Publicaba recientemente el New York Times su habitual columna del premio Nobel de economía Paul Krugman con el sugestivo título de “Vacunas, un desastre muy europeo”. Con la credibilidad de quien ha criticado en numerosas ocasiones el sistema norteamericano de salud en comparación con los de la Unión Europea (UE), sensiblemente más económicos y con unos resultados globales muy superiores, y la perspectiva de quien nos analiza desde fuera pero con pleno conocimiento de nuestra realidad, Krugman expone la larga serie de errores que han llevado a la más que deficiente situación europea actual en cuanto al grado de vacunación se refiere si lo comparamos con Estados Unidos o el Reino Unido y no digamos ya con Israel.

Más que culpabilizar a la incompetencia de determinados dirigentes (sobre la que habría también mucho que hablar), señala como responsable de la situación a fallos estructurales de la UE y a las actitudes de los países miembros, que deberían hacernos reflexionar de cara al futuro. Muchos de ellos fueron también responsables de la errática reacción europea a la crisis del 2008 que padecimos en primera línea.

En la base de todo está la carencia de “algo parecido a un gobierno unificado” que la UE dista de tener: aquello que decía Kissinger de que cuando quería hablar con Europa, no sabía a quien había que llamar. La Comisión Europea es plenamente dependiente de la voluntad de los países miembros con la necesidad en las decisiones importantes de encontrar un acuerdo a 27 partes (y eso ahora que no está el Reino Unido, eternamente opuesto a casi todo). Ello provoca una incapacidad de asumir ningún riesgo, o algo que pueda ser identificado como tal, en las decisiones adoptadas ante un problema concreto, algo incompatible con una gestión medianamente ágil.


"En Europa retrasaron la adquisición de las vacunas Covid y negociaron los precios a la baja, además de negarse a firmar exenciones de responsabilidad. El resultado ha sido menos vacunas y más tardías"



En el caso de las vacunas, nadie quiso que se pudiera decir que el precio a pagar fuera elevado o que las vacunas, aún en desarrollo durante el 2020, fueran al final ineficaces. Por ello retrasaron la adquisición y negociaron los precios a la baja, además de negarse a firmar exenciones de responsabilidad. El resultado ha sido menos vacunas y más tardías frente a los países que no han negociado de esta forma. Se produjo además un retraso adicional de los contratos en espera del siempre complicado consenso entre países y a ello hubo que añadir la lentitud de la Agencia Europea del Medicamento (EMA) en comparación con sus homólogas británica y norteamericana. Recordemos que Merkel tuvo que intervenir para que la EMA no esperase a reunirse hasta que pasaran las vacaciones navideñas, que era lo que tenían previsto.

Señala además la presencia de un sentimiento anti-vacunas, más extendido en algunos países del viejo continente, aunque no sea el caso de España, e igualmente el pasado episodio de suspensión descoordinada de la vacuna AstraZeneca, con nuevo retraso injustificado en la vacunación hasta el pronunciamiento de la EMA. Afortunadamente no tenía entonces noticias de que en España hubo que esperar una semana adicional para volver a vacunar, no se sabe muy bien por qué, ni de las recientes decisiones por las que cada país las utiliza en franjas de edad distintas ante la asociación remota de aparición de trombos.

El papel de la sanidad en la Unión Europea


A lo largo de mis 28 años dedicados a la gestión de la donación y trasplantes, he tenido ocasión de viajar a Bruselas en incontables ocasiones e interactuar con las instituciones europeas a múltiples niveles, desde simple delegado de un país miembro de la UE, a la presidencia del grupo de Salud Pública del Consejo Europeo en 2010, durante la elaboración de la directiva de trasplantes. Me considero un europeísta convencido, y creo que España ha estado entre los principales beneficiarios de la Unión tanto desde el punto de vista económico como de consolidación de derechos y libertades, de manera que euroescepticismo e ignorancia de lo que este proyecto ha significado y significa van íntimamente ligados. Sin embargo, tengo que coincidir con las críticas de Krugman a su funcionamiento porque lo he sufrido muchas veces en el día a día.

No es fácil conocer el funcionamiento de las instituciones europeas, saber para qué sirve la Comisión Europea, el Consejo Europeo (que no tiene nada que ver con el Consejo de Europa), o el Parlamento Europeo, cómo se interrelacionan y cuáles son sus competencias. De hecho, una de las primeras labores de los representantes permanentes españoles (los REPER, grandes y poco conocidos profesionales) cuando aterriza un novato por allí es darle un cursillo acelerado sobre todo esto, que muchas veces tienen que repetir.


"Traducir cualquier reunión medianamente importante a las 24 lenguas oficiales de la UE supone una más que notable parafernalia que limita la duración de las sesiones a los tiempos de trabajo del ejército de intérpretes"



La dinámica es tremendamente compleja. Por poner un ejemplo, solo el hecho de tener que traducir cualquier reunión medianamente importante de los delegados de los 27 países miembros a las 24 lenguas oficiales de la UE supone una más que notable parafernalia que limita la duración de las sesiones a los tiempos de trabajo del ejército de intérpretes, y algo similar con los documentos aprobados que deben ser traducidos a todos los idiomas. Se estima que ello puede suponer hasta 3 puntos en el presupuesto comunitario, lo que no es poca cosa en un mundo tan competitivo como el actual.

El poder de la UE radica en los estados y no en la Comisión


Pero lo más importante para entender los problemas de la UE es como decíamos, que el poder radica en los estados y no en la Comisión, que, aunque dirija y coordine, tiene que contar con ellos para todo. El caso de las vacunas es paradigmático porque, de entrada, su adquisición no era competencia de la Comisión, fue delegada por los países y se gestionó con la lentitud, conservadurismo y cortedad de miras que estas reglas del juego hacían prever. Así nos ha ido.

Es cierto que durante el último siglo todos estos países han estado enzarzados en dos grandes guerras y que la situación actual era impensable hace unas cuantas décadas, pero si no somos capaces de ir más allá en el proyecto europeo cediendo parte de nuestra soberanía en favor de un verdadero gobierno, Europa seguirá perdiendo peso en el contexto internacional, incapaz de competir con las grandes potencias mundiales.