Desde tiempos remotos pertenece al imaginario colectivo el funesto carrusel que forman los buitres en el aire. Su tétrica danza sobre un organismo yacente de inmediato la identificamos con la muerte, ya que estas aves necrófagas tienen un sentido especial para captar las miasmas y los últimos estertores.

En el sector financiero recientemente se ha establecido un paralelismo con el comportamiento de estas aves, acuñando el término fondos buitre para designar a los fondos de capital riesgo que compran en una situación ventajosa en espera de rentabilizar lo invertido en un corto/medio plazo. Invierten en deuda pública de una entidad que se considera cercana a la quiebra.


"Los fondos buitre se ciernen también con sus negras alas sobre el sistema sanitario"


Pese a que los economistas suelen pasar el tiempo sumergidos en balances y cuentas de resultados y salir poco al campo, se han mostrado certeros en la apreciación etológica. Y es que las aves carroñeras no solo hincan el pico sobre un cadáver, sino que también lo hacen sobre un ser moribundo. Es decir, empiezan a devorarlo aún con vida. Así es como actúan los fondos buitre.

Pero lo más alarmante es que las instituciones han permitido que los bienes considerados básicos, y que siempre deberían estar protegidos frente a cualquier intento de especulación (educación, sanidad, vivienda…), puedan ser vulnerados por estos grupos de inversión que únicamente persiguen su propio interés. Al manejar bolsas ingentes de dinero y desenvolverse en un medio regido en ocasiones por leyes sin la adecuada concreción, desde hace un tiempo se ciernen también con sus negras alas sobre el sistema sanitario. Por desgracia dan sus primeros pasos al amparo de la ley vigente, y solo más adelante traspasan la línea de la legalidad.

Solo importa la alta rentabilidad


El concepto élites extractivas, acuñado por los economistas Daron Acemoglu y James A. Robinson, explica en parte el fenómeno que apuntamos. Estas élites, según los autores citados, elaboran un sistema de captura de rentas que les permite, sin crear riqueza, infiltrarse por los intersticios normativos y detraer capital de la ciudadanía en beneficio propio. No les importa la dimensión social en la que infligen el expolio: lo único importante es obtener una alta rentabilidad.

La salud, y en consecuencia el sistema sanitario, no puede estar expuesta exclusivamente a criterios economicistas y de rentabilidad, aunque asumamos que vivimos en una economía de mercado. Todo lo contrario: son valores de un orden muy superior los que están en juego, por muy comprensible que sea la pretensión del inversor de sacarle el mayor rendimiento a su dinero. Pero es precisamente este legítimo derecho el motivo por el que su actividad debería estar controlada con rigor por los gobiernos, pues para asegurar el retorno del capital y su rédito, la experiencia demuestra que no es extraño encontrar inversores que miren a través de las personas y sean proclives a los excesos.


"El caso de iDental ejemplifica la devastación que puede suponer la ausencia del control gubernamental en el sector de la salud"


La esencia de una sociedad queda reflejada en su esfuerzo por que en la armonización de ambos intereses impere, diáfano e indubitado, el interés general sobre el mercantil.

El caso de iDental ejemplifica la devastación que puede suponer la ausencia o la labilidad del control gubernamental en el sector de la salud, y de lo que puede ocurrir cuando dejamos que maniobren con alevosía empresas sanitarias que anteponen su lucro a cualquier otro tipo de consideración. Es el paradigma de la anulación del juicio ético en dimensiones tan fundamentales para la vida como es el de la salud. También este proyecto empresarial tomó su fétido aliento de un fondo buitre, con las desastrosas consecuencias que todos conocemos.

La responsabilidad de los daños que estas corporaciones irrogan en el sistema sanitario ha de ser asumida por la sociedad en su conjunto. Atañe a las instituciones reforzar su celo en la aplicación de las leyes en vigor, promulgar las que sean precisas para ganar en eficacia, y es el deber de la ciudadanía exigir su cumplimiento. Sin una estricta regulación, las aves carroñeras acudirán al olor de la debilidad para darse un alborozado festín. Está en la mano de las instituciones, y de nuestro voto, que ni siquiera puedan levantar el vuelo.