Otros artículos de Carlos Deza

15 mar. 2021 11:50H
SE LEE EN 10 minutos
En mis primeros días de residencia en el Centro de Salud le expliqué a mi tutora que prefería no estar presente en las reuniones que mantenía con los visitadores médicos. A partir de ese momento, cada vez que entraba un visitador, esperaba fuera de la consulta, y si preguntaban por mí, cosa que sucedía veces contadas, mi tutora explicaba sin más detalles que prefería mantenerme al margen. Las reacciones eran de lo más variable: desde una actitud natural y respetuosa, hasta el grado más absurdo de ofensa pasando sobre todo por paternalismo. En una ocasión, a un visitador con don de gentes, le picó la curiosidad, y después de presentar su producto, me saludó en el pasillo y me explicó que cuando era joven tenia los mismos ideales pero que pronto se me pasarían como se le habían pasado a él. El consejo era del todo malicioso porque descargaba toda su insatisfacción reprimida en un eslogan generacional que rebajaba mis convicciones a una rabieta inmadura mientras dejaba la puerta entreabierta para que volviese al redil. Con el paso del tiempo he pensado muchas veces en aquel hombre y en la conversación. Ahora creo que en realidad solo quería darme una visión más experimentada sobre el paso del tiempo y que pretendía explicarme que las posturas cambian a lo largo de los años. O quizás no y solo quería decir lo que dijo. Sea como fuere, después de cuatro años sigo sin recibir visitadores en la consulta y sin permitir que la industria me financie ni un solo congreso, curso o actividad.

Forma parte del imaginario popular de este país que ha existido una época, desde ahora la época de Jauja*, en la que muchos médicos eran empleados a sueldo de la industria farmacéutica. En la época de Jauja, los médicos se iban de congreso a Cancún con toda su familia, aprovechaban la prescripción de nuevos fármacos para realizar un crucero por el Mediterraneo, un par de ponencias equivalían a un buen sobresueldo y de regalo un jamón de pata negra presidiendo la mesa en nochevieja o incluso pasaban de puntillas por la crisis de los cuarenta esquiando en Pirineos gracias a la nueva prótesis de cadera que habían ayudado a introducir en los quirófanos de sus hospitales. Aquellos maravillosos años. Yo no viví la época de Jauja pero sin duda debió ser asombrosa. Pienso en los médicos que no se vendieron y se mantuvieron fieles a sus principios mientras al resto de sus compañeros se repartían el premio. Imagino el descontento de sus familias porque nunca iban de congreso o no tenían jamón de regalo. Imagino a un pequeño Calogero que durante la cena miraba a su padre pensando que es un pringado. A pesar de que las normas y valores establecidos por los códigos deontológicos llevan escritos desde hace siglos, han sido necesarios años de legislación para establecer un cierto decoro en la relación entre los médicos y la industria farmacéutica. La ley del medicamento de 1995 y sus posteriores modificaciones o la prescripción por principio activo de 2011 y recientemente la prohibición de que la industria farmacéutica financie la formación continuada. Incluso en 2014 el conglomerado empresarial farmacéutico español tuvo que apuntalar su código ético y de buenas prácticas (actualizado en 2021). La propia industria regulándose a si misma establecía que “sólo se pueden regalar objetos de uso profesional para la práctica medica o farmacéutica o artículos de escritorio, pero siempre que su valor no supere los 10 euros”, sin olvidarse de que “el lugar de celebración de una reunión científica no podrá ser turístico o estar relacionado de forma directa a actividades lúdicas, recreativas o deportivas” o “el contenido científico de esas reuniones tendrá que ocupar al menos el 60 por ciento de cada día”. Leer esto me revuelve el estómago.

Cinco años después de aquel episodio de recato y buena voluntad por parte de la industria, un medio de comunicación digital español publica en Junio de 2019 un articulo titulado “El código ético de las farmacéuticas no frena el incremento de los pagos a médicos, que sigue sin control oficial” en el que denuncia hechos como “los pagos –directos e indirectos– a los profesionales han crecido un 20%. […] las empresas gastan actualmente más de la mitad de ese dinero en financiar congresos médicos, abonar honorarios a profesionales y donar a organizaciones sanitarias”. La industria farmacéutica gastó en 2015, 496 millones de euros, de los cuales 306 millones fueron para: 119 millones de euros en gastos de asistencia a congresos, seminarios y cursos. 66 millones de euros destinados a entidades organizadores de eventos (por ejemplo, asociaciones médicas para la realización de congresos). 88 millones en honorarios a médicos por servicios prestados. 33 millones de euros en donaciones a organizaciones sanitarias. En 2018, gastaron 597 millones de euros, de los cuales 339 millones fueron para el sector médico: 118 millones en gastos de asistencia a congresos, seminarios y cursos. 99 millones de euros destinados a entidades organizadores de eventos. 83 millones de euros en honorarios. 38 millones de euros en donaciones. Los datos publicados en Junio de 2020 sobre el año anterior (2019) eran muy similares a los previos. 601 millones de euros de los cuales 342 millones fueron para: 115 millones de euros en gastos de asistencia a congresos, seminarios y cursos. 109 millones destinados a entidades organizadores de eventos. 84 millones de euros en honorarios. 34 millones en donaciones. En resumen, desde la entrada en vigor del código de buenas prácticas en 2014, las empresas farmacéuticas han destinado cada año más dinero de sus presupuestos a la formación continuada de los médicos de la sanidad pública y para la financiación de los congresos de las diferentes sociedades médicas del país.

Parece que el gremio médico y por extensión la sociedad dan por finalizada la época de Jauja. Uno de esos periodos que buenamente quedaron atrás y hacia el que podemos mirar, entre divertidos y soberbios, preguntándonos como se podían permitir semejantes atrocidades. Sin embargo, durante mis cuatro años de residencia he sido testigo de situaciones que me hacen creer que la época de Jauja no es un mal sueño del pasado y sigue tan presente como antaño. A lo largo de estos años la industria farmacéutica ha asimilado dos ideas: la necesidad de un lavado publicitario de imagen y que en nuestra sociedad lo sutil es menos subversivo que lo ostentoso. En un modelo sanitario como el nuestro, la industria sabe que el gran pastel está en los hospitales: monoclonales, quimioterapia, material quirúrgico o prótesis. Visitadores médicos agolpados como colegiales enamoradizos a la caza del nuevo residente en su primer día ofreciendo agasajos y dulces palabras. Conversaciones entre médicos y visitadores prometiendo el uso de tal o cual producto a cambio de financiación para cursos o equipamiento. Orden expresa por parte de algunos servicios hospitalarios a sus trabajadores de recetar una marca comercial en concreto. Recetar de manera masiva ciertos medicamentos para distintas dolencias fuera de ficha técnica cuando los estudios están aun en pañales. Constantes conflictos de intereses por parte de los profesionales en las publicaciones en revistas médicas. Dudosas actitudes entre aquellos médicos que comparten consulta en el ámbito público y privado. Invitaciones a comidas y cenas en restaurante de alto copete. Y los regalos, que pese a la prohibiciones, siguen a la orden del día.

De esta situación extraigo tres conclusiones. La primera es la falta de ética y espíritu crítico de la profesión médica. La segunda es que esta actitud tan laxa con la industria farmacéutica se justifica identificando el fin con el beneficio del paciente, cuando lo único que se persigue es el beneficio personal. Y la tercera conclusión es la creencia arraigada de una falsa independencia representada por la conocida frase “que un laboratorio me pague un congreso o un curso no significa que yo esté obligado a recetar su medicamento”. Subyacente a estas tres conclusiones existe un común denominador que lo envuelve todo para hacerlo más comestible: la hipocresia. Con nosotros mismos y con nuestros pacientes. ¿Alguien de verdad cree que uno de los lobbies más poderosos del planeta invierte anualmente tal cantidad de dinero sin un rendimiento posterior?. Un estudio de la Universidad de Barcelona de 2015 sobre los conflictos de intereses en las revistas biomédicas españolas describe que “A pesar de la considerable evidencia disponible sobre los efectos de las actividades de la industria farmacéutica sobre las creencias y la actuación de los médicos, la mayoría de ellos considera que las relaciones con la industria no influyen sobre su juicio, aunque, en cambio, considera que sí influyen sobre sus colegas.” Los médicos creen que se aprovechan de la industria farmacéutica cuando les pagan cursos, inscripciones a congresos y charlas o les invitan a comer, cuando la realidad es que la industria extrae dividendos e influencia, el médico pierde su independencia y libertad y el paciente sufre las consecuencias.

En este punto es preciso ser realistas. Millones de personas se han beneficiado en el mundo de la investigación y los medicamentos financiados por la industria farmacéutica. Es importante tener claro que sus motivaciones no son humanísticas o científicas, persiguen el poder y los beneficios económicos. El mundo es cómo es y hasta que no exista un modelo de industria farmacéutica diferente hay que seguir jugando. Sin embargo, que estemos abocados a jugar no significa que tengamos que seguir jugando de esta manera irresponsable e hipócrita. Es necesario recobrar el espíritu crítico, la independencia y la libertad y eso pasa por hacer examen de conciencia. No importa lo que haga el resto, aunque te digan que algo incorrecto es lo correcto, tu deber es ser honesto contigo y tus pacientes.

*Época de Jauja: Hace referencia al mapa del país de Jauja o Isla de los Zánganos. Un grabado británico de 1670 que retrata las condiciones de vida en un territorio imaginario en el que la indolencia es contagiosa. Isenberg, N. (2020). White Trash. Los ignorados 400 años de la historia de las clases sociales estadounidenses. (T. Fernandez Aúz, Trad.). Madrid, España: Capitán Swing. (Obra original publicada en 2018)