Como es habitual, inicio este artículo con una frase, en esta ocasión de Albert Einstein: “Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”. Pero, a diferencia de lo habitual, no comento nada, dejo que cada cual interprete lo que quiera.

La sanidad pública española, un pilar fundamental del Estado del Bienestar y orgullo histórico de la ciudadanía, se encuentra atrapada en una encrucijada política que amenaza su sostenibilidad y su capacidad para afrontar los retos del futuro.

En el centro de este laberinto burocrático y de desencuentro partidista se encuentra la reforma del Estatuto Marco del personal estatutario de los servicios de salud, una norma esencial que debería regular las condiciones laborales de más de 700.000 profesionales.

Sin embargo, lo que debería ser un proceso técnico y de diálogo se ha convertido en el símbolo más claro de la parálisis institucional y la falta de apoyo político transversal, con un futuro inmediato que se vislumbra más sombrío que esperanzador.

El actual Estatuto Marco data de 2003. Han pasado más de dos décadas de transformaciones profundas en la sociedad, la tecnología médica, las pandemias y las expectativas de los profesionales. La norma está obsoleta. No da respuesta a desafíos críticos como la movilidad interautonómica, la carrera profesional realmente motivadora, la conciliación, la jubilación parcial o la integración de nuevas especialidades. Su reforma es una reivindicación unánime de sindicatos, comunidades autónomas (CCAA) y expertos en gestión sanitaria. Es, en teoría, una prioridad.



"Solo un cambio radical de actitud, un ejercicio de responsabilidad histórica y un liderazgo valiente que convoque un pacto de Estado sanitario –algo que trascienda una legislatura– podría revertir esta dinámica autodestructiva"




El Gobierno central, a través del Ministerio de Sanidad, ha intentado impulsar el proceso. Se han creado mesas de negociación, se han presentado borradores y se han mantenido incontables reuniones. Pero aquí es donde el consenso se rompe estrepitosamente. La negociación choca contra dos muros infranqueables: la desconfianza política premeditada y la instrumentalización partidista de la sanidad.

El primer y principal escollo es la dinámica de bloqueo sistemático promovida por los partidos de la oposición, con el Partido Popular a la cabeza, y amplificada por la mayoría de las comunidades autónomas gobernadas por ellos. La estrategia es clara: negar cualquier gran acuerdo en un pilar social como la sanidad debilita la imagen del Gobierno y le resta capital político. Más que discrepancias técnicas sustanciales (que las hay, pero son negociables), lo que prevalece es la táctica de la obstrucción. Se critica el procedimiento, se exigen plazos imposibles, se rechazan propuestas sin contraofertas constructivas y se culpa al Ministerio de "imposición", aun cuando la ley obliga a una negociación multilateral con las autonomías.

En segundo lugar, está la cuestión territorial y la financiación. Algunas comunidades autónomas, especialmente las gobernadas por partidos nacionalistas o independentistas, ven en el Estatuto Marco un intento de recentralización o de homogenización que cercena sus competencias. Exigen que sea una ley de bases que deje un amplio margen de desarrollo autonómico, mientras que los sindicatos reclaman un marco común fuerte que garantice derechos iguales en toda España, evitando la "fuga" de profesionales a comunidades con mejores condiciones.

Este conflicto competencial es real, pero se agudiza y se hace irresoluble cuando se mezcla con la lucha partidista general.

El tercer factor es la desunión en el propio arco parlamentario que sustenta al Gobierno. Los partidos nacionalistas que apoyan la coalición PSOE-Sumar tienen sus propias demandas, a veces muy específicas para sus territorios, que complican aún más el puzle. Mantener contentos a todos los socios mientras se negocia con una oposición hostil se antoja una misión quimérica.

Mientras los políticos discuten, el sistema sangra. La consecuencia más directa e inmediata de este bloqueo es la profunda desmoralización de los profesionales sanitarios. Sienten que su futuro y sus condiciones laborales son moneda de cambio en un juego político que les es ajeno. Esta frustración alimenta fenómenos devastadores como el éxodo hacia el sector privado, la emigración a otros países y el aumento de las bajas por estrés y burnout. La falta de una carrera profesional atractiva hace que jóvenes talentos opten por otras profesiones o que veteranos busquen una salida anticipada.

Además, la parálisis normativa impide abordar con agilidad problemas estructurales. La reorganización de las plantillas tras la covid-19, la integración eficaz de la telemedicina, o la planificación ante el envejecimiento de la población requieren un marco legal ágil y moderno. Al no tenerlo, cada comunidad actúa por su cuenta, aumentando la desigualdad en la prestación sanitaria y fragmentando aún más el sistema.

¿Qué es previsible en el futuro inmediato? Lamentablemente, los pronósticos no son optimistas.

1. Escenario más probable. Bloqueo continuado y desgaste. Es improbable que, en el actual clima político de polarización y con elecciones autonómicas y generales siempre en el horizonte, la oposición ceda y otorgue un éxito al Gobierno. Lo previsible es una sucesión de reuniones infructuosas, acusaciones cruzadas en los medios y una lenta erosión de la credibilidad de todos los actores. El Estatuto quedará como una "asignatura pendiente" de la legislatura.

2. Posible intento de aprobación por la vía rápida. Ante la imposibilidad de lograr un gran pacto, el Gobierno podría verse tentado a sacar adelante una reforma mínima, con el único apoyo de sus socios parlamentarios. Esto, sin embargo, sería un error estratégico. Una ley sin el consenso de las comunidades autónomas gobernadas por la oposición estaría abocada al fracaso en su implementación, generaría recursos de inconstitucionalidad y agravaría la tensión territorial. Sería una victoria pírrica.

3. La judicialización del conflicto. Es previsible que cualquier avance unilateral derive en batallas legales. Las autonomías podrían recurrir la norma ante el Tribunal Constitucional, alargando la incertidumbre durante años. La sanidad se judicializaría aún más, algo ya habitual en temas como las listas de espera.

4. Agitación social y sindical. Los sindicatos, hastiados de la pantomima política, podrían radicalizar su postura, convocando movilizaciones más contundentes y prolongadas. Huelgas y manifestaciones masivas volverían a poner la sanidad en la calle, pero esta vez con un mensaje claro de enfado contra toda la clase política.

5. El agravamiento de la crisis de recursos humanos. Mientras nada se solucione, la sangría de profesionales continuará. El sistema entrará en un círculo vicioso: peores condiciones y más presión laboral llevan a más bajas y deserciones, lo que empeora aún más las condiciones para los que quedan. La calidad asistencial se resentirá de manera tangible para los ciudadanos.

La reforma del Estatuto Marco ha dejado de ser un problema técnico-laboral para convertirse en un test de estrés de la democracia española. Pone a prueba la capacidad de los partidos para anteponer el interés general a la táctica electoralista, y la de las instituciones para gestionar la complejidad territorial con lealtad.

El futuro inmediato, por inercia, apunta hacia más bloqueo y deterioro. Solo un cambio radical de actitud, un ejercicio de responsabilidad histórica y un liderazgo valiente que convoque un pacto de Estado sanitario –algo que trascienda una legislatura– podría revertir esta dinámica autodestructiva. Los profesionales y los pacientes no pueden permitirse esperar a que la política española decida, por fin, madurar. El reloj de la sanidad pública sigue corriendo, y su tiempo se agota.

Termino como empecé, si queremos desbloquear la situación, seamos imaginativos, no hagamos lo mismo de siempre.