Uno de estos días se producirá el relevo de Salvador Illa al frente del ministerio de sanidad. Según las quinielas, parece que será la actual ministra de política territorial y función pública, Carolina Darias su sustituta, entre otras cosas porque hay que dejar un sitio en el ejecutivo para el señor Iceta, defenestrado en la operación política y no parece que el sillón de sanidad sea muy apetecible en este momento. En todo caso, y como la historia ha demostrado en varias ocasiones, hasta que el nombramiento no esté en el BOE, todo es posible. Candidato in pectore hubo en su día que hasta llegó a hacer una sesión intensa de peluquería y manicura el día anterior a saber que no había sido el elegido.

Un primer dato a constatar: desde aquella noche para olvidar del efecto 2000, hasta cuando se produzca el relevo, habrán pasado nada menos que quince ministros/as por la sede del Paseo del Prado. Ya ni siquiera el año y medio tradicional de media que contabilizaban hasta hace poco: si alguien, aparte los sucesivos presidentes del gobierno, opina que se puede llevar a cabo alguna labor coherente en sanidad, aparte de apagar fuegos, sería bueno que nos lo explicara.

En distintas ocasiones he dejado constancia de mi opinión negativa sobre la gestión sanitaria de la pandemia en España, algo que corroboran datos como que somos el país con mayor exceso de mortalidad del mundo en relación con la población, y en el que más sanitarios se contagiaron en la primera ola, aparte de ser el de mayor caída del PIB en el mundo desarrollado. Casi todas las encuestas van en esta dirección al calificarla mayoritariamente de mala o muy mala. En un estudio internacional comparativo realizado en junio con una herramienta validada denominada Covid-Score que mide la confianza de la población en las medidas adoptadas por sus respectivos gobiernos, España tan solo alcanzó un 44,68 sobre 100, uno de los valores más bajos entre todos los países analizados.


"El cambio de sillones solo sería responsable si hubiera sido consecuencia de la llegada de alguien con avales suficientes"


Pero está claro que la única opinión que vale a la hora de mantener o quitar a un ministro es la del presidente del gobierno. Desde el comienzo quedó clara la poca relevancia atribuida a la cartera de sanidad por el ejecutivo cuando Illa recibió el encargo de dedicar al ministerio un par de días a la semana y el resto a los “temas catalanes” (algo que en honor a la verdad no es nuevo pues han sido ya varios los ministros/as de sanidad “part time” dedicados “a sus cosas”. Esperemos por un mínimo sentido de la estética que el relevo ocurra pronto, porque el espectáculo de un político volcado en campaña electoral al tiempo que dirige la pandemia sería el colmo del despropósito. A la hora de valorar el pensamiento del presidente en estos momentos caben dos opciones: que considere que la gestión de Illa ha sido negativa, o que piense que realmente está desempeñando positivamente el cargo para el que fue nombrado. No hay muchas más posibilidades.

En el primero de los casos, que se le cambie de canal por sus malos resultados, lo que iría radicalmente en contra del discurso oficial y de sus seguidores incondicionales, cabría la remota posibilidad de que se pensara que suinicial ignorancia absoluta del sector sanitario había tenido algo que ver en el desastre y que quizás alguien que lo conociera mejor podría aportar bastante a la solución de la pandemia (y en el partido del gobierno cuentan con perfiles adecuados). Poca esperanza de que ello suceda.

Pero si por el contrario y como parece más que probable,se confunden los índices de popularidad del todavía ministro, logrados a fuerza de estar todo el día en los medios de comunicación y de no perder la calma ante nada y ante nadie en estos complicados meses (algo desde luego muy de apreciar en los tiempos que corren),con el hecho de haber realizado una buena gestión, la cosa se complica bastante más. Significa que el gobierno es capaz de descabezar el ministerio de sanidad, perdiendo toda la experiencia generada en este año por un asunto meramente partidista, en un momento en que los contagios están subiendo, la tercera ola empezando, la mutación inglesa viajando, las secuelas de las fiestas por llegar y las vacunas, aunque generadoras de grandes esperanzas pendientes de un largo recorrido que durará bastantes meses hasta que se hayan administrado en cantidad suficiente.

En cualquier caso, el cambio de sillones solo sería responsable si hubiera sido consecuencia de la llegada de alguien con avales suficientes para dirigir el país en materia sanitaria. Ha ocurrido a la inversa y de momento todo esto es una irresponsabilidad más de la que el único beneficiado será el señor Illa cuando tome el AVE de vuelta a Barcelonacon su familia y respire tranquilo.