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21 jun. 2018 11:10H
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Sería absurdo pretender, ni tan siquiera pensar, en que tuviésemos un planteamiento unívoco en cuanto a cómo percibir, sentir o tan solo ejercer la enfermería. Y lo sería por cuanto la riqueza y diversidad de la propia enfermería y la individualidad de quien la ejerce no lo permiten.

Sin embargo ser y sentirse enfermera es algo que debería estar muy presente en quienes, por el motivo que sea, hemos elegido ser enfermeras, más allá de cualquier otra consideración vocacional, de tradición familiar, de oportunidad...

No se trata de una cuestión de vocación o de advocación para o hacia la enfermería. Pero si de un sentimiento de orgullo hacia algo tan propio, cercano o meritorio como ser enfermera.

Me cuesta mucho entender que alguien pueda ejercer la enfermería sin sentirse enfermera. Y me cuesta entenderlo porque ser enfermera trasciende a lo que uno siente personal e individualmente. Con todos mis respetos, uno puede no sentirse ingeniero, arquitecto, fontanero, mecánico, economista… y sin embargo ser un buen profesional técnicamente hablando.


"Solo podemos indentificar cómo se siente alguien si transformamos las ténicas de comunicación en un proceso de cuidados"


Pero para ser y ejercer de enfermera hay que sentirse enfermera. Porque cuando estamos con una persona que espera de nosotros escucha activa, empatía, cercanía, comprensión… tan solo podremos ofrecérselo desde ese convencimiento de los que somos y nos sentimos, enfermeras. No es verdad que todo eso sean exclusivamente técnicas de comunicación como, desde mi punto de vista se les denomina erróneamente. Las técnicas se incorporan mediante el aprendizaje y la rutina de repetición de como practicarlas o aplicarlas, como hacemos con los inyectables, las curas, el manejo de aparataje…

Pero tratar de identificar cómo se siente alguien, ponerse en su lugar, desprenderse del protagonismo para compartir las decisiones… eso tan solo lo podemos hacer si realmente transformamos esas supuestas técnicas de comunicación en un proceso de cuidados en el que identifiquemos las necesidades sentidas de las personas y consensuemos respuestas que permitan dar cobertura a dichas necesidades, que son, por otra parte, individuales y exclusivas.

Hablar de sistematización de cuidados en enfermería, por tanto, es muy arriesgado por cuanto es tanto como pretender confeccionar un vademécum de cuidados. Y esto en sí mismo va en contra de los cuidados de enfermería individualizados, va en contra del propio paradigma enfermero que nos identifica y con el que debemos identificarnos.

Las personas con diabetes, con obesidad, con hipertensión… con las que interactuamos son únicas, no obedecen a patrones exclusivos de comportamiento ni de afrontamiento ante los problemas de salud. La diabetes, como patología, ya la abordan otros profesionales desde la fisiopatología, la sintomatología y la terapéutica, y además lo hacen desde planteamientos de sistematización derivados de los estudios que permiten reagrupar síntomas, signos y síndromes así como los tratamientos farmacológicos. Por eso las enfermeras no atendemos a diabéticos, obesos, hipertensos… sino a personas que viven, sufren, dudan… como consecuencia de la diabetes, la obesidad o la hipertensión que padecen. No etiquetamos, no despersonalizamos, no cosificamos en función de una patología anulando a la persona.

La complejidad de ser enfermera

Por eso las enfermeras no podemos reducir nuestro campo de actuación y prestación de cuidados a parámetros tan reduccionistas. De ahí la complejidad de ser enfermera y lo importante que resulta sentirse como tal con el fin de poder dar respuestas individualizadas. ¿Cómo podemos sistematizar los cuidados a prestar a una persona con diabetes si van a existir tantas posibilidades como personas atendamos? Podremos dar respuestas sistematizadas relacionadas con las técnicas o los procesos derivados de su problema.

Pero deberemos identificar claramente cómo percibe, afronta o siente su diabetes y cómo influye en su vida personal, familiar y comunitaria, lo que nos obligará a tener que realizar, igualmente, intervenciones familiares y comunitarias que den respuestas integrales, integradas e integradoras. Y todo ello precisa no tan solo de voluntad o de entrega, sino de estudio, análisis, investigación… que permita generar evidencias científicas a la prestación de cuidados, que los justifiquen y que distan de ser aspectos rutinarios o sistemáticos, como algunos pretenden que se identifiquen.


"Siendo enfermera, sin sentirse como tal, difícilmente lograremos dar las respuestas que de nosotras se espera"


Siendo enfermera, sin sentirse como tal, difícilmente lograremos esa necesaria interacción que permita dar las respuestas que de nosotras se espera. No se trata tan solo de tener simpatía, esa cualidad se espera y desea de cualquier profesional, no tan solo de las enfermeras. Y si hablamos de ser y sentirse enfermera comunitaria, además, se incorporan elementos de mayor complejidad.

Se tiene la errónea concepción o se traslada de manera incomprensiblemente interesada, que ser enfermera comunitaria es como ser enfermera de segunda. Ser enfermera comunitaria no puede ni debe identificarse de manera tan simplista.

Quienes nos sentimos enfermeras comunitarias debemos incorporar a la complejidad que de por sí significa ser enfermera, el hecho de tener que hacer abordajes mucho más amplios, complejos, integrales, longitudinales y continuados, en los que además no tan solo se contemple en cuidado individual sino el familiar y comunitario y no tan solo en el centro de atención sino en el domicilio y en la comunidad.

Y esto, muchos, o no lo identifican o no quieren hacerlo, por intereses que no tienen nada que ver con el sentimiento enfermero y que se aproximan más a intereses personales de una hipotética comodidad o de una supuesta mejor retribución. Quienes así actúan evidentemente tan solo pueden ser enfermeras, nunca se sentirán enfermeras. Pero lamentablemente con su forma de actuar intoxican, entorpecen o anulan la capacidad de sentirse enfermeras a muchos profesionales que querrían hacerlo por convicción y no por convención.

Sentirse enfermera no garantiza la excelencia

Ser enfermera, por otra parte, no garantiza la humanización de la atención. Sentirse enfermera sí. Esta es la gran diferencia.

En cualquier caso sentirse enfermera tampoco garantiza la excelencia, ni elimina la posibilidad de comportarse de manera poco cercana o humanizada, ya que son muchos los factores que influyen en nuestra actuación enfermera, y no todos podemos controlarlos. Pero lo que sí que garantiza es la capacidad de identificar cuando no lo hacemos así, lo que nos permite modificar de inmediato nuestro comportamiento. Porque al sentirnos enfermeras, al estar orgullosos de serlo y actuar como tales, no podemos evitar hacerlo de esta manera. Ser solo enfermera, sin embargo, únicamente garantiza trabajar, que no actuar, como tal.

No existen indicadores de sentimiento de pertenencia o de orgullo de ser enfermera. Pero sí que existe la emoción de sentirse como tal, de no perder la ilusión por mejorar y poder ofrecer más y mejores cuidados; de sentirse satisfecho con lo que se hace y cómo se hace; de no querer ocultar nuestra identidad; de poder decir, en definitiva, alto y claro con intención y alegría SOY ENFERMERA.

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