacia, y otro compañero de Sevilla me dijo que hace pocos días sufrió uno igual.
Estamos expuestos porque manejamos dinero y abrimos muchas horas. En 24 años como farmacéutico, es la primera vez que vivo algo así. Pero noto que cada vez se producen más y más violentos”.
La seguridad en las farmacias se ha convertido en una
preocupación creciente en el sector. Aunque los atracos violentos no son habituales, su impacto emocional y operativo es elevado. Según datos del
Consejo General de Colegios Oficiales de Farmacéuticos (
Cgcof), cada año se producen decenas de robos e intentos de robo en oficinas de farmacia, especialmente en zonas urbanas y barrios con mayor vulnerabilidad social.
Muchos de estos establecimientos cuentan con
avanzados sistemas de seguridad, como cámaras, cajones de cobro automatizados o botones de pánico, que en casos como el de la farmacia Pozo Ancho han sido clave para evitar consecuencias más graves. Aun así, la sensación de desprotección persiste entre parte del colectivo, que lleva años reclamando un
mayor reconocimiento institucional, protocolos específicos ante agresiones y, sobre todo, que el personal farmacéutico sea considerado legalmente como personal sanitario, lo que implicaría un agravante penal en caso de ataque.
No obstante, según otras fuentes que ha podido recoger este medio,
no existe tampoco una sensación generalizada de inseguridad en el sector. En la mayoría de casos, como explican los responsables de la Farmacia García Montón en
Utebo, Zaragoza, el problema se reduce a "pequeños hurtos" y es extraño ver casos con tal nivel de violencia. Misma situación exponen farmacéuticos del madrileño barrio de Delicias, donde por el momento atracos violentos o
'butrones' nocturnos, les son por el momento ajenos.
Aún así, situaciones como las vividas en Linares invitan a pensar en una mayor protección a un sector vital de nuestra sociedad, que ofrece un servicio público irremplazable y que, por fuerza mayor, e
stán expuestos a horarios y circunstancias que pueden desembocar en un peligro para los trabajadores.
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