Uno de los términos que ha hecho fortuna durante los largos meses de lucha contra la Covid-19 es el de “fatiga pandémica”, empleado para referirse al estado de ánimo situado entre el cansancio y el hastío, cada vez más extendido entre los ciudadanos de todo el mundo por razones desgraciadamente más que obvias. La Organización Mundial de la Salud la describe como “la desmotivación para seguir las conductas de protección recomendadas que aparece de forma gradual en el tiempo y que está afectada por diversas emociones, experiencias y percepciones, así como por el contexto social, cultural, estructural y legislativo”.


"Casi un 80% de los españoles considera que la crisis del coronavirus ha tenido efectos negativos sobre su salud emocional"


Cada vez es más evidente que de forma paralela a la crisis sanitaria y económica, crece la crisis de salud mental y como en las dos primeras, nadie puede considerarse inmune a ella. Casi un 80% de los españoles, según el CIS, considera que la crisis del coronavirus ha tenido efectos negativos en la salud emocional de todo tipo de personas. Encuestas realizadas semanalmente en Estados Unidos muestran que, a finales de noviembre, el 69% de los encuestados afirmó presentar síntomas de nerviosismo, ansiedad o de encontrase al límite, mientras que al principio de la pandemia esta cifra era del 25%.

Algunos colectivos particularmente encarados con los estragos provocados por el virus, como los sanitarios, se muestran muy proclives a presentar trastornos mentales achacables a la situación de pandemia. Dos estudios españoles recientemente publicados muestran que, tras la primera oleada, un 28,1% de los sanitarios sufrieron depresión, cifra seis veces mayor que la de la población general antes de la pandemia, un 22,5% trastorno de ansiedad, el 22,2% estrés postraumático y el 6% abuso de sustancias. En conjunto, un 45,7% presentó un riesgo alto por algún tipo de trastorno mental, incluso un 3,5% tenía ideas de suicido frente a un 0,7-0,9% de la población general.

Trastornos alimentarios y factores de riesgo agravados por el coronavirus


Pero aún sin llegar a estos extremos, lo cierto es que se han agravado los trastornos psíquicos en cualquier colectivo o patología que se analice. Si nos referimos a los trastornos de la conducta alimentaria, el 90% de los que lo presentaban al inicio de la pandemia ha empeorado y hasta un 30% de forma grave, mientras que las nuevas consultas por esta patología han aumentado en un 140%. De manera muy gráfica, el peso de los españoles aumentó un promedio de 5,7 Kg durante el confinamiento, el mayor incremento entre los países europeos, con todo lo que ello conlleva de morbilidad asociada.

Un metaanálisis de 68 estudios realizados durante la pandemia, que incluyeron 288.830 participantes de 19 países, para evaluar los factores de riesgo asociados con la ansiedad y la depresión mostró que como promedio afectó a la tercera parte de la población general. En este estudio se encontró que las mujeres, los adultos más jóvenes, las personas de nivel socioeconómico más bajo, las que viven en áreas rurales y las que tienen un alto riesgo de infección por Covid-19 tenían más probabilidades de experimentar trastornos psicológicos.

El mecanismo generador de la fatiga pandémica es múltiple. Resulta fundamental según todos los expertos el estado de hipervigilancia para evitar contagiarse, lo que fuerza de una manera constante el sistema endocrino y a su vez nos hace más vulnerables a patologías como la ansiedad y la depresión. La situación económica, la prolongada incertidumbre sobre qué va a pasar en el futuro, la restricción de libertades derivada de los confinamientos, el continuo bombardeo informativo o el simple y sumo aburrimiento y hartazgo contribuyen de manera clara a generar y mantener este estado de fatiga pandémica.

Relajación de medidas para frenar la pandemia



"Mejorar la confianza que puedan transmitir las decisiones de quienes dirigen la lucha contra el virus va a ser un factor decisivo en lo mucho o poco que nos quede de pandemia"


Las consecuencias son variadas y ninguna positiva, pero en general avanzan en una dirección preferente: la relajación de las medidas preventivas necesarias para protegernos y proteger a los demás del virus. Es más que probable que este mecanismo haya jugado un papel relevante en las sucesivas oleadas de la pandemia con su larga cadena de afectados y fallecidos. Para nada han contribuido a generar confianza o dar tranquilidad a la población española las erráticas políticas seguidas por las autoridades sanitarias tanto estatales como autonómicas, las enormes discrepancias entre ellas con solo cruzar un límite regional, inexplicables por criterios científicos, los mensajes cambiantes y muchas veces contradictorios, o las continuas disputas partidistas con que nos obsequian día a día nuestros políticos.

Enfocar adecuadamente esta situación desde todos los ángulos posibles, tanto preventivos como terapéuticos, y desde luego tratar de mejorar la confianza que puedan transmitir las decisiones de quienes dirigen la lucha contra el virus va a ser un factor decisivo en lo mucho o poco que nos quede para dar por controlada la pandemia. Con ser muy importante, no todo hay que fiarlo a que algún día nos lleguemos a vacunar.