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13 feb. 2018 11:00H
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En torno al examen MIR, me hayo inmerso en una aventura totalmente distinta a la de la mayoría de mis compañeros. Por circunstancias personales, decidí compaginar el estudio con el trabajo. Si a ello le sumamos el gran nivel de los opositores, el duro estilo de vida que hay que soportar para llegar a la calificación suficiente y a que tengo bastante clara la especialidad que quiero, la opción de sacar plaza este año es casi imposible.

Por supuesto, tampoco ayuda tener una mentalidad que se opone al examen MIR como forma de discriminar quien hace una especialidad u otra. Un sistema que no selecciona realmente quien vale o quién no. Es la forma más democrática, sencilla y objetiva de ordenar a los médicos (hasta la fecha), pero no por ello perfecta o justa. Es la menos mala.

El caso es que mis nervios llegan siempre a final de mes, cuando me tienen que renovar el contrato como médico. Nada que ver con las 235 famosas preguntas tipo test o con las 12 horas de estudio diarias. Mis inquietudes son puramente laborales. Sí, estoy ejerciendo como médico y no, no tengo ninguna especialidad. ¿Es posible? Y tanto.

La situación es idéntica a la que viven otros compañeros con especialidad, créeme. El título de especialista sólo te aporta más derechos y cuatro (o cinco) años de formación remunerada, supervisada y estable bajo el paraguas de Papá Estado. Pero las condiciones laborales son muy idénticas entre médicos “generales” y especialistas en Atención Primaria. Debido a circunstancias especiales, me permiten trabajar como médico en el sistema público.

Nada más obtener el resguardo de mi título, comencé a trabajar. Mi primer contrato fue realizando anamnesis completas para hacer un primer cribado en el proceso de donación de sangre. A continuación llegaron los trabajos en empresas privadas de ambulancias ejerciendo como médico de Urgencias, en eventos deportivos e incluso realizando guardias de 24 horas en mi ciudad, un trabajo frenético. Por último, he terminado ejerciendo en el sistema público como médico de cabecera. Digo médico de cabecera porque no soy médico de Atención Primaria, soy médico general, que no es poco.

El debate surge con otros compañeros que sí que se han preparado el MIR al cien por cien o con otros compañeros especialistas. Lo que me diferencia de un médico de Atención Primaria es un mundo, una especialidad, un período de años en el que te enseñan todo lo que tienes que saber para cubrir adecuadamente una consulta de este calibre. Porque Atención Primaria, es probablemente la especialidad más completa, la más difícil y la más maltratada. Un médico de Atención Primaria tiene que saber mucho, muchísimo y ni los más veteranos lo saben todo.

Sin embargo, varios compañeros dudan de los que como yo, hemos decidido comenzar a trabajar sin especialidad. ¿Estás preparado para trabajar? ¿No te da miedo? ¿Sabes hacer una historia clínica o un proceso asistencial? Incluso afirman más rudamente: ¿No será peligroso para el paciente? Es cierto que el Grado en Medicina tiene muchas taras, y que en muchas facultades la formación te hace dudar si eres capaz de ser médico. Depende mucho de ti, de tu implicación, del buen uso que le des a los medios a tu disposición.

Por eso yo les respondo: ¿acaso la especialidad te proporciona un “escudo” de conocimientos y habilidades que te hacen “el perfecto médico”? ¿Acaso no hemos estudiado durante seis años de nuestras vidas para ser profesionales? ¿No se ha implantado un sistema, donde el último año está basado en hacer solo prácticas como si fueras un residente? ¿No es igual de peligroso el especialista que sólo sabe de su especialidad, o el que ni de su especialidad sabe? ¿Cuántos R1 cuentan lo mal que lo pasan las primeras semanas ejerciendo como médicos?

Estudiar para el MIR no te convierte en médico, te hace aprobar un examen. Acceder a una especialidad no te convierten en médico, te proporcionan experiencia y una guía para aprender lo necesario para ejercer en tu campo. Tú ¡ya eres médico!

Durante el Grado me preocupé por formarme no sólo a nivel teórico, también a nivel práctico. La Medicina no es una profesión puramente teórica que puedas practicar detrás de un libro de texto. Saber mucho te ayuda a ser mejor profesional, pero para ser médico…hace falta mucho más, sobre todo en el paradigma biopsicosocial que necesita la sociedad.

Debes tratar con las personas y preocuparte por sus problemas, desarrollar el ojo clínico, reconocer lo verdaderamente importante, crecerte ante las adversidades y aprender de los errores, no parar nunca de aprender para atender de la mejor forma a los pacientes (aunque ello sea a pasos agigantados y totalmente solo, sin la ayuda de un adjunto o de un residente mayor). La Medicina se aprende estudiando, y ejerciendo.

Claro que da miedo comenzar a ejercer sin especialidad, claro que es difícil plantarte delante de un paciente sabiendo que eres tú y sólo tú el responsable de su salud, que tienes mil preguntas, que tienes que preguntar e incluso apoyarte en tus compañeros en muchas ocasiones hasta que pilles el ritmo de trabajo habitual. ¡Esa es la Medicina!

Lo que no sirven son los prejuicios y el menoscabo frente a una de las carreras más duras, frente a un título que te señala como lo que eres, médico. No sirve que después de seis años te consideren menos profesional por no tener una especialidad, como si fuera el único camino que nos han impuesto y que hemos de seguir para hacer las cosas bien. No sirven los miedos.

En algún momento hay que empezar. Somos nosotros y sólo nosotros quienes usando el sentido común y siendo responsables con nuestros límites, tenemos que lanzarnos al mundo real. Déjame decirte que no soy el mejor médico del mundo, pero ser buen médico y tratar de mejorar cada día, ya es un comienzo. ¡A seguir estudiando, o trabajando!