Estimada Sra. ministra, Dra. García:
Inicio esta carta con una frase de Konrad Adenauer que resumen muy bien lo que quiero decir: “
En política lo importante no es tener razón, sino que se la den a uno”. Está claro que su postura en relación con la modificación del
Estatuto Marco puede que usted piense que es la correcta, pero lo cierto es que los médicos y demás facultativos no lo creen así. Prueba de ello es la huelga del pasado 3 de octubre. Ahora, la carta abierta “formal”.
Reciba un cordial saludo, no solo como
ciudadano (ya en esa etapa de la vida en la que debes saber
gestionar tu propia decadencia), sino como uno de los millones de personas cuya
salud y bienestar dependen, en última instancia, de las decisiones que se toman en el despacho que usted ocupa. También como
médico ya jubilado que ha formado parte de nuestro sistema sanitario 42 años, como
clínico, como
gestor y como
sindicalista al frente de un
sindicato profesional. Me dirijo a usted con el máximo respeto hacia su persona y el reconocimiento de la
complejidad abrumadora de su cargo. Sin embargo, es precisamente la magnitud de su responsabilidad lo que me impulsa a escribir esta
carta abierta, no como un reproche, sino como un recordatorio urgente de los principios fundamentales que deben guiar su labor.
En primer lugar, es crucial recordar que su posición no es meramente un puesto de gestión o una cifra en un organigrama. Usted es la
máxima garante del derecho a la protección de la salud, un derecho reconocido en el
artículo 43 de nuestra
Constitución. Este no es un concepto abstracto. Se materializa en la sonrisa de alivio de un padre cuando su hijo es atendido con celeridad y expertise en
urgencias; en la dignidad recuperada de un anciano que recibe unos
cuidados paliativos de calidad; en la oportunidad de vida que supone para un
paciente oncológico acceder a un
medicamento innovador sin que el coste le lleve a la ruina. Su obligación primordial, por tanto, es ser la voz de esos ciudadanos dentro del
Consejo de Ministros, luchando por los recursos necesarios para que el sistema no solo sobreviva, sino que prospere. También debe ser quien garantice que los profesionales reciban lo que merecen, las mejores
condiciones laborales y todo su
reconocimiento.
"Su deber es negociar de buena fe, dignificar sus condiciones laborales y devolverles la ilusión por una profesión que hoy muchos ejercen desde la resiliencia y no desde la vocación"
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Esta lucha se libra en varios frentes. Uno de los más críticos es la
financiación suficiente y sostenible del
Sistema Nacional de Salud (SNS). Todos comprendemos las
restricciones presupuestarias y la necesidad de eficiencia, pero la eficiencia no puede ser sinónimo de recortes que estrangulan la capacidad de respuesta. La sanidad no es un gasto; es la mejor inversión en
cohesión social, en productividad y en la paz mental de un país. Su obligación es defender este principio con datos, con proyecciones y con la firmeza que requieren los tiempos. Un sistema infradotado es un sistema que se resquebraja, que genera
listas de espera que desangran la esperanza y que ahoga a sus profesionales hasta el límite del burnout. Su responsabilidad es hacerse oír en el Consejo de Ministros y obtener los recursos necesarios.
Y es que, si hay un pilar sin el cual el SNS se derrumba, son sus profesionales.
Médicos, facultativos y demás personal. Ellos son el alma y el cuerpo del sistema. Usted tiene la obligación de
escucharlos de verdad, no solo en actos protocolarios, sino en la esencia de sus reivindicaciones. La
precariedad laboral, las jornadas extenuantes, los salarios que no reflejan su
titulación y sacrificio, y la sobrecarga insostenible no son "problemas sectoriales"; son un cáncer que carcome los cimientos de la
sanidad pública.
Su deber es
negociar de buena fe, dignificar sus condiciones laborales y devolverles la ilusión por una profesión que hoy muchos ejercen desde la
resiliencia y no desde la
vocación. Un profesional quemado es un
error médico potencial, y esa responsabilidad última recae también en la cúpula del sistema.
Otro frente ineludible es el de la
equidad. Nuestra sanidad se fundó sobre el principio de que la atención depende de la necesidad, no de la cartera. Este principio está hoy amenazado por las
grietas de la desigualdad. La obligación de su
Ministerio es trabajar incansablemente para cerrar esas brechas. Esto implica una atención especial a la
salud mental, la gran pandemia silenciosa de nuestro tiempo, que requiere de una inversión masiva en
recursos humanos y materiales.
Implica también una
política farmacéutica valiente que ponga por delante la salud de las personas a los intereses comerciales, garantizando el acceso a los tratamientos y usando todo el
poder de negociación del Estado para contener precios.
Asimismo, exige un enfoque en la
salud pública y la prevención, porque la mejor enfermedad es la que no llega a ocurrir. Invertir en promoción de la salud, en educación sanitaria y en detección precoz no es un lujo, es la política más inteligente y rentable a largo plazo.
También debe recordar su obligación de
transparencia y comunicación honesta. En una era de desinformación, la ciudadanía necesita hechos claros, datos accesibles y explicaciones sinceras, incluso cuando estas sean difíciles. Gobernar es también
educar y generar confianza. La opacidad, los mensajes contradictorios o la minimización de los problemas erosionan el
contrato social que sustenta la
sanidad pública. Hablemos con la verdad sobre los retos, sobre los logros y, sobre todo, sobre lo que necesitamos para mejorar.
Sin embargo, lo que hemos presenciado es un abandono flagrante de este deber.
Mientras
médicos de toda España se ven obligados a ir a la huelga, a salir a la calle para reclamar lo más básico –dignidad y condiciones laborales decentes–, su Ministerio ha respondido con una distancia glacial y una inacción que raya en el desprecio. El silencio administrativo ante su desesperación no es una estrategia; es una falta gravísima a su
obligación como ministra. Mientras los pilares del sistema salen a protestar, usted parece ausente, esperando a que el conflicto se agote por sí solo, una estrategia miope que profundiza las heridas y aleja cualquier solución real.
Esta actitud de abandono hacia sus propios profesionales plantea una pregunta incómoda pero necesaria:
¿para qué está usted realmente? Porque cada día resulta más evidente para la ciudadanía que su cargo no está para servir a quienes sostienen la sanidad con su esfuerzo, sino para otra cosa. Da la impresión de que su Ministerio está solo para el
drama de Gaza, para la
foto con la “flotilla” y actos institucionales que no se traducen en mejoras tangibles en los centros sanitarios. Estar para la galería es fácil; lo difícil, y lo que a usted le corresponde, es ensuciarse con el barro del conflicto y sacar adelante acuerdos que salven nuestra sanidad.
Sra. ministra, Dra. García, no le escribo pidiendo milagros. Le escribo para recordarle el contrato que tiene con la ciudadanía. Un contrato basado en la confianza y en la promesa de que, cuando la vulnerabilidad llame a nuestra puerta, habrá un
sistema sólido, público y universal para protegernos.
Su legado no se medirá en titulares de prensa. Se medirá en la sonrisa del padre, en la
dignidad del anciano y en la oportunidad del paciente oncológico del que hablaba al principio. Se medirá en sí, cuando entregue el testigo, los profesionales se sienten más valorados, los ciudadanos más protegidos y el sistema más fuerte que cuando lo recibió.
Es una tarea hercúlea, lo sé. Pero es la tarea que eligió, o que la eligió a usted. No le deseamos suerte; le
exigimos responsabilidad, valentía y una fidelidad inquebrantable a los principios de una sanidad pública y de calidad.
Atentamente,
Dr. Ezquerra Gadea
Médico de familia jubilado.